jueves, 12 de junio de 2014

Capitulo 9 (2 Parte)

Capitulo 9


¿Nervios? Los tengo. Noto que mi corazón está haciendo esa cosa rara, hinchándose, martilleando, tartamudeando, haciendo daño y sé que he decidido.

Me muerdo el labio, y se acabó.

—Mierda. Estás loca, nena. —Su voz es un gruñido salvaje, que se habla entre dientes.

Ni siquiera veo que se mueva. Un segundo está allá, el siguiente chocando contra mí, sus labios aplastando los míos, y fiel a su palabra, toma mi labio inferior en su boca y lo chupa, lo lame. Estoy sacudida y sorprendida por la repentina violencia de su beso, y luego me derrito mientras succiona mi labio. Y entonces yo soy puro líquido debajo de él, porque él es bruscamente suave, tomando mi rostro entre sus manos, mirándome con los labios apenas rozándome, y entonces me besa despacio y tan profundamente, tan profundamente, yo estoy sólo... perdida. Su boca se mueve sobre la mía, me reclama, me roba el corazón con sus labios, toma mi cuerpo con su boca.

Nos habíamos besado antes, y era, cada vez, el mejor beso que había tenido. Mi corazón se aprieta cuando me doy cuenta que esto incluye, por un desprendimiento de tierra, cada beso que Pablo me dio alguna vez.
Simplemente no hay comparación. Eso duele, lo hace. Duele tan dulcemente, tan profundamente, tan extrañamente, yo no sabía qué hacer con él.

Este beso... yo me he ido. Ido. Lo sé, en este momento, sé que yo le pertenezco. Es lo que él dijo: Yo soy suya. ¿Cómo sucedió? no lo sé. Realmente desearía hacerlo.

—La última oportunidad, La, bebé. —Su voz en mi oído, ni siquiera un susurro, apenas respiraba por la vocalización que siento en mi oído—. Dime que no quieres esto.

Lo empujo hacia arriba y veo el dolor en sus ojos antes de que lo pueda corregir. Él empieza a bajar, pero yo le cojo el bíceps y lo mantengo en su lugar. Hundo mis dedos bajo el dobladillo de la camisa y lo despego. Los ojos de Pedro se abren como platos y se lame los labios.

—Quiero esto. —Digo lo más fuerte que puedo, lo que es un suspiro sin aliento, como máximo—. Necesito esto.

Sus ojos cambian, entonces. Son salvajes. Oh, muchacho, aquí vamos.

—Quítate el tanga y separa las piernas.

—Dime por favor. —Encuentro la fuerza en el juego. Mi terror, mi vulnerabilidad disminuyen, y estoy agradecida.

Él sólo se me queda mirando. No me muevo para obedecer. Sacude la cabeza y medio parpadea en incredulidad. Después tira de mi tanga y se deshace de él. No jala de él, no le hace malgastar ningún esfuerzo. Él sólo puso dos dedos sobre la cuerda en mi cadera, dos dedos por el otro lado dentro del triángulo sobre mi núcleo, y tiró. Rasgón. Se ha ido.

Estoy desnuda. Que fácil.

—Me gustaba el tanga —protesto.

—Deberías haber escuchado, entonces. —Desliza los dedos por mi vientre, que se aprieta, y a través de mis partes pudendas y por mis muslos sujetos de forma apretada—. Ahora, separa las piernas y no dudes en gritar. Nadie puede escucharte.

—Qu... oh. —Ni siquiera tengo tiempo para procesar mi confusión ante la lengua está haciendo algo travieso con mi clítoris.

Abro mis piernas. Ampliamente. Meto los talones contra mis nalgas y dejo que mis rodillas se desmoronen.

Soy descarada.

—Sí, La. Así. —Respira en mis pliegues—. Dios... maldita sea. Dulce como el azúcar.

Me sonrojo por sus palabras, y luego no tengo espacio en cabeza para nada más que los rasgadores gritos de mi garganta. Porqué Dios...

Nunca he sentido algo como esto. Nunca. Me retuerzo en la cama, me arqueo, me derrumbo al momento contra la lengua que me está bebiendo a lengüetazos. Y entonces... oh sí, se pone mejor. Desliza un dedo dentro de mí y se queja, y yo... lo pierdo. Ardo. Grito tan fuerte que me duelen  mis propios oídos, antes de juntar mis dientes y apretar la mandíbula.

—¿Confías en mí? —Su voz es una sorpresa, y estoy tan perdida en la sensación que ni siquiera entiendo sus palabras.

—¿Qué… qué?

—Confía. En. Mí. —Sus dedos no habían detenido sus vueltas, remolinos y exploraciones.

—Tus dedos están dentro de mí, así que sí.

