sábado, 14 de junio de 2014

Capitulo 14

Capitulo 14


La canción por nacer


Dos días después.
Pedro

Estoy casi rabioso por la preocupación durante el tiempo que tardo en salir de la tienda y tomar un taxi hasta el apartamento en Tribeca de Lali. Ya han pasado dos días y no he oído hablar una mierda de ella. Ninguna llamada, ningún mensaje. Se suponía que tenía que venir después de su clase de teoría, pero ella nunca apareció. Su teléfono va directamente al correo de voz. Los mensajes no pueden ser entregados. Su jefe en el pequeño bar de buceo en el que trabaja un par de noches a la semana, dice que nunca se presentó a su turno. Le escribí en el FB Messenger, no hay respuesta. Finalmente, dejo que Hector cierre la tienda, porque simplemente no puedo soportarlo más.

Lanzo un billete sobre el asiento del taxi y no espero cambio. Tengo que tomar unas cuantas respiraciones profundas antes de que estar lo suficientemente tranquilo para abrir la puerta con la llave que me dio.

Acabamos de intercambiarnos las llaves la semana pasada, pensé que las cosas estaban muy bien.
Subo tres escaleras al mismo tiempo, casi derribando una viejecita en el proceso. Hay un trozo de papel doblado por la mitad y pegado a la puerta. Mierda, no. Joder no. ¿Qué es esto?

Arranco la nota de la puerta, y es extrañamente pesada para un pedazo de papel. Hay un plástico holgado dentro del papel, y dentro de la bolsa está una prueba de embarazo. Oh diablos no.

Oh demonios sí.

Positivo.

Pero ni rastro de Lali. Busco en su pequeño apartamento más de una vez, como si fuera a revelarme su escondite en el armario o algo así.

Sólo la estúpida prueba, y tres palabras garabateadas: Lo siento mucho.

Ella huyó. Estoy enojado, estoy asustado. Siento tantas cosas que es todo un revoltijo en mi corazón y mi cabeza, y no puedo pensar con claridad. Estoy en un avión de repente, sin ningún recuerdo de haber ido al aeropuerto o comprar un billete. Estoy en un mal, mal lugar.

Los recuerdos están apareciendo, cosas que nunca le he dicho a nadie, nunca, ni siquiera Lali, y le he contado a Lali casi cada detalle sórdido de mi jodida vida... excepto eso.

Mucho tiempo, horas melancólicas más tarde, el avión ha aterrizado y estoy en un coche de alquiler, ni siquiera sé de qué tipo, y vuelo hacia el norte muy rápido por la I-75. Me he apagado. Soy un blanco, vacío. No hay pensamientos. Los pensamientos son peligrosos. No puedo sentir. Todo lo que puedo hacer es actuar, moverme, ser.

Tengo que encontrarla.

Tengo que hacerlo.

Millas destellan, semáforos cambian demasiado pronto y desacelero. Corro a través de más de una luz roja, ganando bocinazos y destellos de dedos medios. Entonces me acerco a la casa de mis padres y está anocheciendo, pero sé que ella no está allí, ¿por qué iba a estarlo? Patino a una parada en el medio de la calle frente a la casa de los padres de Lali. Dejo la puerta abierta del coche, olvidando el motor en marcha. Pánico irracional me impulsa, pánico tan profundo que no lo entiendo, pero no puedo evitarlo. Yo sólo puedo moverme con él, dejar que reine sobre mí.

Entró por la puerta principal de los Esposito, golpeando para abrirla violentamente. Oigo un vaso añicos y una mujer gritar.

—¡Peter! ¿Qué diablos estás haciendo aquí? —Maria Jose Esposito tiene la espalda contra fregadero y tiene su mano presionado contra su pecho, la confusión y el miedo empapan sus ojos.

—¿Dónde está?

—¿Quién? ¿Qué…qué estás haciendo aquí?

—¿Dónde... está... Lali? —Mi voz es baja y mortal.

Ella escucha la amenaza en la voz y palidece, comienza a temblar y retroceder.

—Peter... no sé lo que tú eres, ella está afuera corriendo. Se fue a correr.

—¿A dónde va cuando corre? —Exijo.

