lunes, 9 de junio de 2014

Capitulo 8

Capitulo 8


Perdon por no poder subir mas de uno diario, pero realmente los capitulos son largos y viene extraño el documento asi que tardo mas. La adaptacion tiene 15 capitulos asi que como  ya vamos a la mitad, gracias por seguir leyendo, adoro sus comentarios enserio son demasiado empaticas y es me encanta por que yo soy igual jajajaja. Mañana tratare de subir mas de un capitulo.
                                                                                                                                         

Dolor Fermentado.

Llegamos a mi taller, un viejo garaje con la puerta frente a un callejón, con un pequeño apartamento arriba. Saco mis llaves de mi bolsillo, abro la puerta lateral del taller, y enciendo las luces.

Suelo de concreto agrietado y manchado, luces fluorescentes colgando y parpadeando en jaulas torcidas, pila tras pila de cajas para herramientas rojas y plateadas a lo largo de las paredes, mostradores con más herramientas colgando de ganchos, cadenas desde el techo colgando con motores, la estructura metálica de un Mustang Shelby GT ‘66, un par de grandes cubos de basura de plástico, ceniceros rebosantes y abandonadas botellas de cerveza y cajas de pizzas…

—No es mucho, pero es mío. —Río—. Realmente, realmente no es mucho. No puedo creer que te haya traido aquí. Está tan sucio y feo.

Lo estoy viendo por primera vez, de alguna manera. Nunca había traído a una chica aquí antes. Chicas han venido a mi lugar antes, pero nunca quieren ver el taller; solo están interesadas en la cama. Miro alrededor, viendo lo que ella debe ver.

Entonces, me sorprende.

—Me encanta. Se… siente como casa. Es un lugar que obviamente amas.

La miro fijamente.

—Es casa. Puedo dormir arriba, pero este garaje es casa. Más de lo que crees.

Pienso en todas las veces que dormí en un saco de dormir en el suelo donde está el Mustang ahora, antes de que el apartamento de arriba fuera renovado para ser habitable. Compré este lugar por una miseria, porque era un basurero. Marginado, abandonado, no deseado.
Como yo. Lo reparé. Lo hice mío.

Suelta mi mano y vaga por el taller, abriendo cajones y examinando herramientas, las que se ven gigantescas, peligrosas y sucias en sus limpias y delicadas manos. Siempre coloca de nuevo las herramientas exactamente donde estaban. Me pregunto si se da cuenta cuán obsesivo soy por ello, o si es solo cortés. Probablemente es solo cortés. En realidad nosotros no nos conocemos el uno al otro en absoluto. Ella no podría saber de mi trastorno obsesivo compulsivo con las herramientas.

—Muéstrame qué haces —dice.

Me encojo de hombros. Apunto al motor.

—Ese motor de allí. —Me acerco y paso mi dedo alrededor de la apertura de un pistón—. Lo compré en un depósito de chatarra hace unas semanas. Estaba oxidado, sucio y arruinado, básicamente. Estaba en un viejo auto que había estado en un accidente, chocado en la parte de atrás y totalmente destrozado. Un Barracuda ‘77. Tomé el motor, arreglé las partes que pude arreglar, reemplacé las que no pude. Lo desarmé completamente, hacia los componentes. Quito el toldo de una gran y larga mesa en la esquina, mostrando un motor diseccionado, cada parte distribuida en un muy específico patrón.

—Como esto. Luego junto todo, pieza a pieza, hasta que lo ves allí.

Casi hecho. Solo se instala un par de piezas más y está hecho, listo para ser puesto en un coche.

Ella mira de la mesa hacia el motor desensamblado.

—Así que conviertes eso… —Ella apunta a las piezas en la mesa—, en eso.

Me encojo de hombros.

—Sí. Esos son motores completamente diferentes, pero sí.

—Eso es increíble. ¿Cómo sabes dónde van todas las diferentes partes? ¿Cómo las arreglas?

Río.

—Mucha experiencia. Lo sé de haberlo hecho un millón de veces. Todos los motores son básicamente los mismos, solo con pequeñas diferencias que hacen único cada tipo de motor. Desarmé mi primer motor cuando tenía… ¿trece? Por supuesto, una vez que lo conseguí desarmarlo, no lo pude juntar de nuevo, pero eso fue parte del proceso de aprendizaje. Jugué con ese motor de mierda por meses, descubriendo cómo hacer funcionar la cosa, dónde iban las partes, qué hacían y cómo conseguir unirlas. Finalmente conseguí juntarlas y hacerlo funcionar, pero me llevó como, no lo sé, más de un año de no hacer nada con él cada día. Lo desarmé de nuevo, y lo junté después de eso. Una y otra vez, hasta que pude hacerlo sin detenerme en pensar en lo que venía después.

Ella inclina su cabeza.

—¿Dónde conseguiste el motor?

Miro fijamente hacia el techo, tratando de recordar.

—Hmm. Creo que lo compré del taller en la preparatoria. Había ahorrado mi mesada por meses. —Ella todavía se ve confundida y río—. Tuve un tutor en la preparatoria después de que las clases terminaron en la secundaria. Resultó que pasé por el taller un día y vi el motor y algo solo hizo clic mientras miraba al profesor del taller, el Sr. Boyd, entreteniéndose. Él terminó siendo uno de mis mejores amigos hasta que me mudé aquí.

Lali está mirándome como si me viera por primera vez.

—¿Tuviste un tutor?

Hago una mueca, deseando que se hubiera perdido esa parte.

—Sí. No era muy bueno en toda la cosa escolar.

Me doy la vuelta y tiro el tolde sobre la mesa y la guío hacia las escaleras privadas que conducen a mi apartamento. Es mi forma educada que indica que no quiero hablar de ello, y parece captar el mensaje.

Decir que no era muy bueno en la cosa escolar fue un gran eufemismo, pero ella no necesita saber eso. Estoy esperando evitar el tema tanto como pueda.

Mi apartamento no es mucho. Una cocina pequeña que apenas puedo acomodar, como, no puedo tener una estufa y los gabinetes abiertos al mismo tiempo, no es que alguna use la estufa, pero aun así, una sala de estar en el que puedo casi tocar las cuatro paredes estando de pie en el centro, y una habitación que contiene mi cama queen y nada más. Toda mi ropa está en la cómoda, la que está en la sala de estar, y la cómoda también funciona como soporte de la televisión. No es que realmente alguna vez vea televisión.

