Capitulo 3
Yendo al Hotel
Día de San Valentín
Estaba un poco nerviosa y distraída en el colegio,
preguntándome que había planeado Pablo para nosotros. Sabía que él tenía en
cuenta que era el Día de San Valentín, y sabía que tenía algo planeado cuando
insinuó que planeó algo especial. Hemos sido cautelosos el último par de
semanas, manteniendo nuestros besos calmados y bajo control. Ambos sabíamos, de
manera implícita, que si nos dejábamos llevar sería fácil no detenernos.
En algún punto teníamos que hablar de ello. Sabía que
teníamos que hacerlo. Él también lo sabía, pero aun así lo seguíamos aplazando,
lo cual era raro en cierta manera porque ambos éramos unos hormonales y
calientes adolescentes. Sabía que él quería y yo también, pero creo que ambos
estábamos asustados, porque sabíamos que había otra línea en juego, una línea
mucho más significante.
Sin embargo, sólo por si acaso, había ido con la prima de
Becca a conseguir la pastilla anticonceptiva, y he estado tomándola cerca de
una semana; aun así no se lo había dicho a Pablo. Otra cosa que debería hacer
pero nunca parece ser el mejor momento.
Finalmente, el sexto periodo llegó a su fin y me encontré
con Pablo en su coche. Sonriéndome, abrió la puerta y la cerró detrás de mí.
—¿Qué haremos esta noche? —pregunté.
Frunció el ceño con confusión.
—¿Esta noche? ¿Qué pasa esta noche?
Lo miré, tratando de decidir si bromaba o si malinterpreté
sus intenciones.
—Estás bromeando, ¿verdad?
Ante el tono de advertencia en mi voz, soltó una gran
carcajada.
—Sí, Lali, estoy bromeando. Y no, no
voy a decírtelo. Sin embargo, nuestros padres ya saben que estaremos hasta
tarde fuera. Ya aclaré todo con ellos. Nuestro toque de queda es a las dos de
la madrugada.
Lo miré achinadamente.
—¿Dos? Planeas mantenerme fuera
hasta tan tarde, ¿eh, Pablo?
—Tal vez. —Se sonrojó.
Respiré profundamente, sabiendo que tenía que sacar a juego
el tema. No creí que él lo haría.
—Eh, sobre esta noche… ¿vamos a…
quiero decir… si nos quedamos hasta
tarde afuera, significa que estas planeando que nosotros…? —No pude terminar,
las palabras no podían salir de mi boca.
Pablo jugaba con la palanca de cambios mientras mordía su
labio inferior. Finalmente, cuando
paramos en un semáforo en rojo, me miró.
—Mira, sé a lo que te refieres, y…
hice unos arreglos. Ya sabes, en caso
de que eso sea lo que queremos; pero no tenemos que hacerlo. Quiero hacerlo bien.
—¿Has hecho unos arreglos? ¿Qué se
supone que significa eso?
Se sonrojó de nuevo, más rojo que nunca.
—Tenemos una habitación en el Hotel
Red Roof Inn. Sólo tendríamos que conducir un poco más delante de dónde iremos
a cenar.
—Estamos un poco creídos, ¿no, señor
Lanzani? —Traté de bromear.
Pablo me sonrió pero ambos sabíamos que la broma cayó de
llano.
—Sólo… en caso.
Un pensamiento cruzó mi mente y me sonrojé antes de tener la
oportunidad de poder evitarlo.
—¿Pablo? ¿Has pensado que quizá no
estamos preparados si ni siquiera podemos hablar del tema sin sentirnos
incómodos?
—Sí, ese mismo pensamiento pasó por
mi cabeza —Rió, un nervioso sonido saliendo de su boca.
—¿Haremos esto porque es lo que
nuestros amigos están haciendo?
Me miró con frenesí.
—¡No! Quiero decir, Jason me contó
sobre él y Becca, y sé que Aaron y Kyla lo han hecho también, pero no. No. Y no
necesariamente tenemos que hacerlo. Sólo quería tener disponible la opción.
Me reí, más de mí misma que algo más.
—No sé si estoy emocionada de que lo
hayas pensado o extrañada de que asumiste que lo haríamos.
—No asumí nada, Lali —dijo, sonando
casi enojado—. Solo… ¿sabes qué? Sí. Lo asumí. Quiero decir, realmente quiero
estar contigo, Lali. Sé que somos jóvenes pero te amo. Creo que estamos listos.