—¿Por qué quieres saber? Ustedes…

—¿A dónde va, Majo? —Estoy de pie a centímetros de ella, elevándome sobre ella, mirándola. Debería dar marcha atrás, pero no puedo.

Majo está temblando, blanca como el papel.

—Ella va… va a la antigua carretera de la línea de condado. Al norte. Va en un gran arco y ella…ella corta a través del campo de Farrell hacia ese camino.

Estoy afuera y corriendo, completamente corriendo. Las garras del terror se clavan en mí, y no puedo entender, no puedo salir de su agarre. Me está acosando, empujándome. Ella está embarazada y huyó de mí en lugar de hablar de ello, pero eso no es suficiente para el tipo de reacción que me ha impulsado desde esta mañana. Proviene de dentro de mí, una especie de pre conocimiento psicológico de que algo está terriblemente, terriblemente mal y tengo que encontrarla.

Mis pies pisan fuerte en el suelo, empujando kilómetros detrás de mí. Esta oscuro ahora. Las estrellas afuera, la luna baja y redonda. Mi sangre está en llamas, mi corazón late y palpita mi cabeza y mis manos están apretadas en puños.

Estoy temblando, he estado corriendo a toda velocidad por lo menos dos kilómetros y no estoy en ese tipo de forma, pero no puedo parar. No puedo.

No lo hare...

No puedo.

Otro kilómetro, y sé que me he ralentizado, pero me estoy empujando a mí mismo, porque tengo que encontrarla.

Entro en la propiedad de Farell, una amplia extensión de hierba alta y los viejos campos en barbecho y líneas de árboles subdividiendo las propiedades. Si se quedó en la hierba aquí, podría pasar justo al lado de ella y nunca saberlo.

Pero ahí está. Jesús, gracias.

Ella está sentada, encorvada, la cara entre las manos. Está sollozando. Pero incluso cuando me contó todo y cortó años de pena acumulada, ella no lloraba así. Es... Dios, es el sonido más horrible que he oído nunca. Peor aún que el golpe seco húmedo de la bala en la cabeza de Martina.

Lali está totalmente rota, y no sé por qué.

Me agacho junto a ella, toco su hombro. Ella ni siquiera responde, no se fija en mí. La recojo en mis brazos, y algo caliente y húmedo me empapa.

El terreno donde estaba sentada está mojado, negro en la penumbra. Una gran porción de la hierba se ha oscurecido con el líquido oscuro.

Sangre.

Mierda.

—¿Lali? ¿Bebé?

—No me llames así. —Un repentino grito bravo. Ella se suelta de mi agarre y cae a la hierba, se arrastra lejos, lanzándose tan fuerte que está cerca de vomitar—. Se ha ido... se ha ido, ha muerto...

Y sé lo que pasó pero no puedo ni pensar en la palabra. La recojo en brazos de nuevo, siento la humedad, pegajosa y caliente fluyendo de ella. Ella todavía está sangrando.

—Lali, amor, estoy aquí.

—No, no... no lo entiendes. Tú no... no lo entiendes. Lo perdí. El bebé... perdí al bebé.

—Lo sé, cariño. Lo sé. Te tengo, estoy aquí. —No puedo mantener mi voz sin quebrarse. Estoy tan destrozado como ella, pero no puedo dejarlo salir.

Ella escucha de todos modos. Por fin parece darse cuenta de que soy yo. Está inerte en mis brazos, tuerce la cabeza para mirarme. Su rostro está manchado de rojo y el sudor, el pelo enmarañado y pegado a la frente.

—¿Pedro? Oh dios... dios. No se suponía que me siguieras.

Olas de ira salen de mí.

—¿Qué mierda, Lali? ¿Por qué te escapaste? Te quiero. ¿Crees que no haría...no haría? ... mierda... ¿qué crees que diría?

Ella golpea mi hombro con un puño débil.

—Es lo que me dijiste. Un bebé es la última cosa que querías. Y eso es lo que iba a tener. Un bebé. Un bebé de mierda.

—No, Lali. No. Eso no es lo que dije. Dije que un embarazo es la última cosa que necesitamos. No dije que un bebé era la última cosa que quería. Y ten en cuenta que, huir de mi... muy mal. Eres mía. El bebé es...habría sido mío. Yo cuidaré de ti. Siempre cuidaré de ti.

