domingo, 8 de junio de 2014

Capitulo 7

Capitulo 7


Cortes; Dolor por Dolor.


Una semana después.


Estoy sentado en una banqueta alta de la barra en un rincón en el centro del bar, rasgueando mi guitarra y tocando una canción original. Nadie está escuchando, pero no me importa. Es suficiente tocar por amor a la música, por la oportunidad de sentir las notas volar y rebotar en las mentes y corazones. 
Retiro lo anterior, hay una persona escuchando: el barman, una chica que conocí hace un tiempo y con la que finalmente me acosté un par de veces hace unos meses. No éramos realmente compatibles, y terminó convirtiéndose en un extraño tipo de amistad, donde me deja tocar los jueves por la noche a cambio de cien dólares y bebidas gratis y un poco de coqueteo inofensivo que nunca va más allá. Natalie, es su nombre. Hermosa chica, buena en la cama, graciosa, y malditamente buena con las bebidas. Pero nosotros simplemente no conectamos en la habitación. Nunca entendimos porque fue, algo… no estaba bien. Pero disfrutamos la compañía del otro y compartimos algunas buenas, y muy necesitadas risas. Así que ella está escuchando, y yo estoy tocando para ella. En realidad es una canción sobre ella, de una chica con largo cabello negro y brillantes ojos marrones, piel color café, de una dulce sonrisa y un increíble cuerpo que nunca será más que una amiga. Es una canción extraña, algo atormentada y triste pero con toques de humor.

Entonces ella entra. Me equivoco en una nota y Natalie me frunce el ceño a través de la barra, luego sus ojos siguen mi mirada sus ojos se amplían y se está burlando de mí a sabiendas. Lali está rodeada por personas, cuatro chicas que podrían ser todas hermanas, cuatrillizas o algo, con su cabello rubio idéntico recogido en una cola de caballo con esa estúpida protuberancia, con sus pantalones de yoga y bolsos Coach.

Cada chica tiene un chico de su brazo, y ellos también van a juego, músculos obtenidos por esteroides con estúpidos tatuajes tribales, con ojos vacíos y arrogante pavoneo. Estos tipos tienen sus manos en las chicas posesivamente, y ellas parecen disfrutarlo.

Lali también tiene uno, y eso me molesta. Él es enorme. Quiero decir, yo soy un tipo grande, pero él es macizo. Y sus ojos no están vacíos. Son rápidos y están alerta llenos de una agresión latente. Él tiene a la chica más ardiente del bar en su brazo y lo sabe, quiere que alguien haga un movimiento para poder así destruirlo.

Su mano se encuentra sobre su espalda baja, sobre su trasero, en realidad, envuelto alrededor de su cadera mientras la guía dentro del bar. Veo verde, y luego rojo. Lo cual es estúpido.

Esto es malo.

Voy a terminar en la cárcel.

Logro terminar la canción, apenas. Natalie envía un trago de Jameson con la camarera. Lo tomo, y asiento hacia Natalie. Ella me da unos interrogantes pulgares arriba. ¿Estoy bien? asiento, mintiendo.
No estoy bien. Estoy real, realmente mal. Voy a empezar una pelea esta noche. Voy conseguir salir herido, Lali va a estar molesta y Natalie va a estar enfadada.

Debería irme. No le debo nada a Lali. No la poseo. No tengo derecho sobre ella. Seguro, ella nunca me dijo nada sobre un novio, pero nosotros nunca hablamos mucho y yo no quería preguntar. No cruzó por mi mente.

Empiezo a tocar una canción de Matt Nathanson “Come On Get Higher” porque puedo hacer esa canción sin pensar. Estoy observando, esperando. Ella se dará cuenta quién está cantando en cualquier segundo, y ahí es cuando las cosas se pondrán interesantes.