—Podrías querer morder una almohada.

—¿Por qué…? —comencé la pregunta, pero nunca la terminé—. Oh… ¡mierda!
Se ríe, pero es una risa complaciente. Tiene dos dedos en mis  pliegues ahora, y un tercero está… oh, demonios. Ni siquiera lo creo, no puedo siquiera desentrañarlo o entenderlo, pero está allí abajo. Sucio y 
oscuro.

Muerdo una almohada. Mi existencia entera es un torbellino de éxtasis atroz. Simplemente no puedo contenerlo. Me estoy desmoronando, y ni siquiera me vine aún. O tal vez lo estoy haciendo.

Tal vez esto es lo que está más allá del borde, y esta es la primera vez que en realidad he estado allí. No sé. 
No puedo soportarlo. Grito en la almohada, sollozo, me arqueó y me sacudo. Encuentro mis dedos enredados en su cabello y aplastándolo injustificadamente contra mí, incluso mientras estoy rogándole.

Rogándole qué, no sé.

—Pedro… Pedro… por favor… oh dios, oh dios, oh dios mío…

¿Ves? ¿Estoy pidiéndole que se detenga? ¿Qué nunca jamás se detenga, ni siquiera para respirar? No sé. Es sólo una diminuta intrusión, en realidad, la puntita de su dedo meneándose dentro de mí en mi lugar prohibido. Pero es extraordinario.

—¿Qué… qué me estás haciendo? —pregunto.

—Haciéndote venir. Masturbando tu apretado, culo virgen. —

Regresa su boca a mis pliegues y chupa mi nudo ampuloso en su boca, y grito, me arqueo en él—. Estoy poniéndote lista.

—¿Lista para qué? —Quiero saber. Dios, quiero saber. ¿Hay más?

—Córrete, y te mostraré.

—¿Pensé que me estaba viniendo?

Se ríe entre dientes.

—Oh, no. —Alcanza con su mano libre, y de repente está en todos lados. Pellizcando mi pezón y rodándolo, tocándome, enroscando y embistiendo, lamiendo, chupando…—. Córrete. Ahora.

Es una orden, y no tengo opción más que obedecer. Exploto en pedazos, líquido, fuego, gritos y sollozos. En verdad sollozos. Como, con lágrimas. Y luego… luego se cierne sobre mi cuerpo como el predador que 
es.

La barba alrededor de su boca está húmeda. De mí. Me sonrojo, duro. Santo dios, oh dios mío, oh mierda. Él es tan grande. Todo músculo, líneas marcadas y bordes duros, tan grande sobre mí. Su presencia impide el paso del mundo. Todo lo que veo es tatuajes, piel, ojos zafiro y cabello negro. Y luego bajo la mirada, y veo su… su él. Su polla.

Me gusta esa palabra. Nunca la uso. Comencé a maldecir abiertamente después que Pablo muriera. No me importaba ya. ¿Pero sexo? Desaparecido. No era parte de mi vida, después de eso. Dije palabrotas, maldije, me emborraché, pero no podía entender el sexo. Me enterré a mí misma en clases en un colegio comunitario y trabajé para papá en su oficina y no vi a nadie, no hice nada, era nadie. Trabajé. Estudié. 
Toqué música. Era la muerta viviente, una cáscara de culpa asolada.

Ahora… estoy viva. Muy viva. Y me gustan las palabras sucias.

Estoy avergonzada. Y me gusta. Parcialmente porque la culpa de lo que estamos haciendo es una clase nueva de dolor, y el dolor me centra.

De vuelta a su polla. Es… gloriosa. Yo sólo… oh, dios. Lo sentí, antes. Pero verlo todo, cada centímetro viniendo por mí… olvido respirar y muerdo mi labio.

—No te preocupes. Seré cuidadoso. —Su voz es tan, tan tierna.

Pensó que tenía miedo, creo. Y de repente, con esa realización, lo tengo. Estoy aterrorizada. Asustada hasta la mierda. Otra realización pasa sobre mí, y trae una ola después de ola de dolor, culpa, vergüenza y lágrimas.

— ¿Lali? ¿Qué pasa? ¿Por qué estás llorando? —Cae al lado de mí y acurruca mi cara con su nariz—Mierda. Mierda. Hice esto. Demasiado. Dios… maldita sea. —Presiona su palma a su frente.

—No… —Ahogo la palabra pasa a sollozos atormentados, desgarradores—. No. No tú…

—¿Entonces qué?

—Bueno, seh. —Respiro profundo y clavó las uñas en mi antebrazo. El dolor hace su trabajo y me calma
—. Eres tú, pero no… no lo que estás pensando.

—Tiene sentido, maldita sea —gruñe.