Estoy llorando. Como una maldita chica, estoy llorando abiertamente mientras llevo Lali a través del campo, tropezando con raíces y ramas y montículos.

—Estoy aquí... estoy aquí.
Ella está muy tranquila. Mirando hacia mí, con los ojos medio cerrados y débiles. Fuera de foco. Brillando, húmedos bajo la luna.

Sangrado en mí.

—Lo siento. Lo siento. Estaba muy asustada. Tengo miedo, Peter.

Es la primera vez que me haya llamado Peter.

—Lo sé, La, bebé. Te tengo. Vas a estar bien.

—No... no. No está bien. Perdí el bebé, Pedro. —Su voz se rompe.

—Lo sé... —Lo mismo ocurre con la mía—. Lo sé.

—Yo no quería un bebé. Yo no quería ser madre. Soy demasiado joven. Era demasiado pronto. Rogué para no estar embarazada todo el camino hasta aquí. Pero… pero no me refería a esto. Te lo juro. Yo no quería esto. Lo siento... No de esta forma. —Ella es apenas audible, divagando.

Ha perdido mucha sangre. Estoy cubierto del pecho hacia abajo. Mis brazos están temblando, mis piernas son de gelatina. Corrí hasta allí, muy rápido, y ahora sólo estoy operando por la adrenalina y pura determinación. Estoy casi corriendo con ella, tropezando en la oscuridad.

Entonces el resplandor amarillo de patio trasero del Esposito aparece y estoy buscando a tientas en la puerta corredera con los dedos ensangrentados. Maria Jose Esposito está frenética, pidiendo, exigiendo saber lo que pasó. Carlos Esposito está en el teléfono.

—Peter, ¿qué pasó? —La voz de Majo viene desde muy lejos.

No voy a dejarla de lado, no puedo. Está inconsciente. Aún sangrando sobre mí.

Una mano sacude mi hombro, me trae a la realidad.

—Pedro, ¿qué pasó? ¿Por qué está sangrando? —Carlos, duro, exigente, y enojado.

—Aborto Involuntario. —Es todo lo que puedo manejar.

—¿Mi…estaba embarazada? ¿De tu bebé? —Incluso está más enojado ahora.

—Yo no... no lo sabía. Ella no me dijo. Huyó. Vino aquí... —Miro hacia su hermoso rostro flojo—. Por favor, Lali. Despierta. Despierta.

Pero no despierta. Su cabeza se dobla a un lado raro, su mano cae libre y se balancea. Está apenas 
respirando... o ni siquiera lo está haciendo.

Azules manos enguantadas la toman de mí, con suavidad pero con firmeza. Trato de luchar contra ellos, pero otras manos me alejan. Ásperas y duras manos, muchas manos manteniéndome lejos de ella. Doy la vuelta. Papá. Carlos, mamá, Majo. Todos alejándome de ella. Gritándome, pero no hay sonido. Sólo un zumbido en mis oídos. Personas uniformadas dando pasos en mi visión, un chico joven de EMS.

Sus ojos son de color marrón y duros, pero compasivos. El sonido está de vuelta.

—... va estar bien, Pedro. Ha perdido mucha sangre, pero consiguió ayuda a tiempo. Necesito que te calmes o voy a tener detenerte y eso no va hacerle ningún bien a Lali.

Estoy jadeando. Le miró a los ojos. La esperanza se hincha en mi pecho.

—¿Ella no está muerta? ¿Ella va a estar bien?

—Ella está viva, sí. Inconsciente, pero viva.

—Tanta sangre... —Tropiezo hacia atrás, mi trasero cae en un sofá, golpeó el borde y caigo al suelo como si estuviera borracho.

—Ella está sufriendo una hemorragia bastante mala, pero los médicos serán capaces de pararlo, estoy seguro.

No escucho nada más. Estoy de vuelta a tiempo, de nuevo en un hospital de Harlem y un médico me explica algo, pero no le escucho bien, ya que me desconecté después de las palabras “perdieron el bebé”. Estoy de vuelta en el azulejo frío de la sala de espera del hospital, sollozando. Martina... muerto. Nunca me lo dijo. O ella no sabía que estaba embarazada. De cualquier manera, ella se ha ido, y también el bebé que ni siquiera conocía.