Él la está empujando impacientemente hacia la barra y ella se retuerce lejos de su toque, gira su torso para gritarle algo. No puedo ver sus labios para leerlos, pero puedo imaginar. Ella camina lejos de él, pero él la sigue y rodea su brazo alrededor de su cintura, tira de ella contra su costado y se inclina hacia abajo para susurrar en su oído. Lo que sea que dice hace que se ponga rígida pero asiente. Quedándose pegada contra su costado. Veo su rostro, y ella está infeliz, pero de una forma resignada. Esto no es nuevo.

Pero solo hace que mi rabia se encienda más.

Termino la canción, y entonces decido subir la apuesta. Aclaro mi garganta en el micrófono y hago una introducción. Yo usualmente solo toco sin ninguna teatralidad, especialmente cuando nadie está realmente prestando atención, pero esta es una situación única.

—Oigan todos. Espero que estén pasando un buen rato. Yo lo estoy. Soy Peter, y voy a estar tocando una mezcla de canciones versionadas y originales. —Ella se gira hacia la voz como si fuera jalada por un cable. Sus ojos se amplían y deja de respirar—. Por cierto, ese era Matt Nathanson lo que acabo de cantar. Si no conocen su trabajo, deberían darle una oportunidad y escucharlo. Es genial. De todas formas, voy a cantar otra canción versionada. Esta es “I Won’t Give Up” de Jason Mraz.

Es un poco alta para mi voz, pero funciona. No aparto mis ojos de ella, y es entonces cuando tengo una razón real para cantar, que la multitud empieza a prestar atención. Quizá algo es mi voz encaja, pero la charla se calma y cabezas se giran hacia mí.

No estoy seguro si ella respira en absoluto. Ella todavía es sostenida apretadamente contra el idiota con pecho de ladrillo, y se está impacientando. Ella ondula para alejarse, y él se resiste. Eventualmente le da un codazo, duro, y él la deja ir, frunciendo el ceño. Ella desaparece en el baño; cuando regresa, está limpiándose los labios con la palma de su mano, y sé exactamente lo que hizo ahí dentro. Nunca aparto mis ojos de ella a través de las diferentes canciones. Eventualmente tengo que tomar un descanso, así que le agradezco al público y salgo del escenario. Ella ha estado tratando de ignorarme, tomando tragos de Jack seguidos de cervezas. Obviamente tiene una identificación falsa, o es mayor de lo que pensé. 
Luego escucho al grupo de chicas y sus chicos reunirse alrededor de ella y cantar horriblemente fuera de tono “Feliz Cumpleaños querida Lali”. Su novio ogro la atrae hacia él por un beso, al cual ella sostiene limpiamente, manos a los lados, sin besarlo de vuelta. Por fin, ella lo empuja y se gira hacia la barra. Estoy cerca de su lado, así que la veo limpiar su boca como si estuviera asqueada, y suprime un escalofrío. Ogro no lo ve, ya que está muy ocupado comiéndose con los ojos a la mesera, quien a cambio está inclinándose hacia él para que pueda ver bajo su camiseta mientras ella coquetea con él.

Estoy perplejo por este intercambio, especialmente cuando él desliza su mano, la que no está en la cadera de Lali, abajo para abiertamente apretar el culo de la mesera. Estoy incluso más confundido cuando Lali gira en su lugar y observa toda la cosa, rastros de diversión y disgusto tocando sus labios y ojos.

Lali se gira, sacudiendo su cabeza, pero permite la mano de él sobre ella. Encuentra mis ojos, y alzo una ceja. Sus ojos se tornan en una expresión casi culpable por un segundo, pero luego se ha ido. Le hago señas a Natalie y le digo que sirva dos tragos grandes de Jameson, uno para mí, y uno para Lali.

Cuando Lali tiene su trago en la mano, levanto el mío hasta mis labios y lo tomo. Lali hace lo mismo. Ogro observa esto, y su rostro se oscurece. Se inclina hacia adelante y susurra en su oído. Ella se encoge de hombros. Él coloca su mano sobre su bíceps, lo veo apretar, y Lali hace una mueca.

A la mierda con eso.