Tiro mi brazo para hacer un gesto hacia el departamento.

—Es incluso menos que el taller, pero es mi casa. Diría que te daría el tour por diez centavos, pero necesitarías que te devolviera nueve centavos y medio.

Ríe, con la risa Tinkerbell, y mi corazón se eleva. Pero incluso con toda la normalidad, las preguntas, el interés, puedo verla luchando por calma. Lo esconde bien, lo esconde como una profesional. Está enterrado profundamente, empujado bajo la superficie.

La respeto totalmente por cuán duro está tratando de estar bien. Desearía que me dejara mostrarle cómo dejarlo ir, cómo dejar de herirse. Quiero llevarme su dolor.

Se deja caer en el sofá, y puedo ver el cansancio en sus ojos, en su postura. La dejo sentarse en el sofá, con la cabeza hacia atrás, con las piernas extendidas. Asegurándome de que mi habitación no es un completo desastre, cambio las sabanas y añado una manta extra, luego regreso para decirle que puede pasar la noche en mi cama. Ya está dormida en la posición en la que se sentó. La levanto con facilidad. Es ligera como una pluma, como una real y autentica hada, hecha de vidrio, de magia, de frágil porcelana y de fuerza engañosa. 
La coloco en la cama, le quito los zapatos, luego considero si sacarle los pantalones o no.

Suficientemente egoísta, decido hacerlo. Quiero decir, sé que yo odio dormir con pantalones, así que no puedo imaginar que ella no lo haga. Desabrocho el botón, deslizo la cremallera, sujeto sus jeans de sus caderas y los tiro. Ella se retuerce, levanta sus caderas, y los bajo hacia sus rodillas. La visión de sus muslos y su pálida piel color crema es casi demasiado para soportarlo, especialmente con su diminuta tanga amarilla, la que apenas disfraza la delicada V en la cual quiero tan desesperadamente enterrar mi cara, mi cuerpo. No puedo evitar que mis dedos tracen una línea ligera como una pluma a través de su muslo, solo un breve contacto, pero es demasiado. Y no es ni de lejos lo suficiente.

Me alejo bruscamente y restriego mis manos sobre mi cara, a través de mi cabello, luchando por control. 
Me doy la vuelta, cierro mis ojos y le saco poco a poco sus jeans el resto del camino.

Mientras estoy en el proceso de tirarlos de sus pies, habla, confusa, adormilada y malditamente y ridículamente tierna.

—Ya me has visto en bragas. ¿Por qué te haces el chico tímido ahora?

Arreglo las mantas en su cuello, y ella las empuja con sus codos hacia afuera, mirándome con sus largas y revoloteantes pestañas y enmarañados mechones de cabello rubio fresa a través de sus perfectos rasgos. 

Me alejo antes de rendirme a la tentación de cepillar su cabello con mis callosos dedos. No puedo leer la expresión en su cara. Se ve tan malditamente vulnerable, como si todo el dolor saliera, se desbordara y apenas lo mantuviera dentro, ahora que el sueño casi la ha reclamado.

—Ese fue un movimiento imbécil —digo—. No lo debería haber hecho. Estabas dormida, no quería…

—Fue dulce —dice ella, adelantándose a mí.

—Soy muchas cosas, Tinkerbell. Dulce no es una de ellas —Paso mi mano a través de mi cabello, un gesto 
nervioso—. Solo cerré mis ojos para así no manosearte mientras dormías.

Sus ojos se amplían.

—¿Querías manosearme?

No logro sofocar totalmente mi risa de incredulidad; no entiende cuánto la deseo. Bien por ella. No puede saberlo.

Doy un paso más cerca de ella, junto a la cama, y simplemente no puedo convocar la fuerza para resistirme. 
Uno mechón de su cabello se extiende a través de su alto y esculpido pómulo. Lo quito, mentalmente maldiciendo mi debilidad.

—No tienes ni idea, Lali. —Me alejo antes de que mi boca o mis manos me traicionen más—. Duerme, y piensa en azul.

Ella resopla.

—¿Pensar en azul?

—Es una técnica que aprendí para alejar las pesadillas —le digo—. Mientras me quedo dormido, pienso en azul. No cosas que son azules, solo… un sinfín y que abarca todos los sentidos del azul. El océano azul. El cielo azul.

—Azul como tus ojos. —Su voz es ilegiblemente suave.

Niego con la cabeza, sonriendo.

—Si eso te trae paz, entonces seguro. El punto es que, pienses en un color relajante. Imaginarlo flotando a través de ti, en ti, alrededor de ti, hasta que eres ese color —Me encojo de hombros—. Me ayudó.

—¿Qué sueñas? —Sus ojos están despiertos, y penetrantes.

Me doy la vuelta y apago la luz, hablo de espaldas a ella.

—Nada por lo que debas preocuparte. Cosas malas. Cosas antiguas. —Me doy la vuelta para mirarla, y sus ojos están nuevamente somnolientos—. Duerme, Lali.

Cierro la puerta detrás de mí, y me retiro a la cocina. Son casi las cinco de la mañana en este punto, y estoy más allá de agotado. Me levanté a las siete ayer terminando la reconstrucción de un Hemi, y los chicos van a estar aquí para comenzar a trabajar en el ‘Stang alrededor de las ocho. Termino escribiendo una nota y dejándola pegada en el marco, diciendo que no voy a estar hoy. Ellos saben qué hacer. Ventajas de ser el jefe, supongo. Subo arduamente por las escaleras y me desplomo en el sofá, con los ojos somnolientos, pero con el cerebro dando vueltas.

Nunca dormiré a este ritmo. Maldigo en voz baja, tratando de alejar las imágenes de los muslos desnudos de Lali, pidiendo ser acariciados. No está funcionando.

Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas. En el primer cajón de mi cómoda hay una pequeña caja blanca de medicina.

La guardo para momentos como este, cuando no puedo dormir, no puedo dejar de pensar. Es un vestigio de los viejos y malos días. Enrollo un delgado cigarrillo de marihuana y lo fumo lentamente, saboreándolo. Rara vez fumo estos días. No recuerdo la última vez, para ser honesto. Dejé de beber, dejé los cigarrillos, dejé la hierba, dejé un montón de otras mierdas cuando decidí enderezar mi vida. Pero de vez en cuando, un poco de marihuana es una necesidad. Pellizco el final del cigarrillo y guardo el equipo, y finalmente me tumbo en el sofá, desvaneciéndome, cuando lo oigo.