Manos me mueven, me empujan, me tiran. Sacan mi camisa empapada, limpio mi torso con una toalla húmeda y caliente. Los dejo. Estoy en tantos lugares. Rasgado, mezclado, destrozado, roto.
Otro bebé que nunca llegué a conocer o mantener, ido. Hubiera estado allí. Pero nunca tuve la oportunidad. Nadie me preguntó que es lo que yo quería. Simplemente lo asumen porque soy un matón que no sabe leer y que no querría un bebé.

No es justo, sin embargo. Martina no tuvo oportunidad tampoco. Tal vez me lo habría dicho. Quiero ser padre. Hablamos de niños, Martina y yo. Ella los quería. Me callé y la dejé hablar, no le dije lo que pensaba. No le dije que me hubiera encantado aquel niño y que lo hubiera dejado ser como sea que él quisiera ser, incluso si no sabía leer. Es todo lo que quería, toda mi vida, y nunca llegó.

Y ahora se ha ido, otra vez.

Repentinas quemaduras de ira se mueven a través de mí, blanco caliente, explosiones potentes.
No es jodidamente justo.

No soy yo, de repente. Soy un observador viendo como alguien que se parece a mí se pone en pie, coge el objeto más cercano, un pesado, grueso y acolchado sillón y lo tira a través de la puerta corredera. Hace añicos el vidrio, disperso, agrietando el marco.

Manos familiares pero extrañas tocan mi hombro.

—Va a estar bien, Pedro. —La voz de mi padre, murmurando bajo en mi oído—. Cálmate.

Pero él no lo sabe. Él no me conoce. No sabe una mierda sobre mi vida o algo que haya pasado. Lo empujo lejos y acecho por la puerta principal. Me subo al volante e mi coche de alquiler. Carlos Esposito se desliza a mi lado.

—¿Seguro de que debes conducir, hijo? —Su voz es cuidadosamente neutral.

—Estoy bien. Y no soy tu maldito hijo. —No estoy bien, pero eso no importa.

Me obligo a conducir al hospital y antes de que pueda salir del coche, Carlos pone su mano en mi antebrazo.

—Espera un segundo, Peter.

Yo sé de qué se trata.

—No es el momento, Carlos.

—Es el momento. —Sus dedos se contraen en mi brazo, y yo estoy cerca de arrancarle la mano de encima, pero no lo hago. No tiene miedo de mí, pero debería—. Ella es mi hija. Mi única hija.

Dejo caer mi cabeza, trazo profundo en mis aprovechadas reservas de calma.

—La quiero, Carlos. Juro por mi maldita alma, yo no lo sabía. No la habría dejado ir sola a ninguna parte si lo hubiera sabido. Ella... ella salió corriendo. Estaba asustada.

—¿Cómo pudiste ponerla en esa posición después de lo que pasó? —Está herido también, asustado y enojado.

Lo entiendo.

—Estábamos pasando a través de eso. Juntos. Las cosas entre nosotros solo pasaron y no voy a darte una jodida explicación ahora, ni nunca. Ella es adulta, hizo su elección. Estamos hechos el uno para el otro. —Fijo mis ojos a los suyos, y maldita sea, ojalá sus ojos no se parecieran tanto a los de ella, duele
—. Me ocuparé de ella. Ahora y siempre.

Él no contesta, simplemente se queda sentado y me mira, con sus ojos clavados en mí. Veo al padre en él, pero también veo el astuto hombre de negocios, perforando, buscando con los ojos de un hombre acostumbrado a juzgar el carácter de forma rápida y precisa.

—Puede que sea una adulta, pero sigue siendo mi bebé. Mi niña. — Su voz es profunda, baja y amenazante—. Será mejor que cuides de ella. Ha pasado por mucho. ¿Y ahora esto? Maldito seas, mejor cuida de ella. O te juro por Dios que te mato.

Es una amenaza que no necesito, pero lo entiendo. Me encuentro mirándolo fijamente. Dejo que él vea un poco del lado más oscuro de mí. El matón que nunca aprendió pronto a dar marcha atrás, nunca, para nadie. Él asiente con la cabeza, después de un largo tiempo. Salgo y entro en el hospital, pido a la enfermera en el escritorio por el número de habitación.