Lo miré: había dicho las palabras.
—Tenemos dieciséis, Pablo. —Enarqué
mi ceja—. Y, ¿no se supone que tienes que esperar durante una romántica cena
para decirme que me amas? En medio de una pelea no es el mejor momento para
decirlo, ¿sabes?
—¿Es una pelea?
—Algo así. No sé, no quiero que lo
sea. —Me encogí de hombros.
—Yo tampoco. Y supongo que tienes
razón, pero ya lo dije ahora. Te amo. He estado esperando para decírtelo
durante semanas pero he sido muy gallina. Planeaba decírtelo esta noche. Tenía
todo planificado, de hecho lo escribí. —Buscó dentro de sus bolsillos de su
pantalón y sacó un papel doblado proveniente de un cuaderno aún con sus respectivas
hileras y me lo entregó.
Sé que somos jóvenes,
y sé que la mayoría de la gente diría que solo somos unos niños, o demasiado
jóvenes para saber lo que es el amor, pero al diablo con eso. Te he conocido
toda mi vida entera. Compartimos todo juntos. Cada cosa importante en nuestras
vidas pasó estando juntos. Aprendimos a montar en bicicleta juntos, aprendimos
a nadar juntos y aprendimos a conducir juntos. Suspendimos álgebra en octavo
grado juntos. (¿Recuerdas cuán despreciable era el señor Jenkins? ¿Cuántas
veces pasamos en su oficina ese semestre?) Y ahora estamos aprendiendo a como
enamorarnos juntos. No me importa lo que alguien más diga. Te amo; siempre te
amaré sin importar lo que pase en el futuro con nosotros. Te amo ahora y
siempre.
Tu encantador novio,
Pablo.
Leí la nota varias veces, no me di cuenta que estaba
llorando hasta que una lágrima cayó en el arrugado papel causando que tinta
azul saliera a la luz. Esto cambiaba todo.
—También te amo, Pablo. —Me reí incluso
cuando sollozaba—. La nota es tan tierna, tan perfecta. Gracias.
—Es la verdad. —Se encogió de
hombros—. Sé que quizá esta no era la manera más romántica para decirte que te
amo, pero…
—Es perfecto, Pablo. —Lo interrumpí
guardando la nota en mi bolsillo del bolso.
La nota se convertiría en mi mejor consuelo, y el recuerdo
del más grande dolor.
* * *
El restaurante que Pablo había escogido estaba
horrorosamente lleno; incluso con la reserva hecha, esperamos casi una hora
para por fin comer. Había variadas parejas esparcidas por el lugar, desde
chicos de nuestra edad a parejas de ya casadas. Nos tomamos nuestro tiempo, compartiendo
una ensalada, sopa y el plato principal, así como también el enorme pedazo de
pastel de queso para el postre.
Peculiarmente nos relajamos ahora que esa declaración de
amor finalmente se sabía hecho. Hablamos cómodamente de todo lo que venía, desde
los profesores del colegio hasta los chismes de quien se acuesta con quién y
quién no. Posteriormente, Pablo pagó la cuenta y volvimos a su auto. Sacando el
auto del estacionamiento, lentamente condujo por el pueblo. Estaba matando el
tiempo, lo sabía, dándonos la oportunidad de primero hablar antes de sacar el
tema de si ir al hotel o no. Mientras hablábamos, rodeaba los caminos de tierra
y, después de media hora, volvió a la calle principal donde sabía que estaba el
hotel.
Me miró, llegando a mi mano y tomándola en la suya.
—¿Quieres ir a casa? Aunque también
hay un par de películas en cartelera, en caso que quieras ver una película
—dijo, jugando con el manubrio cuando nos detuvimos en el semáforo, después, se
giró encontrándose con mis ojos con una seria mirada—, o podemos ir al hotel.
Tiempo de decidir.
Oh Dios. Sus ojos eran marrones, mocha esparcida en ella y también
con unos reflejos de color ámbar, diminutas manchas de topacio y canela. Fue
tan serio, tan tierno al ofrecer la idea sin presionarme. Apreté su mano
mientras nos acercábamos a la franja roja del hotel. Tragué saliva
difícilmente.
—Vamos al hotel —respondí.