Un forzado y agudo sonido. Un extraño ruido, escalofriante, tenso.

Como si ella luchara con cada fibra de su ser para no llorar, apretando los dientes. Casi puedo verla 
meciéndose, o acurrucada en posición fetal. Paso a través de la puerta y la acuno en mis brazos en el espacio de tres latidos. Ella cabe en mi regazo, en mi pecho, en mis brazos perfectamente. Está estremeciéndose, temblando, cada músculo flexionado. Peino hacia atrás su cabello con mis dedos, ahueco su mejilla, siento la tensión en su mandíbula. El ruido viene de lo profundo dentro de ella, arrastrado del fondo de su alma. Eso rompe mi corazón.

Me destroza.

—Lali, mírame. —Le levanto su barbilla, pero se sacude, metiéndose contra mi pecho, como si quisiera escalar entre mis costillas y acurrucarse en el espacio entre mi corazón y mis pulmones—. Okey, está bien. 
No me mires. Pero escucha.

Ella niega con la cabeza, y sus dedos agarran mis bíceps tan fuerte que tendré moretones después. Ella es locamente fuerte.

—No está bien —le digo. Esto capta su atención; no es lo que estaba esperando—. No tienes que estar bien.

—¿Qué quieres de mí? —Su voz es entrecortada, desesperada.

—Quiero que te dejes a ti misma estar rota. Dejarte a ti misma estar herida.

Ella niega con su cabeza otra vez.

—No puedo. Si lo dejo salir, nunca se detendrá.

—Sí, lo hará.

—No, no lo hará. No lo hará. Hay demasiado. —Se estremece, aspira una rápida respiración y niega con la cabeza en una feroz negación—. Nunca dejará de salir, y estaré vacía.

Trata de bajarse de mí y la dejo. Se cae de la cama, cae con sus manos y rodillas en el suelo, se aleja rápidamente y tropieza en el baño. La escucho vomitar, tener arcadas y sofocar un sollozo. Me muevo para estar de pie en la puerta y observarla. Ella agarra su antebrazo con los dedos como garras, apretando tan fuerte que la sangre gotea donde las uñas se unen con la carne.

Dolor para reemplazar el dolor.

Doy un paso en frente de ella, tomo su barbilla en mi mano y la fuerzo a mirarme. Cierra sus ojos, se sacude con brusquedad. La vista de su sangre me hace sentir pánico. No puedo verla herirse a sí misma. Lucho con su mano, pero no la deja ir, y si la fuerzo, solo se hará más daño.

Necesito saber qué es lo está manejando a esta chica. Qué es lo que la está devorando.

—Dímelo. —Le susurro las palabras, rudas y fuertes en el oscuro baño, un gris amanecer filtrándose a través de un sucio vidrio.

—Él está muerto.

—Eso no es suficiente.

—Es todo.

Suspiro, profundamente, miro con furia la cima de su cabeza. Lo siente, finalmente mirándome con los ojos rojos. Ojos tristes, atormentados y enojados.

—Maldita sea no me mientas, Lali. —Las palabras son chirriantes y demasiado duras. Me arrepiento de ellas, pero sigo adelante—. Dímelo.

—¡No! —Me empuja tan fuerte que tropiezo.

Ella se hunde hacia atrás, encogiéndose en una bola en frente del inodoro, junto a la bañera. Me arrodillo, deslizándome hacia adelante como si me acercara a un herido y asustado gorrión. Lo estoy, en realidad. Está arañando con sus uñas arriba y abajo de sus muslos,  dejando rojas e irregulares marcas de rasguños. Atrapo sus manos y las sostengo. Dios, es fuerte. Lanzo otro suspiro, luego la alzo en mis brazos y la llevo a la habitación.

La acuno contra mí y la deposito en la cama, deslizándome con ella  hasta que su cabeza está apoyada en mi pecho y estoy sosteniéndola fuertemente, apretando con fuerza, agarrando sus muñecas en una de las mías.

Ella está congelada, tensa. Me toma tiempo, incluso respirar, acariciar su cabello con mi mano libre. Gradualmente empieza a relajarse. Cuento sus respiraciones, sintiéndolas estabilizarse, y luego ella está floja encima de mí, durmiendo, sacudiéndose mientras se hunde en un sueño ligero.

Espero, quedándome despierto, sabiendo lo que viene. Ella gime, se retuerce, comienza a gimotear, y luego está despierta  y haciendo ese maldito y horrible ruido chirriante y agudo en su garganta otra vez. La sostengo con fuerza, negándome a dejarla ir. Ella lucha contra mí, despertándose.

—¡Déjame ir! —gruñe.

—No.

—Maldición, déjame ir, Pedro. —Su voz es pequeña, asustada, vulnerable, y vehemente.

—Déjalo ir tú.

—¿Por qué? —Hay un aumento en su voz.

—Porque aguantarlo te está matando.

—Bien. —Ella todavía está luchando, golpeando contra mi agarre.

—Hay una escasez de perfectos pechos en este mundo. Sería una pena arruinar los tuyos.

Ella deja de golpear y se ríe.

—¿Acabas de citarme The Princess Bride?

—Quizás.

Ella se ríe, y la risa se convierte en llanto, rápidamente ahogado.

Suspiro.

—Bien. ¿Qué tal si yo comienzo? —Aunque, realmente no quiero hacer esto—. Cuando llegue a Nueva York, tenía diecisiete años. Tenía cinco dólares en mi bolsillo, una mochila llena de ropa, un paquete de galletas Ritz, una lata de Coca-cola, y nada más. No conocía a nadie. Tenía un diploma de la preparatoria, apenas, y sabía que podía arreglar cualquier motor que pusieran frente a mí. Pasé todo el primer día yendo en autobús buscando por un taller de mecánica tratando de encontrar trabajo. Nadie siquiera me dejo aplicar. No había comido en dos días. Dormí en un banco en el Central Park esa noche, al menos hasta que la policía me hizo moverme.

Tengo su interés, ahora. Todavía está en mis brazos, mirándome. Estoy hablando hacia el techo, porque sus ojos son muy penetrantes.