Uno y cuatro y uno. La UCI.

Mis botas crujen en el azulejo. El sabor de antisépticos pica en mis fosas nasales. Una voz femenina que suena vagamente grazna indistintamente en el PA. Una joven morena en batas de color granate pasa a prisas por delante de mí con una computadora tablet en sus manos.

Luego estoy contando habitaciones, una, tres, siete; una, tres nueve;... uno, cuatro, uno. Un monitor emite un pitido constante. Me detengo en la apertura de en la cortina, la mano sobre la tela, temblando.
Una mujer mayor, con el pelo rubio claro levantado en un moño severo aparece a mi lado.

—Está durmiendo. Le hicieron algunas pruebas, y van a hacerle algo más adelante.

—¿Sigue sangrando?

—No tiene más que una hemorragia, pero sí, ella sigue sangrando.

—Me mira, tocando la tabla contra su palma—. ¿Usted es el padre?

Casi me ahogo ahí mismo.

—Soy su novio, sí. —Mi voz es baja, casi un susurro.

Se da cuenta de su metedura de pata.

—Lo siento. Fue insensible de mi parte. Puedes ir con ella, pero déjala dormir.
Entro. Dios, está tan blanca como la nieve. Tiene un aspecto tan frágil, así. Tubos en su nariz, agujas en su muñeca.

Me siento. Y me siento. Y me siento. No hablo con ella, porque no sé qué decirle.

Ellos vienen y mueven su cama, mientras que todavía está dormida. Inconsciente, no dormida. No necesita ningún eufemismo. ¿Se despertará? No van a decírmelo, lo que me dice que tal vez no.
Termino en la capilla, no para rezar, sino para sentir el silencio, estar lejos de el olor del hospital, el hedor de la enfermedad y la muerte, el sonido de las zapatillas de deporte contra el azulejo y haciéndose eco de las voces y los pitidos de los monitores. Lejos de las caras como la mía, serias, tristes, preocupados, con miedo.

Las vidrieras brillan púrpuras, rojo, azul y amarillo, representando algo que no me interesa conocer. La cruz es de madera enorme y vacía de un marrón barro.

Mi padre me encuentra en la capilla, y él tiene mi primera guitarra en la mano. Maltratada, rayada, sin nombre de marca, cadenas de madera y acero bronceado, dejada atrás con toda mi otra mierda. No sé por qué me trajo la guitarra, pero estoy agradecido.

Estamos solos en la capilla. Él no me mira cuando habla.

—Te debo una vida de disculpas, Peter. Eres un buen hombre.

—No me conoces, papá. Nunca lo has hecho. No sabes la mierda que he tenido que hacer.

—Lo sé. Pero estás aquí, y la quieres, claramente. Lo has conseguido por tu cuenta, sin nuestra ayuda. Deberíamos haber estado allí para ti, pero no fue así. Así que... lo siento.

Sé lo mucho que le costó decir eso, pero no es en absoluto suficiente. Es un comienzo, sin embargo.

—Gracias, papá. Me gustaría que me hubieras dicho eso hace mucho tiempo, pero gracias.

—Sé que no te compensa por la forma en la que te tratamos al crecer, por dejarte ir por tu cuenta como lo hicimos. Eras demasiado joven, pero yo…yo estaba…

—Centrado en tu carrera y en tu niño de oro. —Me froto mi cabello con la palma de mi mano—. Lo entiendo. No quiero hablar de esta mierda. Todo ha terminado, son viejas noticias. Estoy aquí por Lali, no para hacer las paces, rotas hace décadas.

Chasco para abrir la caja y levanto la guitarra fuera. Está horriblemente desafinada. Le doy la vuelta abro el pequeño cubículo en el caso en que el cuello se encuentra, saca un paquete de cadenas. Me ocupo de encordar la guitarra, afinarla. Papá sólo mira, perdido en pensamientos, recuerdos, o arrepentimientos.

Sinceramente, no me importa una mierda.

Se va, eventualmente, sin decir una palabra.