Bajo mi vaso y serpenteo a través de la multitud hacia ellos. Lali está viéndome, sacudiendo su cabeza hacia mí. Ignoro su advertencia. Ogro se endereza mientras me ve acercándome, y su boca sube con una sonrisa lista. Flexiona sus puños y camina lejos de Lali.

—¡PETER! —La voz de Natalie rompe desde la izquierda, detrás de la barra—. Ni lo pienses. No en mi bar.

Me giro hacia Natalie, que está lanzándome dagas.  Natalie me conoce un poco, conoce algunas de las personas con las que solía andar. Sabe lo que puedo hacer y no quiere ninguna parte de ello aquí. No la culpo.

Ella se estira debajo de la barra y alza una porra plegable, mueve su muñeca y cabeza. Señala hacia Ogro y compañía.

—Fuera. Todos. Ahora —Además de esto ella saca su teléfono de la cartera y marca un número, y le muestra la pantalla a ellos—. Los voy a joder a todos, y luego llamare a la policía y serán arrestados, porque tengo ese tipo de acuerdo con ellos. Así que váyanse.

No jodes a Natalie. Ella conoce a la gente con la que solía andar, porque también andaba con ellos. Lo que no dice es que la bandana roja que está atada en su cabello hacia atrás no es solo por moda. Es un color. El tipo de color que dice que puede hacer una llamada y Ogro y compañía se desvanecerán. Sangrientamente.

Lali mira hacia mí una última vez, luego se dirige afuera, lanzando un billete sobre la barra. Sus insípidas amigas y novios cretinos la siguen, pero el Ogro se detiene en la puerta desafiándome. Miro de regreso hasta que se gira y se va.

Regreso al escenario y afino mi guitarra. Natalie sale de la barra y me enfrenta.

—¿Qué demonios fue eso, Peter?

Me encojo de hombros.

—Alguien que conozco.

—Estabas listo para pelear.

—Él la estaba lastimando.

—Ella lo estaba dejando.

—No hace lo correcto. —Saco mi púa del estuche y la paso por las cuerdas.

Natalie me mira con cautela.

—No, no lo hace. Pero si ella lo permite, es su problema. No necesito problemas en mi bar. Tú no necesitas problemas, punto, —La mano de Natalie toca mi brazo, un momento raro de contacto entre nosotros; parte de nuestro contrato de amistad postcoital, es no tocarse—. Peter… lo estás haciendo realmente bien. No lo jodas. ¿Vale?

—¿Cómo haría eso?

Natalie me da una mirada de ¿eres estúpido o qué? Con la mano sobre su cadera.

—Nunca te he visto lucir tan enfadado, Peter. Tú no te enfadas. Lo que sugiere que ella significa algo.

—Es complicado. —Paso la púa a lo largo de las cuerdas, sin mirar hacia Natalie.

—Siempre es complicado. Mi punto es… vas por buen camino. Has dejado todo eso atrás —Ella señala hacia la barra, hacia la calle más allá, refiriéndose a nuestro compartido pasado de violencia—, y no necesitas ganarte problemas por una chica.

—Ella no es solo una chica. —Bueno mierda. No quise decir eso.
Natalie estrecha sus ojos hacia mí.

—No dije eso —Su acento de las calles está regresando, el cual sé lo mucho que trabajó para disfrazarlo—, sólo estoy diciendo… sólo estoy diciendo que no lo arruines. Haz lo que tengas que hacer, pero… ¿sabes qué? lo que sea. Haz lo que quieras.
Suspiro y finalmente miro hacia ella.

—Entiendo lo que estás diciendo, Especial N. —Sonrío a su viejo sobrenombre.

Natalie hace el movimiento de cuello de “no lo creo”. —Tú no acabas de llamarme así.

—Seguro que sí, hermana. —Le lanzo mi sonrisa ganadora, la cual siempre funciona.

Natalie pretende desmayarse, luego me golpea en el brazo. Duro. Lo suficiente para hacer mi brazo pique.

—Cierra la boca y toca una canción, idiota. —Se pavonea mientras se aleja, y no me importa mirar. Nosotros quizá no nos acostemos más, pero no significa que no puedo apreciar la vista.