—Casi muero de hambre, para ser honesto. No sabía nada. Había crecido privilegiado, tú conoces a mi papá, cuánto tienen mis padres. Nunca tuve que hacer mi propia comida, lavar mi propia ropa. De repente, estoy solo en esta loca ciudad donde a nadie le importaba una mierda alguien más. Perro come perro, y todo eso.

—¿Cómo sobreviviste?

—Me metí en una pelea. —Rio—. Tenía un pequeño y agradable lugar para dormir debajo de un puente, y este viejo vagabundo viene y dice que es su lugar y que tenía que moverme. Bueno, realmente no había dormido en días, y no iba a moverme. Así que peleamos. Fue descuidado y desagradable, desde que estaba hambriento, cansado y asustado y él era mayor y rudo y fuerte, pero gané. Resulta que este tipo estuvo mirando toda la cosa. Se acercó a mí después de que gané y me preguntó si quería hacer rápidamente cien dólares. Ni siquiera lo dudé.

Me llevó a este viejo almacén en una parte de mierda, ni siquiera sé dónde. Un callejón en Long Island, quizás. Él me alimentó, me dio una fría cerveza. Fui un nuevo hombre después de eso. Me llevó al sótano del almacén donde había un montón de personas en un círculo, animando y toda la mierda. Escuché los sonidos de una pelea.

Lali jadea, y puedo decir que sabe a dónde va esto.

—Sí, gané. El tipo con el que peleé era grande, pero lento. Había estado en mi parte de problemas en la preparatoria, así que sabía cómo pelear. Este tipo era grande y fuerte, sin técnica. Hice tres peleas esa noche, todas en seguidas. Me llevé una paliza tremenda en la última, pero gané. Hice cuatrocientos dólares, y así fue cómo comencé. Luego conocí a Nacho. Él era uno de las peleas, y me ofreció trabajo, más o menos. Dijo que necesitaba alguien que fuera fuerte para él, cobrando deudas, que diera miedo. Bueno, podía dar miedo. Así que fui con Nacho y yo… bueno, el precio no era pelear cuerpo a cuerpo. Intimidaba, generalmente. Las personas le debían favores, drogas… yo resolvía el problema. Así fue cómo conocí a Nacho, como terminé en Five-One Bishops.

—¿Una pandilla?

—Sí, Lali. Una pandilla. —Suspiro—. Ellos fueron mi familia. Mis amigos. Me dieron comida, me dieron una cama para dormir. Me dieron alcohol para beber, marihuana para fumar y chicas para enrollarme. Lo siento, pero es la verdad. No estoy orgulloso de algunas de las mierdas que hice, pero esos chicos, eran unidos. Honorables, la mayoría de ellos, en su propia manera. Ellos nunca, nunca me habrían traicionado, sin importar qué. Ellos respaldaban mi juego, sin hacer preguntas. Incluso ahora, años fuera del juego, viviendo limpio y honesto, trabajando por mí mismo, si los llamo, ellos vendrían, y no se encogerían en hacer cualquier cosa que les pidiera.

—Como Nacho, hoy.

Asiento contra su cabello.

—Exactamente.

—Dime la verdad, Pedro. ¿Dónde se llevó a Benjamin?

Me encojo de hombros.

—Honestamente no lo sé. Le dije que no quería saberlo. Le dije a Nacho que no quería un cuerpo en mi conciencia, pero tampoco quiero que vuelvas a preocuparte por Benjamin de nuevo. Así que olvídalo.
Hay un largo silencio, y sé que estaba formulando una pregunta.

—¿Los tienes?

—¿Tengo qué?

—¿Tienes cuerpos en tu conciencia?

No respondo.

—¿Importa?

—Sí. A mí me importa.

—Sí, los tengo. —Dudo un momento—. No puedes entender esa vida, Lali. Solo no puedes. Era supervivencia.

—Supongo que puedo comprender eso.

—¿Pero?

Suspira.

—No entiendo por qué viniste aquí solo sin dinero. ¿Qué hay de la universidad? ¿Por qué no les dijiste a tus padres que te ayudaran? ¿Ellos saben acerca de cómo sobreviviste?

Niego con mi cabeza y examino mis nudillos.

—Esa es una conversación diferente.

—¿Mi turno?

—Sí —digo—. Tu turno.

—Tú sabes la historia, Pedro. Pablo murió.

Un gruñido bajo sale de mi pecho.
—Hay más. —Levanto su muñeca para delinear las cicatrices de ahí—. Eso no es suficiente para hacerte hacer esto.

Ella no responde por un largo tiempo que me pregunto si se quedó dormida. Eventualmente habla, y cuando lo hace es en un susurro.

Apenas respiro, sin atreverme a interrumpirla.

—Estábamos en el norte. En la cabaña de tus padres. Habíamos estado saliendo por más de dos años, y estábamos tan emocionados de estar tomándonos unas vacaciones juntos, como adultos. Tus padres y los míos nos dieron a Pablo y a mí la charla acerca de ser cuidadosos, aunque habíamos estado acostándonos juntos por casi dos años en ese punto. Hasta ese momento parecía ser si no preguntan, no lo digas, supongo. No lo sé. Pero tuvimos un gran momento. Nadando, sentándonos cerca del fuego, teniendo sexo. Yo… Dios… Dios… no puedo. —Está luchando muy fuerte contra sus emociones. Paso mis dedos a través de su cabello y acaricio su espalda. Continua, su voz tensa, pero un poco más fuerte—. El domingo, el último día, estuvo tormentoso. La lluvia caía tan fuerte que no se podía ver ni una mierda, ventoso como el infierno. Quiero decir, nunca había visto un viento así, nunca, antes o desde. Esos enormes pinos alrededor de la cabaña se doblaban casi en dos.
Hace una pausa, jadeando como agotada, luego continúa con una voz mucho más suave y más vulnerable.

—Un árbol cayó. Debería haberme golpeado… casi me golpeó. Lo vi caer hacia mí, y yo no podía moverme. En algunas de las pesadillas, es ese momento que veo, una y otra vez, el árbol viene por mí. Esas son las pesadillas agradables y fáciles. Una fracción de segundo antes de que me golpease, Pablo me tiró a un lado. Quiero decir, como en el fútbol, me abordó. Me golpeó volando. Caí sobre mi brazo. No recuerdo llegar al suelo, pero recuerdo sentir el dolor como una ola blanca, y ver los huesos sobresaliendo de mi antebrazo, todo el hueso doblado casi en un ángulo de noventa grados.