Era notorio como rodeábamos el tema. Hablando en códigos. “Vamos
a hotel” lo cual significa “Vamos a tener sexo”. Me sonrojé cuando el
pensamiento atravesó mi mente; pero entonces miré a Pablo, a su cuidadoso
cabello oscuro, su fuerte mandíbula, sus altos pómulos y sus suaves labios. Sus
largas pestañas parpadeaban con rapidez y entonces me miró, regalándome una nerviosa
pero brillante sonrisa, mostrando blancos dientes. Mis nervios enloquecieron un
poco. Mi corazón seguía latiendo a mil kilómetros por minuto y, en el momento que
aparcamos y nos acercábamos al lugar a pagar, el martilleo en mi pecho aumentó notablemente.
La mujer detrás del mostrador era una anciana con cabello
gris rubio y afilados ojos azules. Unos ojos astutos. Nos dio a cada uno una prolongada
y severa mirada como atreviéndose a darnos la pasada. Sus labios formaron una
desaprobadora línea cuando tomó la tarjeta de crédito de Pablo, y sabía que quería
decirnos algo. Sin embargo, no lo hizo, y con Pablo nos reímos realmente fuerte
cuando subimos al elevador e íbamos a nuestro cuarto en el tercer piso.
—Dios, era impetuosa —dijo Pablo
resoplando de la risa.
—Sí, lo era —concordé—. Creo que
sabía qué haremos, y no le gustaba ni un poco.
—Por supuesto que sabía —replicó—.
Solo hay una razón por la cual dos adolescentes de dieciséis años van a un
hotel el Día de San Valentín sin maletas.
—¿Crees que se lo dirá a alguien?
—pregunté.
—¿A quién? No es como si
estuviéramos huyendo.
No tenía más respuesta que escogerme de hombros y asentir. Estábamos
en nuestro cuarto, 313. Deslizando la tarjeta, una luz verde se encendió al
hacer contacto con ella haciendo un sonido que resonó por todo el silencioso
pasillo. Abrió la puerta, guiándome hacia el oscuro dormitorio y apretando
fuertemente mi mano. Presionó un interruptor dando vida a una muy brillante
luz. Pareció percibir el voltaje de la brillante luz sobre nuestras cabezas e inmediatamente
abandonó mi lado para encender la lámpara situada en la pared junto a la cama matrimonial.
Apagando la luz del techo, ambos suspiramos de alivio.
Pablo se sentó al final de la cama jugando con el final de
su corbata. Le sonreí. Estaba tan apuesto en su traje negro, una atrevida
corbata color rosado desafiando a su camisa negra. Desbotonó su chaqueta y frotó
las palmas en sus rodillas.
A tal vista, lamí mis labios retorciendo el final de mi
vestido tipo halter hasta las rodillas. Cuando nuestros ojos se encontraron,
fue mucho más allá; lo nervios volvieron a mi columna vertebral ahora que estábamos
solos en el hotel. En mi casa o en la suya, en su auto en las calles
solitarias, en todas partes que nos habíamos besado estaba el consentimiento
que alguien podía encontrarnos. Aquellas calles estaban constantemente
vigiladas por patrullas policiales y por lo menos uno de nuestros padres
siempre estaba en casa. Esta era la primera vez que estábamos realmente solos,
en privado, sin ninguna posibilidad de ser interrumpidos.
Mi corazón latía tan fuerte que estaba segura que Pablo
podía escuchar desde donde estaba.
Mis ojos volvieron a su rostro observando cómo su lengua se deslizaba
a través de su labio inferior e imité su acción casi inconscientemente. Ese fue
el punto de quiebre. Pablo atravesó la habitación y se presionó contra mí antes
que pudiera reaccionar; una de su fuerte y larga mano estaba ahuecando mi
mejilla, la otra descansando en mi cintura justo arriba de la cadera. Sin
embargo, no me besó inminentemente. Titubeó, sus labios a centímetros de los
míos, sus ojos ardientes y suaves en los míos.
—¿Tienes miedo? —susurró, su
respiración cosquilleando mis labios.
—Sí, un poco. —Me encogí de hombros,
un pequeño poco en uno.
—Podemos irnos.
Sacudí la cabeza.
—Quiero estar aquí contigo —suspiré.
Levantando mis manos para enredar mis dedos en su cabello,
los pasé a través de su pelo rígido gracias al gel pero suave a la vez, y luego
rodeé su nuca con mi mano y lo atraje hacia mí para besarlo.