Inmediatamente después de ese pensamiento, siento una rara sensación de culpa. Veo el rostro de Lali en mi mente, como si le debiera fidelidad. Lo que no es así. Pero no puedo apartar el pensamiento. Así que toco música y trato de olvidar a Lali y su Ogro, a Natalie y los problemas, y recuerdos de antiguas peleas.

Camino por las calles. Siempre lo he hecho. Cuando estaba cabreado, con diecisiete años sin hogar, perderme en las calles de Harlem, es todo lo que tenía para hacer. No sabía una mierda de vivir en la calle, así que caminaba. Caminé para mantenerme fuera de problemas, para mantenerme despierto, para mantenerme caliente. Entonces, cuando conocí a Nico, Nacho y los chicos, las calles se convirtieron en nuestra subsistencia, nuestra vida, nuestro territorio. Así que caminé por las calles haciendo negocios. Ahora, camino las calles porque es familiar y reconfortante. Cuando tengo que pensar en la mierda, camino. Deslizo mi guitarra en el estuche blando y me ato mis Timberlands y camino. Podría empezar en mi apartamento encima de una tienda en Queens y terminan en Harlem o el Astoria o en Manhattan. Camino por horas, sin iPod, sin destino, sólo kilómetros y kilómetros de aceras atestadas, asfalto agrietado, los imponentes rascacielos y bloques de apartamentos y callejones donde los viejos amigos todavía rondan, fuman y pelean. Viejos amigos, viejos enemigos, personas con las que no me asocio más. Pero me dejan solo, amigo o enemigo, y dejan que me vaya.

Son las dos de la mañana, estoy sobrio, en su mayoría, no tengo que estar en ningún lado, y estoy caminando. No estoy preparado para el frío y tranquilo apartamento, no estoy listo para terminar la gran manzana. Estoy tratando de convencerme de que debo olvidar a Lali. Es lo que he estado haciendo durante los últimos dos años, sólo que ahora es aún más difícil porque tengo nuevas imágenes de ella, el olor de su champú en la nariz, la memoria del cosquilleo de la seda de su sujetador en contra de mi camiseta. El conocimiento fresco de su belleza seductora, el duro abismo del dolor de su corazón.
Así que no estoy totalmente sorprendido cuando a las 3 a.m. me acerco a su edificio en Tribeca. La puerta del edificio no está cerrada con llave, extraño. Por razones que no me interesa examinar, paso y subo por la escalera. Oigo su voz primero.

—Benja, voy dentro. Sola. Estoy cansada.

Su voz es baja, pero audible.

—Vamos, nena. Vamos a ver una película.

Ella suspira con exasperación.

—No soy tonta. Sé lo que quieres. Y la respuesta es no. Eso no ha cambiado.

—Sin embargo, sigo esperando. —Su voz era entretenida, pero irritada—. Entonces, ¿por qué estamos aún saliendo?

—Tú me dirás. Nunca te he animado. Nunca dije que fuéramos novios. No lo somos. Simplemente no desapareces. No voy a acostarme contigo, Benja. No esta noche, ni mañana por la noche.

—¿Qué puedo hacer para convencerte?

—¿Ser alguien más? —Su voz es aguda y penetrante.

Estoy en el rellano del primer tramo de escaleras, la mano en la barandilla, la cabeza inclinada hacia arriba, como si pudiera ver a través de las escaleras.

Él resopla en risa por el comentario cruel.

—Eres una maldita provocadora, Lali. —La diversión se ha ido.

—No lo soy.

—Lo eres. Me besas, me dejas que te tiente, sales conmigo y toda la demás mierda, pero luego llegamos hasta aquí, y te cierras. —Su voz se eleva, enojada—. He aguantado esta mierda durante tres meses. Estoy cansado de ella.

—Entonces deja de aguantarlo. Déjeme sola. Nunca te he prometido nada. Eres un buen tipo. Puedes ser divertido cuando no estás siendo un imbécil. Pero esto no va a ninguna parte y nunca lo hizo. —El silencio es palpable. Está enojado, lo puedo sentir, a un tramo de escaleras de distancia. Oigo una llave en una cerradura, girar el pomo de la puerta—. Adiós, Benja.