—Lo siento. Lo siento. —Trago aire y tiro mi cabello, jalándolo hasta que duele—. Tú eres muchísimo. Muchísimo. Muchísimo más que… alguien. Muchísimo más que; que Pablo. —Y con esa última palabra estoy sollozando de nuevo.

—Joder. —Está sobre mí, en un codo y mirándome fijamente, pero puedo apenas verlo a través del borroso escozor de sal en mis ojos—. Lali, soy sólo yo. Sé que dije última oportunidad, pero… se acabó. ¿De acuerdo? No… no tengas miedo. No… dios. Soy tan jodidamente cretino. Mira, esto es acerca de ti, ¿bien? Siento empujarte en esto.

Río después sollozo.

—Eres tan idiota. —Logro decir.

Ante lo cual se tensa, congelado, rígido.

—¿Qué? ¿Cómo me llamaste? —Su voz es fría, totalmente serio.

Me giro para mirarlo, y veo que está enfurecido, la mandíbula apretada y tensada, los músculos del cuello estirados.

—Pedro, yo… sólo quise decir que no tenía miedo, no de ti. Y dije que eres un idiota porque estás actuando como si me empujaras en esto. No lo hiciste. Te empujé en esto. —Está temblando, está muy enojado, y estoy confundida y aterrorizada—. Lo siento… lo… no quise decirlo… por favor… yo…

—Cállate por un segundo y déjame calmarme, ¿de acuerdo? — Asiento y quedo en absoluto silencio. Después de unos minutos, habla con una voz mucho más calmada—: Tengo un problema con esa palabra. Con que me llamen idiota o estúpido. O cualquier cosa como esa. Retardado, lerdo, mierdas como esa… es un botón para mí. No lo digas. Nunca, ni siquiera en broma. ¿Entendiste?

Asiento.

—Sí. Lo entendí. Lo siento. No eres un idiota. Eres asombroso. Eres… demasiado. Ese es mi punto. Es…

—No necesito que te entusiasmes mucho intentando componerlo — interrumpe Pedro.

No puedo evitar apartar mi mirada a la suya, buscándolo, preguntándome que le sucedió para hacer esa clase de problema para él.

Obviamente, alguien solía insultar su inteligencia regularmente. Por ello es un enorme problema para Pedro, hay únicamente una fuente posible.

Sólo que no puedo ver al Sr. y la Sra. Lanzani haciendo eso. Siempre fueron tan comprensivos con Pablo, tan cariñosos, tan amables. Estrictos, en ocasiones, especialmente cuando venía para asegurar que cualquier publicidad fuera positiva, pero eso es entendible.

—No lo estaba haciendo —digo en voz baja—. Estaba explicando por qué de repente comencé a gritar como una chica.

—Eres una chica —señala.

—Sí —digo—. Pero hasta que me acosaste para hablar sobre cosas, no había llorado en absoluto. Quiero decir… para nada.

Pedro se mueve en la cama para mirarme.

—¿Nunca lloraste por lo que sucedió a Pablo?

—No.

—¿Nunca lloraste su muerte? —Suena casi incrédulo.

—¿Llorar su muerte? —La idea parece extraña. Lo dice como si  fuera lo esperado.

Levanta la cabeza para mirarme fijamente.

—Sí. Llorar su muerte. Atravesar las etapas. —Se deja caer hacia atrás, frotándose entre los ojos con los dedos—. Por supuesto que no lo hiciste. Probablemente por qué estás tan jodida sobre ello.

Lanzo un brazo encima de mi rostro para ocultar mi irritación, dolor y el estallido de miradas despiadadas.

—Murió. Lidié con ello.

Pedro resopla.

—No. No lidiaste con una mierda. Te automutilas, Lali.

—No he hecho eso en semanas. —Soy consciente que estoy frotando las cicatrices con mi pulgar, pero no 
puedo evitarlo.

Me agarra las manos y las obliga a apartarlas, traza el dibujo de las líneas blancas con la punta de un dedo. 
Es un gesto tierno que abraza mi corazón, hace mi mandíbula temblar. Sus ojos están entristecidos.

—Bueno —dice. Sus ojos encuentran los míos, y se vuelven firmes, duros—. Si alguna vez te automutilas de nuevo, me enfadaré. Como, muy, muy mucho. No quieres ver eso.

No, seguro como el infierno no. No le contesto, sin embargo. No puedo prometer eso. He logrado no cortarme en un tiempo, simplemente porque he tenido a Pedro en el cerebro y eso es suficiente confusión para sacar mi mente del impulso de hacerme sangrar hasta entumecerme.

No lo engaño. Agarra mi mentón con dos fuertes dedos y vuelve mi cabeza para enfrentarlo.