Apenas escucho las siguientes palabras.

—Yo debería haber muerto. Él me salvó. Le dio a él en mi lugar. Le rompió. Solo… maldición le destrozó. Una rama se quebró y… lo empaló. Todavía puedo ver la sangre saliendo de su boca… burbujeante en los labios, como espuma. Su aliento… era un silbido. Él… Le vi morir. Yo ni siquiera sabía la dirección de la casa, y él me dijo la dirección mientras moría por la ambulancia que no llegaría hasta después de su muerte. Rompí mis uñas de intentar mover el maldito árbol. Me rompí el brazo aún más cuando me caí en el barro. Ese es el peor sueño: tumbada en el barro, viéndolo morir. Viendo la luz salir de sus ojos. Sus hermosos ojos color chocolate. Las últimas palabras que dijo fueron: “Te amo…”
No me atrevo a decirlo.

Está temblando tanto que estoy preocupado, era casi una convulsión. Ella se va a romper pronto.

—La otra cosa que veo, cada maldita noche, es su zapato. Nos habíamos ido a cenar a ese sitio italiano de lujo. Tenía los zapatos de vestir. De cuero negro con estúpidas borlas pequeñas delante. Odiaba esos zapatos. Cuando el árbol lo golpeó, lo golpeó con tanta fuerza que su zapato salió disparado limpiamente. Veo ese zapato en el barro. Manchado con barro marrón, como la mierda. Veo ese estúpido zapato de mierda, con las borlas.

Tengo que decirlo. Ella se va a enfadar, pero tengo que decirlo.

—No fue tu culpa.

—¡NO DIGAS ESO! ¡NO TIENES NI PUTA IDEA! —gritó ella en mi oreja, tan fuerte me pitaron los oídos.

—Entonces dímelo —le susurro.

—No puedo. No puedo. No puedo. —Ella está sacudiendo la cabeza, girándola de lado a lado, la negativa a romperse—. Fue mi culpa. Yo lo maté. —Un sollozo, luego un sollozo sin control completo.

—Tonterías. Él te salvó. Él te amaba. Tú no lo mataste.

—No lo entiendes. Yo lo maté. Estábamos discutiendo. Si sólo hubiera dicho que sí, estaría vivo. No lo entiendes. Tú no… no. No puedes saberlo. Nadie lo sabe. Si solo hubiera dicho que sí, él estaría vivo. Pero le dije que no.

—¿Decir que sí a qué?

Temblando, lanzando respiraciones entrecortadas, aun negándose a romperse, murmura las palabras, y yo sé que la rompen, de una vez por todas.

—Me pidió que me casara con él. Le dije que no.

—Tenías dieciocho años.

—Lo sé. ¡Lo sé! Por eso dije que no. Él quería ir a Stanford, y yo quería ir a Syracuse. Habría ido a Stanford con él, solo para estar con él, pero… no podía casarme con él. No estaba dispuesta a comprometerme. A casarme.

—Comprensible.

—No lo entiendes, Pedro. Tú no… no lo entiendes. —Hipo, ahora, las palabras vienen en un tartamudeo—. Me pidió que me casara con él, en el coche. Salí, enojada de que no entendía por qué le dije que no. Él me siguió. Se situó en la calzada discutiendo conmigo. Yo estaba en el porche. Minutos como esos, él en el camino, yo en el porche. Deberíamos haber entrado en la casa, pero no lo hicimos. La lluvia había cesado, pero el viento era peor que nunca. Oí el chasquido del árbol. Sonaba como cañones disparándose.

—Tú no lo mataste, Lali. No lo hiciste. Decir no, no significaba…

—Cállate. Solo… cállate. Dije que no. Pensó que eso significaba que no lo amaba, y perdió mucho tiempo allí, en el camino del árbol. Si simplemente hubiera dicho que sí, habría ido al interior con él y el árbol habría fallado. Fallado conmigo y fallado con él. Él estaría vivo. Dudé, y murió. Si no me hubiera congelado, si me hubiera movido fuera del camino… un salto hacia la izquierda o la derecha. Podría haberlo hecho. Pero me quedé inmóvil. Y él me salvó… y él… él murió. Se ha ido, y es mi culpa.

—No lo es.

—¡Cállate! —Grita ella en mi pecho—. Yo lo maté. Se ha ido y es mi culpa... por mi culpa. Lo quiero de vuelta —Este último, un susurro roto, y siento, por fin, cálidas lágrimas mojadas en mi pecho.

Está callada, al principio. Creo que tal vez ella está esperando a ser condenada por debilidad. No lo hago por supuesto. La abrazo. No le digo que está bien.

—Vuélvete loca —le digo—. Siéntete herida. Siéntete rota. Llora.

Ella niega con la cabeza, minúsculos giros de lado a lado de su cuello, una negación, el rechazo inútil.
Inútil, porque ya está llorando. El agudo gimoteo al principio, arriba en su garganta. Lamentándose.

Una vez vi a un gatito bebé en un callejón sentado junto a su madre. El gato mamá estaba muerto, por la edad o algo así, no lo sé. El gatito estaba escarbando en el hombro de la mamá maullando, ese sonido sin fin que era absolutamente descorazonador, desgarrador. Era un sonido que dice: “¿Qué hago? ¿Cómo vivo? ¿Cómo puedo seguir adelante?”

Este sonido, de Lali, es eso. Pero infinitamente peor. Es tan jodidamente abrasador del alma que no puedo respirar por el dolor que causa escuchar. Porque no puedo hacer absolutamente nada excepto sostenerla.

Ella comienza a mecerse en mi brazo, agarrando mis hombros desnudos con tanta fuerza que va a romper la piel, pero no me importa, porque significa que no se está haciendo daño a sí misma. Ahora son largos sollozos irregulares, arruinando todo su cuerpo, y Dios, ella tiene dos años de lágrimas reprimidas saliendo todos a la vez. Es violento.

Ni siquiera sé cuánto tiempo solloza. El tiempo deja de pasar, y ella llora, llora, y llora.
Me aprieta y hace esos sonidos de un alma siendo partida en dos, la pena tanto tiempo negada pasando factura.

El dolor fermentado es mucho más potente.