Entonces empiezo a tocar. La música sólo sale espontáneamente, como un río. Me encorvo sobre mi guitarra, sentado en una dura banca en el centro de la capilla, mirando a mis desgastadas botas Timberland manchadas de aceite. Estoy cantando en voz baja, y estoy perdido en la bruma de composición, donde la música es una inundación que me lleva encima, abrasando las palabras y la melodía dentro de mí.

—¿Señor Lanzani? —Una voz de mujer, tímida viene de la puerta de la capilla. Vuelvo la cabeza ligeramente para reconocerla—. La Señorita Esposito está despierta. Ella pregunta por usted.

Asiento con la cabeza, empaco mi guitarra y la llevo mientras sigo a la enfermera de nuevo a la habitación.

Ella se muerde el labio cuando entro, arañando las cicatrices de sus brazos con el dedo índice. Saco la silla de las visitas de plástico duro al lado de la cama y tomo sus dedos en mi enorme palma. Beso su mano, cada nudillo. Trato de no llorar como una maldita chica.

Me mira y sus ojos están enrojecidos, grises-verdes, tan hermosos y tan rotos.

—Peter…Pedro…Yo…

Toco sus labios.

—Shhh. Te quiero. Siempre.

Todavía ve a través de mí.

—Tú no estás bien tampoco, ¿verdad?

Niego con la cabeza.

—No, en realidad no. —Veo la pregunta en sus ojos, por lo que yo suspiro y le cuento la historia—. Ya te dije acerca de Martina, de cómo murió.

—Sí. —Ella es vacilante, como si pudiera adivinar a dónde va esto.

—Yo estaba en el hospital, ya que algunos de mis chicos fueron heridos en todo el lío y yo tenía que ver con ellos. Asegurándome de que todo el mundo estaba bien. De alguna manera una de las enfermeras me conocía, sabía que yo estaba con Martina. Creo que ella vivía en el mismo edificio que Martina o algo así. —Tengo que respirar profundamente para mantener la voz firme, incluso después de todos estos años—. Ella me dijo... Dios, mierda. Ella me dijo que Martina estaba embarazada cuando murió. Yo ni siquiera lo sabía. No sé si Martina sabía. No estaba de mucho, sólo unas seis semanas o algo así. Pero... sí. Embarazada. Ni siquiera llegué a... ella nunca tuvo la oportunidad de decírmelo.

—Oh dios, Pedro. Lo siento mucho. Soy...oh, Dios mío, Pedro.

—Sí. —No puedo mirarla, sólo puedo mirar fijamente mis uñas manchadas de grasa—. Entiendo por qué huiste, Lali. Lo hago. Así que, sólo promete que no huiras de mí nunca más. Tienes que jodidamente prometerme eso. Especialmente para mierdas como esta. Sé que soy... yo sé que sólo soy un mecánico analfabeto, pero puedo cuidar de ti. Puedo amarte y si, si, si... yo cuidaré de ti, no importa qué.

Ella solloza.

—Oh dios, Pedro. No es por eso que me fui. Eres mucho más que un mecánico analfabeto, Pedro. No eres un matón. Tú no eres ninguna de las cosas que piensas que eres. Eres mucho más. Tenía miedo. Me entró el pánico. —Intenta respirar a través de las lágrimas—. No debería haberlo hecho. Lo siento mucho. Es mi culpa, Pedro. No debería haberme ido, no debería haber estado corriendo, debería haber…

Aprieto su mano con fuerza.

—No, Lali. No. No te atrevas. Esto no es culpa tuya.

Un médico llega en ese momento.

—No pude evitar escuchar —dice. Es viejo, indio, exudando compasión y eficiencia—. No es tu culpa, en cualquier forma, Lali. Estas cosas a veces suceden y no tenemos manera de saber el porqué, no hay forma de prevenirlas. —Su mirada y su voz van intensamente serio—. Usted no debe ser víctima de culparse a sí misma. El hecho de que estuviera corriendo en ese momento no causó el aborto involuntario. Nada de lo que hiciste o no hiciste lo causó. Simplemente sucedió y no es culpa de nadie.

Ella asiente con la cabeza hacia él, pero te puedo decir que va a culparse de todos modos. El médico le dice que descanse y que estarán observando su mejora durante la noche. Cuando se va me pongo en pie, me inclino sobre ella y la beso tan suavemente como puedo.