—Prométemelo, Lali. —Sus ojos están cerúleos intensamente—. Promételo. No más cortes. Si sientes el impulso, me llamas. Me tienes, lidiaremos con ello juntos, ¿bien?

Deseo poder hacer esa promesa pero no puedo. No entiende cuán profunda es la necesidad. La odio, realmente lo hago. Siempre siento incluso más culpa después de haberme cortado, lo cual hace el problema peor. Es como esta costumbre que no puedo sacudir, pero no es solo una costumbre, es como una adición de la que estoy avergonzada, fumar o consumir píldoras o lo que sea. Sé que entiende la necesidad de mutilar, pero no se da cuanta cuán incrustado en mí, está el impulso.

No había contestado. Estoy mirando el techo, temblando. Quiero prometérselo. Quiero estar curada, nunca querer marcar líneas de dolor en mis muñecas, en mis antebrazos de nuevo. Pedro  se sienta derecho, y todavía está desnudo, ya no duro y estoy fascinada por su polla no-erecta. Es una distracción, y solamente momentánea. Pedro me agarra, me levanta, y estoy en su regazo, en sus brazos, obligada a encontrar su mirada airosa.

—Prométemelo de una jodida vez, Lali.

—¡No! —Me libero de un tirón, me aparto, fuera de la cama, lejos de su piel cálida y músculos duros y ojos airosos y con piercings—. ¡No! No puedes decirme eso, no puedes ordenarme. ¡No lo entiendes! No puedes sólo aparecer en mi vida e intentar cambiarla de ese modo.

—Sí puedo. —Su voz es calmada pero intensa.

Todavía está en la cama, observándome. Estoy buscando en la pila de ropa en el piso, pero no puedo encontrar mi camisa o mis bragas, así que me pongo una camisa de Pedro. Me llega a medio muslo, es suave y huele como él, lo que es confuso, reconfortante e increíble.

—No. No puedes. No me conoces. No sabes lo que pasé. No sabes cómo me siento.

—Porque nunca deberían haberte dejado sola para lidiar con ello. Nunca te deberían haber permitido enterrar todo y dejarlo infectarse. La muerte de Pablo es una herida abierta dentro de ti. Nunca se ha curado, nunca tuvo una costra encima. Está toda jodidamente fea y gangrenosa, Lali. Está podrida. Tienes que dejar entrar a alguien. Necesitar dejarme entrar.

—No puedo… no puedo… —Estoy corriendo, ahora. Fuera de su cuarto, dentro de la cocina.
Es una bebida o un corte. Él está trayendo todo a la superficie, obligando a toda la mierda que he enterrado a resurgir. Lo sabe y lo está haciendo a propósito.

He mantenido todo abajo por mucho tiempo, y siempre que amenazaba con surgir, salir, bebía hasta colocarlo de vuelta abajo, o me mutilaba y sangraba en lugar de sentirlo, en lugar de llorar, gritar o estar furiosa.

Sé que tiene whiskey en algún sitio, pero no puedo encontrarlo. No está en el refrigerador, y no puedo llegar lo suficiente alto para mirar en el armario encima del refrigerador donde sé que debe estar. Subo en la encimera, lo alcanzo, y pierdo el equilibrio. Caigo, golpeando duro en el piso, y el aliento es sacado de mí.
Está ascendiendo. Surgió cuando me forzó a llorar, cuando me hizo admitir que maté a Pablo. La culpa asciende y sale, y eso duele, como cuchillos cortando en tiras mi corazón.

¿Esto?

Esta es la aflicción. La pérdida. El conocimiento de que Pablo se ha ido. Por supuesto que se ha ido, he sabido eso. Pero esta es la aflicción.

El dolor. La soledad. Es peor que la culpa. Siempre supe que la culpa estaba mal y fuera de lugar. La culpa que no puedo justificar alejarse, no puedo mover o explicar o enterrar más tiempo.

Estoy luchando contra los sollozos, luchando contra el apretón en mi estómago y mi corazón.

No.

No.

No lo dejaré salir.

Él obligó a salir la culpa. No puede obligar a salir la aflicción. No la quiero. Es demasiado. Me hará trizas.
Un cajón se abre de golpe, la vajilla de plata tintinea. No estoy consciente de mover, pero soy yo rebuscando en el cajón por un cuchillo.

Lo dejé estar enojado. No me importa. Escucho sus pasos dando fuertes pisadas, ahora. Ha estado dándome espacio para calmarme supongo, pero ahora sabe lo que estoy haciendo.

Él llega demasiado tarde.

El dolor es un alivio sagrado. Veo en culposa satisfacción mientras una línea diminuta de rojo brota de mi antebrazo. El cuchillo no era muy filoso, así que tuve que presionar. Es un corte profundo.