Mi pecho está resbaladizo por sus lágrimas. Mis hombros están magullados. Estoy entumecido y adolorido por sostenerla, inmóvil. Estoy agotado. Nada de esto importa. La sostendré hasta que ella se desmaye.

Finalmente, los sollozos desaparecen y está llorando suavemente. Ahora es el momento de consolarla.

Solo sé una manera; canto:

“Silencia tu voz sollozante niño perdido.

Que no hay motivo para la comodidad de pasar sus labios.

Estás bien, ahora.

Estás bien, ahora.

No llores más, seca tus ojos.

Rueda el dolor, ponlo en el suelo y déjalo para las aves.

Sufrir nunca más, niño perdido.

Levántate y toma la carretera, sigue adelante y sella la herida detrás de
las millas.

No está bien, no está bien.

Lo sé, lo sé.

La noche es larga, oscura y cruel.

Lo sé, lo sé.

No estás solo. No estás solo.

Eres amado. Tú eres sostenido.

Aquietar la voz que clama, niño perdido.

Estás bien, ahora.

Estás bien, ahora.

Solo aguanta, un día más.

Solo aguanta, una hora más.

Alguien vendrá por ti.

Alguien va a mantenerte cerca.

Lo sé, lo sé.

No está bien, no está bien.

Pero si solo aguantas,

Un día más, una hora más.

Será. Será”.

Lali está en silencio, mirándome con cristalinos ojos gris-verdes como la piedra con musgo moteado. Escuchó cada palabra, escuchó el grito de un niño perdido.

—¿Escribiste eso? —pregunta. Asiento con la cabeza, la barbilla raspando la parte superior de su cuero cabelludo—. ¿Para quién?

—Para mí.

—Dios, Pedro. —Su voz es ronca de tanto llorar, rasposa. Sexy—. Eso es muy triste.

—Es lo que sentí en ese momento. —Me encojo de hombros—. Yo no tenía a nadie para consolarme, así que escribí una canción que hacerlo yo mismo.

—¿Funcionó?

Resoplo por la ridiculez de la pregunta.

—Si la cantaba bastante, podría eventualmente ser capaz de conciliar el sueño, así que sí, un poco.
Finalmente miro hacia ella, en realidad miro a sus ojos. Es un error. Ella está con los ojos abiertos, la intención, lleno de angustia, tristeza y compasión. No es lástima. Me largaría si viera lastima en sus ojos, al igual que lo haría ella si lo viera en mí.

La compasión y la lástima no son lo mismo: lástima es mirar a alguien, sentir lástima por ellos y no ofreciendo nada, la compasión es ver su dolor y ofrecerles comprensión.

Ella es tan malditamente hermosa. Estoy perdido en sus ojos, incapaz de apartar la mirada. Sus labios, rojos, agrietados, fruncidos, como pidiendo que la bese, están demasiado cerca como para ignorarlos.
Soy repentinamente consciente de su cuerpo contra el mío, sus pechos aplastados contra mí, su pierna, un muslo redondo, pálido como la crema blanca, cubierta sobre la mía. Su palma, dedos largos y ligeramente curvados, apoyados en mi hombro, y relámpagos arden en mi piel cuando me toca. No estoy respirando. Literalmente, la respiración se ha quedado atascada en mi garganta bloqueada por mi corazón, que ha establecido su residencia en mi tráquea.

Quiero darle un beso. Necesito hacerlo. O puede que nunca respire de nuevo.

Soy un idiota, así que la beso. Ella merece gentileza finalmente, y mis labios son plumas contra la de ella, como un fantasma en ella. Puedo sentir cada cresta y la ondulación de sus labios, que están resecos y agrietados y ásperos de tanto llorar, de la sed. Los humedezco con mis propios labios, beso cada labio individualmente. En primer lugar el superior, acariciándolo con los míos, probando, tocando.
Ella suspira.

Creo que estoy bien, creo que ella quiere esto. Estaba realmente aterrorizado en un principio por ella me apartara, me golpeara y se fuera. Porque me dijera que no podía soportar un beso de un monstruo sangriento como yo. No la merezco, pero soy un idiota, un bastardo egoísta, así que tomo lo que puedo conseguir de ella, y trato de asegurarme de que le doy lo mejor que tengo.
Sin embargo, ella no me devuelve el beso. Ella se desplaza en mi cuerpo, y sus enroscados dedos aprietan mi pecho, pero… ¿su boca? Ella solo espera, y me permite reclamar su boca con la mía. Tomo su labio inferior entre los dientes, muy suavemente. La palma de mi mano, mi palma áspera y callosa está rozando su mejilla, alisando un mechón rebelde detrás de la oreja. Ella me deja. Niña tonta. Dejar que un bruto como yo la bese, la toque. Me temo que la grasa de debajo de mis uñas estropee su piel, preocupado de la sangre que se ha empapado en mis huesos se filtre fuera de mis poros y ensucie su piel de marfil.

Ella froza su cara en mi palma. Ella abre la boca a la mía, me besa. Oh, cielos. Quiero decir, maldita sea, la chica puede besar. Mi aliento en realidad nunca salió de mi garganta, y ahora sale corriendo de mí con la incredulidad que ella está dejando que esto ocurra, de que esté participando activamente.
No sé por qué. No es que yo sea un buen tipo. No soy bueno. Solo la abracé cuando lloraba. No podía hacer otra cosa.

Termino el beso antes de que pueda convertirse en algo más. Ella me mira, con los labios entreabiertos, húmedos como las cerezas ahora tan, tan rojos. Oh, mierda, no puedo resistirme a ir para otro beso, de dejar algún rastro de mi hambre furiosa por su demostración de belleza a través de mi beso. Ella regresa con igual fervor, moviéndose así que está completamente encima de mí, y no me detiene cuando la mano se desplaza por su cuero cabelludo, por su nuca, la espalda, descansa en la pequeña curva justo encima de su culo. No me atrevo a tocar allí.

Esto es una locura. ¿Qué demonios estoy haciendo? Ella aulló a moco tendido, sollozó durante horas. Está buscando consuelo, buscando olvido. No puedo tenerla así. Me alejo de nuevo, me deslizo de debajo de ella.

—¿A dónde vas? —pregunta.