—Empecemos con esto —dije apartándolo
un poco—. Poco a poco.
—Eso es justo lo que pensaba.
Yacíamos en medio de la habitación del hotel, besándonos,
las manos recorriendo rostros, hombros y espaldas. Inicialmente, no tratamos de
apurarnos. Sentía su corazón latir, mi mano en su pecho, y el saber que él
estaba tan nervioso como yo me dio valentía.
Alejándome del beso, encontré su mirada y quité la chaqueta
desde sus hombros cayendo detrás de él y de paso quité su corbata con ambas manos,
dejando caer la suave tela junto a la chaqueta. Buscó mis ojos, esperando.
Busqué el botón del comienzo, abriéndolo finalmente con una nerviosa sonrisa.
Pablo rió conmigo descansando sus manos en mis caderas, calmadamente ahora. Nuestros
ojos seguían conectados a medida que desbotonaba con manos temblorosas su
oscura camisa, un botón a la vez. Finalmente, la camisa quedó abierta revelando
una camiseta negra sin mangas que abrazaba a un torso musculoso. Tomé una de
sus manos entre la mía, desbotonando el botón de un puño, luego el otro y tiré
de ellas para que la camisa saliera de su anatomía cayendo a sus pies.
Cuando llegó al cierre de mi vestido, lo detuve. No estaba
lista aún. Estaba decidida a hacer esto tal cual lo imaginaba. Verás, había imaginado
este momento una y otra vez en mi mente. Lentamente lo desvestiría, y después
esperaría, mi corazón ya en mi garganta cuando me quitara la ropa y dejar
deslizar este. Sin embargo, nunca pasaba de ese momento en mi imaginación.
Se quitó sus zapatos y se quedó ahí mismo esperando una vez más,
sonriendo nerviosamente. Lamí mis labios, observando sus ojos seguir el
recorrido de mi lengua. Puse mis manos en su cintura, vacilante, subiendo
lentamente la tela dejando al descubierto cada pulgada de su torso a la vez.
Levantó sus manos por arriba de su cabeza y sacamos su camiseta juntos, dejando
a Pablo de pie sólo en pantalón, gloriosamente hermoso.
Ahora es cuando venía la parte difícil. Respiré
profundamente y llegué a su cinturón. Sus ojos eran salvajes y sus dedos
apretaron mis caderas, agarrando con ellas la tela de mi vestido y la piel
debajo de ella. Mis manos temblaban como hojas en el viento mientras
desabrochaba su cinturón dejándolo libre y llegando al botón de su pantalón.
Contuvo la respiración y tensó su estómago cuando abrí el pantalón. Brevemente sus
ojos se cerraron mientras bajaba el cierre. Su pantalón cayó hasta sus tobillos
y salió de ellos. Su apretado bóxer mostraba lo duro que estaba y ambos nos
sonrojamos y esquivamos la mirada.
Dejando sus manos a cada lado mío, me besó.
—Mi turno —murmuró.
Asentí, y ahora mi corazón chocó salvajemente contra mi
pecho. Tenía menos ropa por sacar que él. Desplazó sus manos por mis desnudos
brazos provocando piel de gallina en el camino. Contuve el aliento cuando tomó
el cierre de mi vestido entre sus dedos, mordí mi labio a medida que bajaba el
cierre agonizantemente lento. Un susurro de sus dedos contra mi piel y entonces
mi vestido estaba alrededor de mis pies, dejándome de pie frente a él solo en
bragas y sujetador.
Me ha visto en bikini antes, pero de alguna manera esto era diferente.
—Eres hermosa, Lali. —Su voz era un
suave susurro en el silencio.
—Igual que tú.
Sacudió su cabeza dándome una ladeada sonrisa. Sus dedos se deslizaron
por mis hombros, jugando con los tirantes del sujetador. Su sonrisa se
desvaneció mientras alcanzaba el broche del sujetador detrás, en mi espalda. Me
detuvo, sus manos aun en las mías.
—¿Estás segura? —Sus ojos buscaron
los míos, cariñosos y vacilantes.
Vacilante. Una voz en el fondo de mi cabeza provocó dudas
pero las alejé.
Asentí. Llevó mis manos hacia sus hombros y sus manos se dirigieron
hacia el gancho del sujetador. Tropezó torpemente tratando de desabrocharlo y
sacó su lengua. Inmovilicé una risa contra su hombro.