—¡¿Qué mierda…?! —Pedro, usando pantalones cortos, se apresura hacia mí, furioso, asustado—. ¡Lali!! ¡¿Qué mierda?!

No me molesto en contestar. Estoy mareada. Sangrando. Miro abajo y veo el rojo extendiéndose, y es bastante. Me corté profundo. Muy profundo. Bien. El alivio se desliza lejos y resbala por el suelo laminado y rayado.

Estoy en sus brazos, y hay presión alrededor de mi brazo. Una toalla blanca, volviéndose rosa hasta carmesí. Está apretando mi brazo tan fuerte que duele y pasa el dolor del corte. La toalla está envuelta alrededor de mi brazo, y después un cinturón cinchado apretado.

Estoy entre sus rodillas, mi espalda en su frente. Siento su duro pecho y su respiración frenética, jadeante, sus brazos alrededor de mis hombros. Está sosteniendo el cinturón en una mano, mi muñeca en la otra. Su rostro está presionado en la cima de mi cabeza. Su respiración resopla fuerte en mi oído, en mi cabello.

—Maldita sea, Lali. ¿Por qué?

Encuentro mi voz. El dolor en sus palabras es palpable, como si lo hubiera cortado a él en lugar de a mí misma, y quiero aliviarlo. Raro. Quiero aliviar su sufrimiento, el dolor sobre mi corte.

—No puedo soportarlo —susurro, porque un susurro es todo lo que puedo lograr—. Es demasiado. Él se ha ido, y no va a regresar. Mi culpa o no… se ha ido. Está muerto. Es huesos en un cajón de madera, un recuerdo mortecino. Nada detiene ese sufrimiento. Ni siquiera el tiempo.

—Lo sé.

—No lo sabes. —La última palabra es un gruñido, colérico—. No estuviste allí. No estás en mi cabeza. No lo sabes.

—Era mi hermanito, Lali. —Su voz suena casi tan rota como la mía.

—Pero… lo dejaste cuando teníamos once. Nunca siquiera volviste de visita. —Eso era algo que Pablo y yo nunca hablamos, pero sabía que lo confundía, lo lastimaba. Sus padres no hablarían sobre Pedro.

—Seh, bueno… no tenía muchas opciones. Estaba apenas sobreviviendo. Lo extrañaba cada día. Le escribí miles de cartas en mi cabeza mientras intentaba dormir en los bancos de parques y en cajas en callejones, cubierto en periódicos. Miles de cartas que nunca sería capaz de escribir, no podía escribir. No podía permitirme comida o refugio, mucho menos un billete de vuelta a Detroit.

Algo en lo que dijo me parece tan raro, pero estoy mareada, débil y neblinosa, y no puedo localizar qué.
Suelta la presión del torniquete improvisado, con mucho cuidado levanta la toalla. La sangre se filtra poco a poco, pero con lentitud. Soy levantada y cargada, y dejo mi cabeza caer contra su pecho amplio. Me coloca en la cama, desaparece, vuelve con un rollo de gasa, cinta médica y un tubo de Neosporin.

—Probablemente deberían ponerte puntos —dice, doblando un vendaje, colocándolo sobre el corte y rodando la gaza apretadamente alrededor de mi brazo—. Pero sé que no querrás. Así que esto tendrá que funcionar.

—¿Cómo sabes que no querré? —pregunto.

—¿Querrías?

—Infiernos, no. Pero ¿cómo lo sabías? —Miro cuando encinta el borde de abajo.

—No los querría, si fuera yo. Habría preguntas, servicios sociales, psicológicos y la sala psiquiátrica. Lo peor de todo, llamarían a tus padres. —Pone dos dedos debajo de mi mentón, un pulgar a lo largo de mi mandíbula—. Que es lo que conseguirás si esta mierda sucede de nuevo. Te llevaré a la jodida ER y llame a tus malditos padres yo mismo, como debería hacer en este momento, pero no lo haré.

—¿Por qué no? —susurro.

—Porque lo entenderán todo mal. No es un llanto por atención o cualquier de esas mierdas vacías pseudopsicológicas. —Inclina su frente para tocar la mía—. Porque puedo ayudarte, si me dejas. Nosotros podemos conseguir que superes esto.

¿Nosotros? Mierda. Mierda. Mis ojos quietos, mi labio tiembla y mi pecho palpita. Mi instinto es causar dolor para detener las lágrimas. Pedro sabe de eso por ahora, me acerca y me sostiene contra su pecho.

Está determinado a hacer esto, ser todo apoyo y cariñoso. Que es exactamente lo que siempre me ha estado aterrorizando de admitir que quiero tanto tanto tanto. Excepto que él es tenaz sobre no dejarme ocultar, mentir, retirarme o fingir, y sabe todos mis trucos.