—No puedo respirar cuando me besas así. Cuando dejas que te bese. Es que… no soy bueno. Nada bueno para ti. Me estaría aprovechando de ti. —Niego con la cabeza y me alejo de la confusión en sus ojos, la decepción. Me retiro, apretando mis manos en puños, enojado conmigo mismo. Se necesita algo mejor que yo.

Cojo mi guitarra, la arranco de la funda blanda, y la cabeza por la raquítica, chirriante, escalera exterior a la azotea, con una botella de Jameson en la mano. Me dejo caer en el curtido destroza-traseros Lay-ZBoy azul que arrastré hasta aquí con este propósito, gire la tapa de la botella y lingoteé duro. Doy una patada con los pies sobre la cornisa del techo y veo la bruma gris a rosa del amanecer que se nos viene encima, la guitarra en mi vientre, arrancando cuerdas.

Por último, me siento adelante y empiezo a trabajar en la canción que he estado aprendiendo: “This Girl” de City & Colour. Me arrepiento de inmediato, ya que las letras me recuerdan lo que no merezco con Lali.

Pero es una canción embriagadora, por lo que me pierdo en ella, y apenas registro cuando la escucho en las escaleras.

—Tienes mucho talento, Pedro —dice ella, cuando termino.

Ruedo mis ojos.

—Gracias.
Se ha puesto los vaqueros de nuevo, y tiene una de mis guitarras de repuesto en la mano. Hay un sofá de dos plazas de color naranja maltrecho perpendicular a la Lay-Z-Boy, y se asienta con las piernas cruzadas sobre ella, sosteniendo su guitarra en su regazo.

—Toca algo para mí —le digo.

Se encoge de hombros con timidez.

—Doy pena. Solo sé un par de canciones.

Frunzo el ceño ante ella.

—Cantas como un maldito ángel. En serio. Tienes voz más clara y más dulce que he escuchado.

—Sin embargo, no puedo tocar una guitarra de mierda. —Sin embargo, está rasgueando, incluso mientras dice esto.

—No —acuerdo—. Pero eso no importa, una vez que comiences a cantar. Además, al seguir tocando, al seguir practicando, mejorarás.

Ella rueda los ojos, al igual que yo, y comienza a rasgar acordes. No reconozco la melodía al principio.
Esto me lleva al primer coro de averiguar qué canción es. Es una melodía cautivadora baja, rodada, triste melodía. La letra es… arcaica pero la entiendo. Son dulces y anhelantes. Ella está cantando “My Funny Valentine” de Ella Fitzgerald.

Al menos, esa es la versión que conozco. He oído una docena de versiones de ella, pero creo que esta fue la que la hizo famosa. La forma en que Lali canta… su voz es un poco alta para lo bajo que está escrita la canción, pero la tensión al golpear las notas más bajas solo la hace llena de mucho más anhelo. Como si el deseo fuera algo palpable, tan espeso en su interior que no pudiese dar la nota correcta.

Ella se apaga al final de la canción, pero ruedo la mano en un círculo, por lo que arranca de algunos hilos, pensando, en silencio, y luego golpea otro lento ritmos de blues. Oh, Dios, tan perfecto. Ella canta “Dream a Little Dream of Me”. Louis Armstrong y Ella. Dios, me encanta esa canción. Dudo que ella se dé cuenta de esto. Me sorprendo como la mierda fuera de ella al entrar en el momento justo con la parte de Louis. Ella sonríe amplia y feliz, y sigue cantando, y mierda santa sonamos bien juntos.
Nunca hubiera pensado en cubrir los números de jazz con un estilo folk. Es tan caliente, tan fresco. Conozco la canción, así que pueden entretejer de alguna cosecha propia de lujo, sobre y alrededor de su rasgueo.

Terminamos la canción, y no quiero dejar de hacer música con ella nunca. Me arriesgo y empiezo “Blues Stormy” de Billie Holiday. Es una canción lenta y la cristalina voz de Lali y la mía ronca la transforma en una balada. Puedo oír la voz de Billie mientras estoy cantando, sin embargo. Lo escucho salir de la ventana del edificio de al lado de la                                                                                 tienda, la primera vez que lo compré.

La señora Vázquez sentía algo por el jazz. Era vieja y solitaria, y el jazz le hizo pensar en el ya hace tiempo muerto señor Vázquez, por lo que había agrietado todas las ventanas y el reproducido a Billie y Ella y Count Basie y Benny, y había bailado y recordado. Me había ayudado a llevar su tienda de comestibles, y ella me había pellizco el culo y me había amenazado con el sexo, aunque solo era medio siglo más joven. Me había hecho té y rociado con whisky, y había gustado escuchar jazz.
La encontré en su cama con los ojos cerrados, con una foto del señor Vázquez en su amplio pecho, con una sonrisa en su rostro. Fui a su funeral, que conmocionó como la mierda de a su rico, nieto imbécil.

Mis ojos tienen que revelar algunos de mis pensamientos, porque Lali me pregunta lo que estoy pensando. Así que le digo sobre la señora Vázquez . Acerca de las largas conversaciones que había tenido con ella, poniéndome poco a poco borracho de espinoso Earl Grey. Como siempre estaba cacareando acerca de mis tatuajes y mis pantalones anchos. Cuando fui derecho hacia ella y me detuve gamberreando, ella estaba en la luna en mis jeans ajustados.

Lo que no digo es que mi pasar tiempo con la señora Vázquez fue Peter típico egoísta. Me sentía solo. Me alejé de todos mis chicos de la capucha, todos ellos, excepto Nacho, y me sentía solo. La señora Vázquez  era una amiga, la oportunidad de estar cerca de alguien que era buena influencia para mí. Probablemente tendría mierda de ella dependiendo de  si supiera la mitad de la mierda que había hecho, y creo que ella lo sabía, ya que ella nunca me preguntó. Por último, me voy en silencio, el tema de la fallecida señora Vázquez agotado.

—Explica lo que querías decir —dice ella.

—¿Sobre qué? —Sé exactamente lo que quiere decir, pero no puedo dejarlo pasar.

—¿Por qué no eres bueno? ¿Por qué sería estar aprovechándote de mi?

Pongo la guitarra en su lado y tomo un trago de la botella, sosteniéndola hacia ella.

—Estoy… jodido, Lali.

—Yo también.