A continuación, un siseo de ella, por causa del dolor.

—No lo creo, cariño. No he puesto tres meses de trabajo en esto, en comprarte bebidas, comidas y cafés, sólo para que me despidas ahora, sin nada que mostrar.

—Lo siento, Benja. Nunca te pedí que hicieras eso. De hecho, creo que te pedí que no lo hicieras, y que insistí.
—Se llama ser un caballero.
—No, se llama esperar que me acueste a cambio de bebidas gratis. Ahora suéltame.

Oigo un ruido sordo de un pie contra la madera y las bisagras de la puerta abierta, pasos arrastrándose, crujiendo y tropezando. —Como he dicho, Lali. No lo creo. Tengo ganas de ver una película. Incluso te dejaré escogerla.

—Di lo que quieres decir, Benja. —Su voz es dura, pero puedo oír el miedo.

—¿Es así como lo quieres? Bien, entonces, nena. Vamos a entrar y vamos a pasar un buen rato juntos. 

Me vas a mostrar cómo de dulce es tu cuerpo, y lo agradable que puedes ser.

—No. Fuera.

Una riña. Un golpe de mano contra carne.

La risa de Benja, divertida y cruel.

—Darme una cachetada no va a ayudar, perra.

Un gemido de dolor y miedo, y luego veo rojo, arrastrándome por las escaleras. Los viejos hábitos tardan en morir, tengo en las manos los nudillos de acero, que nunca realmente he necesitado, pero fueron muy útiles y siempre los llevo porque nunca sé lo que podría pasar en las calles de Nueva York, incluso a mí.

Estoy a la puerta, cerrada ahora. Oigo una lucha, amortiguada.

—Deja de pelear conmigo y voy a ser amable.

El hijo de puta va a morir.

La perilla gira en silencio en mi mano, y las bisagras crujen, pero el sonido se pierde debajo de los gemidos de Lali y las risas de Benja, mientras él la tiene fija en un lugar y tantea a grandes rasgos su falda y las bragas.

Ella me ve, y sus ojos se abren. Benja ve su reacción, se gira y se endereza a tiempo para recibir mi puño. Es un hijo de puta duro, le daré eso. No muchos hombres pueden hacer frente después de haberlos golpeado, especialmente con puños de aceros agregando fuerza. Su rostro es una máscara de sangre y el hueso se muestra blanco en su frente. Su boca se propaga en un rictus de alegría primordial.

—¡Pedro! ¡NO! ¡Te va a matar! —Lali está presa del pánico, gritando.

Se seca los ojos con el brazo y da un paso hacia mí, asume una posición de combate.

—No ves UFC, ¿verdad? —Me sonríe, y sé que me he metido en un lio bastante grande al meterme con él. Lo reconozco, ahora. Benjamin Amadeo, el peso pesado de UFC. Bastardo brutal. Los rumores son que mató a un hombre en un callejón en combate de boxeo a puño limpio.

Sonrío hacia él. Había sido explorado por los de UFC también. Los rechacé. No voy pelear por dinero nunca más. Los puños de acero vuelven a mi bolsillo.

Echo un vistazo a Lali.

—Voy a estar bien. Pero ¿qué coño estás haciendo con un tipo como él?

Parece perpleja. Como si no pudiera creer mi tono indiferente frente a un matón como Benjamin. Le doy una sonrisa arrogante que no acabo de sentir.

Él se abalanza y Lali grita. Es lento, y torpe, sin embargo. Delata su golpe con sus ojos y con todo su comportamiento. Está acostumbrado a aplastar con el primer golpe y eso es todo. Yo también, así que conozco la sensación cuando no funciona. Tomó unos cuantos golpes antes de aprender a hacerle frente.