—Déjalo… salir —susurra, su voz un sonido devastador, áspero en mi cabello.

—No. ¡No! —La última palabra es gritada.

—Tienes que hacerlo. No puedes sangrarlo. No puedes seguir fingiendo, bebiéndolo.
Un estremecimiento, un temblor, mi dientes sujetando mi labio inferior. Mis dedos arañan en la dura losa de músculo que es su pectoral. No estoy sollozando. No lo estoy haciendo.

Maldita sea, sí lo estoy haciendo.

—Duele tan jodidamente tanto, Pedro… —Las palabras están perdidas en un mar de sollozos ahogados y estremecimientos, mi cuerpo destrozado jadea por respirar—. ¡Lo quiero de vuelta! Ya no quiero verlo morir.

Sollozo y sollozo, y me sostiene. Al final me empujo a mí misma junta y dejo a las palabras salir fuera de mí. 
—Una y otra vez lo veo. Cada vez que cierro los ojos, lo veo morir. Sé que no es mi culpa, siempre lo supe. 
Me convencí que era mi culpa porque eso era mejor que el dolor de él yéndose.

—Se ha ido. Tienes que aceptarlo.

—Lo sé. Simplemente duele. —Ahora viene la admisión más difícil de todas—. Me encuentro olvidándolo. Lo veo morir una y otra vez, pero no puedo recordar como olía. Como se sentían sus brazos abrazándome. Como se sentía el sexo con él. Como se sentía besarlo. No puedo recordarlo. Y me pregunto a veces si alguna vez realmente lo amé. Si era sólo un encaprichamiento adolescente. Pensar que lo amé porque fue mi primero. Porque habíamos follado. No sé. No recuerdo. Y ahora, aquí estás tú, tú eres… mejor que él. Más fuerte. Me enciendes en una forma que no recuerdo con él. Me haces sentir cosas que nunca me hizo sentir. La forma en que me besas, es mejor de lo que recuerdo de sus besos. Cuando me hiciste venir, me di cuenta que nunca había sentido algo como eso, nunca. Jamás. No en todas las veces que estuve con Pablo en los dos años que estuvimos juntos.

Un grito de dolor impotente, autoaborrecimiento, ira, y lágrimas de alivio salen de mi garganta; Pedro me aprieta más fuerte y me deja gritar. No me hace callar o me tranquiliza o susurra nada o me dice que está bien.

—¡Lo he olvidado, Pedro! ¡Nunca siquiera lo amé, y se ha ido! ¡Y nunca lo conseguiré de vuelta y nunca estaré bien!

—Olvidar es la manera que tiene tu mente de ayudarte a sanar. Ayudarte a avanzar. Lo amaste, Lali. Fue tu primero. Tu mejor amigo antes de eso. Sé mucho sobre ustedes dos. Fueron inseparables desde que nacieron. Lo amaste. Sí, se ha ido y apesta jodidamente más que cualquier cosa. Fue tomado de ti muy pronto, de todos nosotros. No puedo hacer eso bien. Pero tienes que estar bien. Tienes que dejarte sanar y avanzar. Estás atascada en el momento de su muerte, justo ahora. Encerrada en un círculo sin salida. Tienes que romper el círculo.

—No sé cómo.

—Siente. Llora. Déjate sentir toda la ira por el hecho que fue tomado de ti. Siente la pérdida de él. Siente la tristeza y la ausencia de él. No lo bloquees, no te mutiles entonces para que se detenga, no bebas hasta entumecerte. Sólo siéntate y deja a todo desgarrar tu corazón. Y   luego levántate y sigue respirando. Una respiración a la vez. Un día a la vez. Despierta, y está hecha añicos. Llora por un tiempo. Luego deja de llorar y aborda tu día. No estás bien, pero estás viva, y estarás bien, algún día.

—Lo haces sonar fácil.

—Joder, no, no es fácil. Es la cosa más difícil que harás jamás.  Pero es la única forma. Lo que estás haciendo va a matarte.

Escucho el conocimiento personal de esto en su voz.

—Tú has hecho esto.

Suspira.

—Seh. Más de una vez.

—¿Pablo?

—Él también.

—¿Quién más?

Exhala otra vez, una larga respiración frustrada.

—Amigos. Hermanos. Una chica que yo… alguien que amé.

—Cuéntame.