—Pero es diferente. No soy bueno. Quiero decir, no soy malo, tengo algunas cualidades atenuantes, pero… —Niego con la cabeza, incapaz de ponerlo en las palabras adecuadas—. He hecho cosas malas.
Estoy tratando de mantenerme fuera de problemas en estos días, pero eso no borra lo que he hecho.

—Creo que eres una buena persona —dice ella en voz baja, sin mirarme.

—Viste lo que le hice a imbécil Benjamin.

Ella resopla.

—El imbécil de Benjamin. Sí, lo vi, y sí, me asusté. Pero tú me estabas  protegiéndome. Defendiéndome. Y te detuviste.

—Sin embargo, no quería.

—Pero lo hiciste. —Bosteza tras su mano—. Te estás vendiendo por poco, Pedro. Y no me estás dando crédito suficiente para saber lo que quiero.

—¿Qué quieres decir? —Sé lo que quiere decir, pero quiero oírselo  decir.

—Te devolví el beso. Es una locura, un lío, y me confunde. Pero lo  hice con los ojos muy abiertos.
Sabiendo lo que hacía. No estaba  borracha. —Ella me mira pasando de largo, pestañas oscuras, diciendo mil cosas a su boca no decía.

Mi boca se seca.

—No debería haberte besado.

—Pero lo hiciste.

—Sí. Soy un idiota por eso. Simplemente no puedo evitarlo cuando estoy a tu alrededor.

—No creo que seas un idiota. Creo que eres dulce. Gentil. —Ella lo dice con una pequeña sonrisa.

Niego con la cabeza.

—Nah. Eres simplemente tú. Sacas esa mierda tierna de mí. Soy un gamberro, Lali. Directamente.

—Ex-gamberro —dice.

Me río.

—Una vez gamberro, siempre gamberro. Puede que ya no recorra las calles, pero sigue siendo parte de lo que soy.

—Y me gusta lo que eres.

Me levanto, incómodo con el lugar donde va esto.

—Es tarde. Hay que dormir. —Ella mira al sol, que se está asomando entre un par de rascacielos en la calle.

—Es temprano, pero sí. Estoy agotada.

Tomo su guitarra y sostengo su mano mientras ella camina sobre las escaleras. Me gusta cómo se siente su mano en la mía. No quiero dejar ir, así que no lo hago. Tampoco ella. Lali se detiene en el baño, y me pongo pantalones cortos. Finalmente, me permito sentir el dolor de la pelea con Dan. Me estiro, sintiendo mi costillas punzar, y sondeo mi diente suelto con la lengua, haciendo una mueca por el dolor sordo. En ese momento, Lali aparece a mi lado con una toalla. La miro con recelo y luego la alejo cuando se la acerca a mi cara.

—Estoy bien —gruño.

—Cállate y quédate quieto.

Ruedo mis ojos y acerco mi cara de nuevo. Su tacto es demasiado suave para un bruto bastardo como yo. Me toca la barbilla, me vuelve a un lado, limpia los cortes y contusiones como si tuviera miedo de lastimarme más. Dejo de respirar por su proximidad, desde las decisiones de borracho me pregunto por su aroma, champú y limones y el whisky y mujer. Ella me vuelve la cabeza otra vez, borra el otro lado de la cara, los ojos entrecerrados mientras se centra en limpiar la sangre seca. Me limpié un poco mientras estaba en la ducha en su casa, pero al parecer no lo suficiente. Ella limpia el labio superior, la barbilla, la frente, los pómulos. Luego baja el paño y pasa los dedos por la cara, tocando cada corte con suavidad, explorando.

Espero aún y le dejo que me toque. Me asusta. Me mira como si me viera por primera vez, como si tratara de memorizar cómo soy. Su mirada es intensa, anhelante. Sus pulgares terminan cepillando mis labios, y yo muerdo uno de sus pulgares, un poco fuerte. Sus ojos se abren y sus orificios nasales se abren, y succiona un aliento rápido mientras recorro mi lengua por la yema de su pulgar.

¿Qué demonios estoy haciendo? Pero no puedo parar.

Esta vez, ella se inclina. Saca el pulgar de mi boca y lo reemplaza con sus labios. Su lengua. Esto es una locura. No debería dejar que suceda.

Pero lo hago. Dios mío, lo hago. La beso de nuevo con toda el hambre dentro de mí. Estamos en mi habitación, justo en la puerta, a centímetros de la cama. Sería tan fácil de girar alrededor de ella y acostarla, quitar la ropa, y… Me alejo. Ella suspira mientras lo hago, y es un sonido decepcionado.

—Sigues parando —dice ella.

Me deslizo de nuevo fuera de sus brazos, de mala gana. Estoy confundido, metí la pata. La quiero, pero una voz vaga en mi cabeza me dice que está mal tenerla. Una parte de mí dice que nos pertenecemos, me dice que me acerque y que nunca la deje ir. Parece quererme, y yo la quiero… pero sé, sé, que no soy lo suficientemente bueno para ella.

—Tenemos que dormir —le digo—. Puedes tener la cama.

Me doy la vuelta, pero su mano agarra mi codo.

—No quiero dormir sola —dice ella—. He dormido sola durante mucho tiempo. Yo solo… quiero que me abraces. ¿Por favor? —Ella de repente es vulnerable otra vez.

No debería. Es tentador y no me he dado cuenta de lo que está bien o mal. Pero no puedo decir que no.

—Podría hacer eso —le digo—. Si soy honesto nada me gustaría más.

5 comentarios:

  1. a me encantoo .. ahora que ella acepta dejarse llevar el dice q no jaj
    masssssssssssss
    @x_ferreyra07

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  2. Súper ella se esta soltando el alejando quien los entiende y tan pocos capítulos son

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  3. JJAJA QUIEN LO ENTIENDE A PETER JAJJA
    SEGUILA

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  4. Ahhhh ! Ya dije que me encanta demasiado esta adaptación !!! Es tan jdjsjskksksks
    Ay dios hasta que Lali saco toda la mierda que traía con ella !
    Peter sabe muy bien como ayudarla , le dice las palabras justas y la presiona cuando es necesario !
    Jajajajja ay nooo quien lo entiende ?
    Cuando Lali no quería El si, ahora que ella se esta dejando llevar El no quiere, cree no merecerla !
    Ahora necesita Lali ayudarlo a el !
    Mas me gusta muchoooooooo !!!
    Ay noo solo dura 15 ! Buu no importa igual la amo !

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