—Cállate —masculló—. No es como si
hubiera hecho esto antes.
—Lo sé —contesté—. Es tierno.
Gruñó en voz baja cuando soltó un broche, después el segundo
y murmuró una maldición cuando el tercer y último no quería salirse.
—No se supone que sea tierno —dijo,
echando un vistazo sobre mi hombro y mirando que estaba haciendo—. Se supone
que tiene que ser caliente, erótico y romántico.
Sonreí de nuevo cuando maldijo, luchando contra el último
broche. Finalmente se liberó y mi sonrisa se desvaneció siendo reemplazada por nervios
y deseo. Quería hacer esto. Sí, estaba nerviosa y un poco asustada pero quería
hacerlo. No podía imaginarme haciendo esto con nadie más que Pablo.
El sujetador se unió a nuestra ropa en el piso, y luego
Pablo retrocedió para mirarme. Cambiaba mi peso hacia un pie al otro mientras
era observada por él. Sabía que él pensaba que era hermosa, y usualmente no
estaba incómoda de mi cuerpo, pero su evidente lectura a mi casi desnudo cuerpo
era difícil de soportar.
Mordí mi labio mientras reuní el coraje para lo que venía
ahora; los pulgares del hombre frente a mí se engancharon al elástico del bóxer
e imité la acción.
—¿Juntos? —preguntó.
Asentí, mi voz estancada en mi garganta. Dudando un momento,
bajó su bóxer hacia sus rodillas y salió de ellos. Me congelé, incapaz de hacer
movimiento alguno, paralizada por la vista de él completamente desnudo.
Era su turno de estar incómodo mientras lo observaba. Era hermoso.
No tenía ninguna experiencia para poder compararlo pero era bien dotado allí
abajo. Gracias a Dios, no lucía como las imágenes que había en mi cabeza. Era
adecuado y su orgulloso, gran miembro parecía atraerme más y más.
—Pensé que lo haríamos juntos. —Su
voz me distrajo.
—Lo siento —respondí—. Iba a hacerlo
pero entonces te vi y… No pude terminar.
Levantando su barbilla, hizo círculos con sus hombros,
flexionó sus dedos atrayendo su confianza. Dio un paso hacia mí y me forcé a relajarme.
—¿Qué tal si lo haces por mí?
—pregunté, sorprendida por mi propio atrevimiento.
—Me gusta la idea —respondió, sus
manos dirigiéndose hacia su lugar favorito: la curva de mis caderas.
Usaba lencería de encaje roja y las manos de Pablo se
dirigieron hacia el inicio de mi trasero, trazando la línea, siguiendo el
camino del elástico. Me obligué a respirar cuando lo bajó a mis muslos,
forzando a mantener los ojos abiertos y mirarlo cuando palmeó mis nalgas.
Contoneé mis caderas y muslos, entonces el resto de ropa
yacía en el suelo y ambos estábamos desnudos. Mi corazón latía salvajemente en mi
pecho. Temblaba de pie a cabeza, miedo y emoción y deseo. Su piel era caliente
contra la mía donde sus manos tocaban mis caderas, costillas; su muslo contra
el mío. Mis pezones rozaban su pecho, enviando pequeños relámpagos de excitación
a través de mí. Sus palmas tocaban a través de mi espalda, después de
atrevieron a bajar hacia mi trasero, manoseando y apretándolo, un poco fuerte
pero no me importó.
Mis manos tenían vida propia recorriendo los músculos de su espalda,
siguiendo las curvaturas de su columna. Contuvo el aliento cuando toqué su
trasero, sorprendiéndome con su rigidez. Lo ahuequé como él lo hizo, después
ligeramente arañando sus firmes nalgas.
Sentí algo sacudir contra mi vientre. Bajé la mirada para
ver su erección, el pequeño agujero del comienzo con un ligero líquido.
Mirándolo, observé sus ardientes ojos mientras mi mano
bajaba entre nosotros y luego su respiración se estancó cuando lo toqué.
—Dios, Lali. Tienes que dejar… es
muy pronto.
Soltándolo, rocé mi palma a través de su pecho llegando a su
nuca y lo atraje a un beso. La usual llama que hay cuando nos besamos, estalló
por completo ahora. Me encontré presionada contra su cuerpo, su dureza contra
mi suavidad, y la llama ardió más con la sensación de su musculoso cuerpo
contra el mío.