—Joder. ¿En serio? ¿Quieres escuchar esto ahora? —Asiento y  gruñe en su pecho—. De acuerdo. El primero fue uno de mis mejores amigos, de Nacho y mío. Agustin. Nacho creció al lado de él. Agustin yNacho comenzaron la Five-One Bishops juntos. Había una riña en una cancha de baloncesto, una cosa de territorio. Puñetazos principalmente, unas cuantas cadenas, un imbécil tenía un bate. Luego se intensificó. Uno de los otros chicos sacó un cuchillo. Apuñaló a Agus en la jodida garganta. Lo observé, lo observé sangrar todo sobre mis manos, mis brazos. Lo vi morir, lo sostuve en mis jodidos brazos mientras él sangraba… y luego maté al hijo de puta. Golpeé su maldita cabeza contra la cancha hasta que vi sesos. No podía detenerme. Agus era un buen tipo. Un buen amigo. Un tipo amable, en serio. Pero tuvo la mala suerte de nacer en el ghetto. No hay mucho que puedas hacer más que lo que tienes que hacer para seguir respirando. Ni siquiera hay realmente una oportunidad, para la mayoría. Es simplemente vivir. Vivir en el barrio.

Así la mierda funciona. Agus era inteligente, hombre. Podría haber ido a una universidad, escrito alguna mierda inteligente, haber sido alguien, si hubiera tenido la oportunidad. No la tuvo. Ahora está muerto.

—Lo siento.

—Luego otro hermano consiguió un disparo. Nico Francella. Fuimos amigos al principio. Su chica tenía una cosa por mí, lo cual no le gustaba. Nunca hice nada con ella, pero… no le gustaba por eso.

Finalmente tuvimos que pasar esa mierda, y nos cuidábamos las espaldas el uno al otro cuando las cosas se ponían feas. Francella consiguió una bala en la cabeza. No vi esa mierda, gracias a Dios. Pero se fue, y apestaba. Sólo… se fue. Había fumado marihuana con él, una hora antes de que muriera, ¿sabes? Y luego Nacho y Riera estuvieron golpeando en mi puerta, cargando a Francella, gritando sobre alguna otra pandilla haciendo un tiroteo. —Se había ido, sus ojos inexpresivos, viendo el pasado—. Un par de los otros a través de los años, la misma mierda diferente día. Sin embargo, ninguno tan cercano como Francella y Agus. —Pierde el hilo y me doy cuenta que está perdido en el recuerdo.

Enredo mis dedos con los suyos.

—Dijiste una chica, ¿también? ¿Alguien que amaste?

—Ese fue el peor día de mi vida. La razón por la que decidí abandonar la pandilla, vivir honestamente, comprar el taller e intentar alejarme de toda esa mierda. —Agacha la cabeza, entierra el rostro en mis ondas, toma una profunda respiración—. Su nombre era Martina. Tan jodidamente hermosa. Su mamá era negra, su papa era coreano. Ojos almendrados, cabello negro, largo y liso hasta la cintura, el cuerpo como—bueno, uno malditamente bien. Una chica tan dulce. Muy dulce para vivir en el ghetto, para estar envuelta en la mierda en la que estaba envuelta. Era amiga de la novia de Nacho. Estaba cerca un montón, y la noté. La vi, me gustó. La había visto mirarme. Finalmente terminamos los últimos dos despiertos después de una fiesta una noche, pasamos el rato en la fogata hablando hasta el amanecer. Ella quería ir a una escuela mejor, o tal vez ser modelo, no estaba segura de cual. Podría haber sido genial en cualquiera.
Una larga pausa, entonces. Muy larga. No puedo llenarla, sin embargo. Espero por él.
—Salimos por un año. Salir no es realmente la palabra correcta, porque no era como si la llevara a Broadway y el barrio Little Italy o alguna mierda, ¿sabes? Estuvimos juntos por un año, es lo que quise decir. Joder. No puedo hablar de esto. —Su voz se rompe, toma una respiración profunda, la suelta, y continúa—: Había alguna mierda cayendo con una pandilla rival, un par de riñas callejeras, lo que sea. La mierda de rutina. Fue mala. Me separé de Nacho y ellos, seguido por jodidos kilómetros por más chicos que los que podría tomar solo. No tuve intención, pero los guié hasta Martina. Ella estaba pasando el rato con sus amigas y un par de sus chicos. Me ve viniendo por la calle, sabía que yo estaba en problemas. Llamó a los chicos para que ayuden. Así que los tipos y yo cuidamos de las cosas y consigo un disparo en el hombro, pero lo que sea, no fue tan malo. El último estaba hablando mierda, pero podía ver que él estaba listo para correr. Lo dejamos. Joder… corrió, luego se detuvo a casi treinta metros de distancia y disparó, como un  último “jódete”. Martina estaba en el porche, le dio justo entre los jodidos ojos. Un accidente totalmente loco. Podía ver el rostro del tipo. Estaba como “oh, mierda”, porque todos conocían a Martina. Sin importar a quien pertenecías, conocías a Martina, tenías que amarla, respetar su trasero.