—Por favor, no eches esto sobre ti misma, La, bebé. Ya has oído al médico. Simplemente sucedió.

—Lo sé. Lo sé. Lo estoy intentando. —Ella mira mi caja de guitarra—. Toca algo para mí, por favor.

—¿Qué quieres oir? ¿Algo feliz? —Tomo la guitarra y la poso en mi rodilla.

Ella niega con la cabeza.

—No, sólo... algo. Lo que quieras. Toca una canción que signifique algo para ti.

Empiezo con "Rocketship" de Guster, porque esa canción siempre ha tocado la fibra sensible de mí. Escuché esa canción todo el tiempo, en la repetición. Me toco una y otra y otra vez, casi tanto como mi canción de cuna para mí mismo. La idea de un cohete llevándome lejos, con destino a algo nuevo... sí. Podía identificarme.

Siento a la gente detrás de nosotros, pero no me importa. Déjalos escuchar.

—Toca otra cosa —dice Lali—. Lo que sea.

Suspiro.

—Escribí una canción mientras dormías. Es... un adiós, supongo que se podría decir.

—Tócala. Por favor.

—Los dos vamos a llorar como malditos bebés —le digo.

—Sí, lo sé. Toca de todos modos.

Asiento con la cabeza, toco los acordes iniciales. Es una canción simple, casi una canción de cuna. Suspiro, cierro los ojos y dejo que todo salga.

Nunca tuviste un nombre.

Nunca tuviste una cara.

Un millar de respiraciones que nunca tomas

Eco en mi mente,

Mi niño, niño, niño.

Las preguntas parpadean como las estrellas,

Innumerables en el cielo nocturno.

¿Tú soñabas?

¿Tenías un alma?

¿Quién podrías haber sido?

Nunca has conocido a mis brazos,

Nunca has conocido los brazos de tu madre,

Mi niño, niño, niño.

Voy a soñar por ti,

Voy a respirar por ti,

Voy a preguntar a Dios por ti,

Voy a sacudir los puños y gritar y llorar por ti.

Esta canción es para ti,

Es todo lo que tengo.

No te da un nombre.

No te da un rostro.

Pero es todo lo que tengo para dar.

Todo mi amor es en estas palabras que cantan,

En cada nota encantada de mi guitarra,

Mi niño, niño, niño.

No te has ido,

Debido a que nunca estuviste.

Pero eso no significa que,

Pasaste sin amor.

Esto no quiere decir que te he olvidado,

Niño por nacer, niño, niño.

Te entierro a ti,

Con esta canción.

Te lloro.

Con esta canción.

La última nota se cuelga en el aire. Lali está sollozando en sus manos. Oigo una tos ahogada detrás de mí, vuelvo a ver a una multitud alrededor de la puerta, las enfermeras, los médicos, enfermeros, pacientes y visitantes, todos ellos claramente afectados. Mis mejillas están mojadas y mis ojos pican. Por una vez, lo dejé salir, dejándome a mí mismo débil.


Lali se apresura a salir de la cama, los cables y los tubos la hacen tropezar, y se arrastra hasta mi regazo. La acuno contra mí, sosteniéndola suerte, y lloramos juntos. La consuelo de la única manera que sé: con mi silencio, mis brazos, mis labios en su piel. No hay palabras para esto, y las únicas que tenía, las canté.

5 comentarios:

  1. mierda lloro :C
    masssssssssssssss
    @x_ferreyra

    ResponderEliminar
  2. ayy nooo pobre lalii pobre piittt
    maasss :')

    ResponderEliminar
  3. que triste.. lo de pablo y ahora el bebe mucho para lali.. :(
    lolazh

    ResponderEliminar
  4. Ay no dios que cap más triste!!!
    Primero pensar que Peter no encontrará a Lali!!
    Después saber que esta sangrando y perdió al bebé!
    Como Peter se aísla de todo y sufre en silencio!
    Ay no la canción me lloro todo en ese momento !
    Que triste Martina también estaba embarazada ay no pobre Peter tanta mierda en su vida!!
    Ojala y juntos logren salir de todo eso!
    Más

    ResponderEliminar
  5. No salen d una y ya están en otra.
    Espero k todo mejore a partir d ahora ,k ya les toca.

    ResponderEliminar