Me apoyó contra la cama y me recosté en ella, sintiendo a
los nervios volver cuando Pablo me siguió.
—¿Estás…? —comenzó Pablo.
—Sí, estoy segura —lo interrumpí—.
Estoy nerviosa y asustada, pero quiero hacer esto a pesar de estar asustada
—mordí mi labio y entonces admití—: Estoy tomando pastillas anticonceptivas.
Las obtuve hace una semana, por si acaso.
—¿De verdad? ¿Por qué no me lo
dijiste? —Sus ojos se agrandaron.
—No lo sé. —Me encogí de hombros—.
Solo… nunca se sintió como el mejor momento. Supongo que estaba avergonzada.
Pablo se deslizó fuera de la cama e indagó en el bolsillo de
su pantalón, sacando dos condones y dejándolos encima del velador junto al lado
de la cama.
—Traje estos.
—¿Estás seguro? —pregunté. Lucía
nervioso ahora.
—Sí, estoy seguro. Como dijiste,
estoy un poco nervioso. Quiero decir, no quiero lastimarte o hacer algo mal.
—No harás nada mal. No me lastimarás.
Sólo… vamos lento, ¿de acuerdo?
Asintió, luego abriendo el condón y colocándoselo a sí
mismo.
Gateó hacia mí, sus manos a cada lado de mi rostro, sus
rodillas entre las mías, sus ojos fijos en los míos, buscando alguna señal de
arrepentimiento.
Lo atraje hacia mí y deposité mis manos en su espalda luego guiándolo
para besarlo. El calor del beso deshizo nuestros miedos o los facilitó, por lo
menos. Se introdujo en mí lentamente.
Me sentí estirada, luego vino un pellizco fuerte y
prolongado. Hice una mueca de dolor y Pablo se congeló. Su respiración ya era
agitada y podía sentir la tensión en sus músculos. Estaba mordiendo mi labio fuertemente
ahora, sintiendo el dolor disminuir y el placer de algo extraño tomar el
control. Toqué su espalda, atrayéndolo hacia mí incitándolo a moverse.
No fue mucho después hasta que quedó inmóvil, gimiendo.
No hubo fuegos arteriales, ni gritos, ni piel sudorosa pero
aun así fue increíble.
Pablo se puso de pie, desapareciendo en el baño y regresando
al instante. Acomodé mi cabeza contra su pecho. Los minutos pasaron en silencio.
Su cuerpo se sentía fuerte y caliente bajo de mí, y la sensación de ser
sostenida de esta manera por él, piel desnuda contra piel desnuda, fue casi
mejor que lo que había sucedido antes.
Sentí una lagrima bajar por mi mejilla y terminar en el
pecho de Pablo. No sabía de dónde provenía la lágrima, o lo que significaba. Parpadeé,
tratando de evitar las otras que amenazaron con salir, no quiero a Pablo pensar
que no lo disfruté.
—¿Estás llorando? —preguntó.
Asentí y dejé que las lágrimas salieran de su sitio.
—Es… No estoy enojada ni nada, solo
emocional.
—¿Emocional cómo?
—Es difícil de explicar. —Me encogí
de hombros—. Ya no soy virgen. No podemos volver atrás. No es que la quiera
porque fue una magnifica experiencia pero… es una gran cosa, ¿sabes?
—Sí, sé a lo que te refieres.
Levanté mi cabeza para mirarlo.
—Te amo, Pablo.
—Yo también te amo.
La segunda vez fue increíble. Sentí florecer las llamas bajo
mi vientre, un sentimiento como si pudiera explotar o colapsar. Me había traído
a ese punto por mi cuenta, obviamente, pero esta era diferente.
Me pregunté qué sería ser llevado a ese punto con Pablo.
laliter!!!!!
ResponderEliminarreclamo laliter jajjaja
seguila
maass
ResponderEliminarquiero lo laliter tmb!!
otroooooo
ResponderEliminar@x_ferreyra07
De acuerdo con las demás !
ResponderEliminarQuiero Laliter jajajajja somos súper impacientes !
Nahh todo bien me encanta como se aman su ternura t todo !
Jajajjaa me dio risa el pensé que lo haríamos juntos jajaja
Ayy ellos súper enamorados
Pero quiero Laliter !!
Mas me gusta
Me encantó.
ResponderEliminarTodos los sentimientos muy bien detallados