Ella era tan dulce. El consiguió ser llenado de plomo el siguiente día, no por mí, pero sucedió. Aunque no importaba. Ella se había ido. Toda esa belleza, toda esa dulzura, todo ese amor por todos, sin importar quien  eras… simplemente se había ido.

Siento la humedad en mi cabello, escucho lágrimas en su voz. Me  muevo, giro, lo atraigo hacia mí. Sostengo su rostro a mi pecho y  finalmente entiendo lo que quería decir con dejarte a ti misma sólo ser hecha añicos. Pedro es un hueso duro de roer, resistente, fuerte y estoico. Pero sólo está… roto por los recuerdos. Y este es años después.

—Fue la primera chica que alguna vez amé. Quiero decir, tuve novias antes de eso, ¿sabes? Incluso pensé que estaba enamorado de un  par de ellas, pero no lo estaba. Era como amor, casi amor. ¿Pero cuando sientes esa clase de necesidad que todo lo consume por alguien, una persona por la que harías cualquiera cosa, sin importar qué? Están en tu maldita piel, en tu alma, como la esencia de quienes son está marcada en ti tan completamente que cada aire que respiras y cada molécula de quien eres está ligado junto. Eso es amor. La amaba así. —La voz de Pedro está… destrozada—. Y se fue. Ese es el por qué tengo esta mierda en mi pecho, las cicatrices. No podía lidiar con ello. No podía aceptar que estaba muerta por un largo tiempo. Dolía demasiado, tan profundo que sólo tenía que detenerlo de algún modo, tenía que sentir algo además de la agonía emocional. Fue Nacho quien me salvó. Me hizo enfrentar lo que ocurrió y como me sentía y lo dejé ir. —Se ríe, un grito áspero—. En realidad, jamás lo dejas ir, sin embargo. No te detienes. No detienes el dolor, no detienes el amor. No se aleja, simplemente sigues viviendo y al final la mierda consigue ser empujada en el fondo de tu vida para que no esté consumiéndote cada día. Y luego un día, sabes que estás bien.

Todavía duele, todavía extrañas a esa persona. Y seh, olvidas los detalles. La forma en que ella olía, la forma en que su boca sabía, como su piel se sentía, el sonido de su voz. Es casi como una vida diferente, una persona diferente a la que amaste, a como era con ella. Pero en el día a día, sabes  que estás bien. Un poco.

—¿Y aprendes a amar a alguien más? —pregunto, porque tengo que saber.

Se reposiciona y ahora estamos frente uno del otro, con las piernas cruzadas.

—No sé sobre eso. —Sus ojos son vulnerables, me dejan entrar—. Aunque estoy trabajando en ello. Te 
dejaré saber.

Me habla en serio.

—¿Cómo compites con un fantasma, Pedro? —susurro la pregunta en un largo silencio.

Se encoje de hombros.

—No sé. No lo haces. Sólo entiendes que hay una parte de ti que no puedes dar, porque pertenece a una persona muerta. No sé.

—¿Podemos hacer esto? ¿Tú y yo? ¿Tú con tu fantasma de Martina, yo con el mío de Pablo?
Toma mis manos, frota mis nudillos con sus pulgares. —Todo lo que podemos hacer es intentar, hacer nuestro mejor esfuerzo. Dar tanto como tengamos para dar, un día a la vez. Una respiración a la vez.

—No sé cómo hacer esto. Estoy asustada. —Soy incapaz de mirarlo, incapaz de encontrar sus ojos.

Él hace la cosa con sus dedos en mi mentón, inclinando mi rostro hasta el suyo. Excepto que esta vez, lo hace y se inclina, y sus labios rozan los míos.

—Yo tampoco, y también lo estoy. Pero si queremos vivir, no ser casi fantasmas de nosotros mismos, atascados amando el recuerdo de alguien que se ha ido, entonces tenemos que intentarlo. —Me besa de nuevo—. Nos entendemos el uno al otro, La. Ambos hemos perdido a alguien que amamos. Ambos tenemos cicatrices, arrepentimientos e ira. Podemos hacer esto juntos.

Respiro a través del miedo, el temblor, el deseo hasta escapar.

—Me gusta cuando me llamas  La. Nadie nunca me ha llamado así antes.


Sólo sonríe y me sostiene más cerca.

3 comentarios:

  1. Ahhh !!!! Que cap se revelaron tantas cosas!
    Ay Lali como se corta solo para que no sienta nada es tan triste!
    Ay no pobre Peter todo lo que paso! La muerte de muchas personas !
    Por eso el le decía a Lali todo porque ya paso por eso!
    Más me encanta mucho está adaptación!

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  2. Juntos tienen k lograrlo !!!!

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