Me agacho... señal. No voy a pelear justo. Esto no es la UFC. Planto mi rodilla en su diafragma, agarro su cabeza en mis manos y tiro de su cara a mi levantada rodilla. Lo empujo hacia atrás. Le pateo las bolas, dos veces, con fuerza. Machaco su riñón con un par de golpes de martillo, le hago puré la nariz ya rota con la frente.

Toma mi camisa en un puño, y sé que me va a doler. Está furioso. Bloqueo los primeros golpes, pero luego vienen demasiado rápido, y maldito, el hombre puede golpear duro. Lali sigue gritando. El Chico Ogro es un sangriento caos, y ahora también lo soy yo, pero él está trabajando con su rabia y furia, que se desvanecerá pronto. Estoy en la fase de furia fría. Estoy con dolor, pero he tomado peores palizas y aun así gané la pelea.

Él no lo va a hacer.

Finalmente sacó su puño de mi camisa, rasgándola.

Le doy una mirada a ella.

—Lali. Cállate.

Ella se calla de inmediato, aspira una bocanada de aire como dándose cuenta de dónde está, qué está pasando. Luego gira sobre sus talones, abre un cajón de la cocina y se escabulle detrás de Benjamin con un cuchillo gigante en la mano. Presiona la hoja en la garganta de Benjamin.

—Basta. —No tiene que gritar. El cuchillo habla lo suficientemente alto.

Benjamin se vuelve.

—No quieres hacer eso, Lali. —Sus ojos son mortales.

Su vestido está desgarrado por la parte delantera, las bragas rasgadas parcialmente fuera. El labio está sangrando y tiene moretones en sus brazos y en su garganta.

No quiero que ella lo mate. Eso es un montón de problemas que ninguno de nosotros necesita.

—Extrañamente, estoy de acuerdo con el Ogro —le digo—. Déjame terminar esto.

Lali se ríe disimuladamente del nombre.

—Ogro. Le queda bien. —Ella encuentra mis ojos, luego relaja el cuchillo.

Lo que fue un error. El instante en que la hoja se aleja, Benjamin gira su mano a un lado, se girar en su lugar, y la golpea, haciéndola volar.

—Perra —gruñe, y se vuelve hacia mí.

Por supuesto, no pasé momentos de ocio tampoco. Los nudillos de acero están de nuevo, y no me estoy conteniendo más. El segundo que vi esos moretones en ella, me había ido.

Soy un matón callejero de nuevo, un matón. Excepto que esto es diferente, lesionó a Lali.

Él no tuvo oportunidad. En cuestión de segundos, es un sangriento lío roto en el piso de Lali. Tengo 
algunas costillas, y la nariz rotas, labios partidos y cortes en mis pómulos, un diente suelto. La sangre está por todas partes.

Saco mi teléfono, marco un número, limpio mi cara con una toalla de papel.

—Hey Nacho, soy Peter. Tengo un problema. —Explico el problema y escupo la dirección—. Sí, en Tribeca. Cállate hijo de puta. Sólo ven y llévate a este cabrón y asegúrate de que no le moleste más. Gracias.

Lali está de pie, secándose la boca, tambaleándose. Cruzo rápido para atraparla mientras se tropieza. La recojo, la dejo en el mostrador como un niño, envuelvo un poco de hielo en una toalla de papel y presiono en su cara dónde él la golpeó.

Afortunadamente, no era tan estúpido como para pegarle con toda su fuerza, sólo un golpecito para hacerla callar. Tendrá una contusión, pero eso es todo. Está mareada, con cara de sueño, pero desaparecerá pronto.

Benjamin gime detrás de mí, recordándome el problema. Ella se endereza con miedo ante el sonido de su voz, mira por encima de mi hombro hacia el trozo de carne sangriento que es Benjamin Amadeo.
Ella mira lentamente de él a mí.

—¿Qué has hecho?

Agacho la cabeza, avergonzado.

—En cierto modo perdí mi temperamento.

—¿Va a morir? —dice con calma.

Me encojo de hombros.

—No en tu sala de estar.

Entrecierra sus hermosos ojos en mí.

—¿Qué significa eso? —Un tranquilo golpe en la puerta, hace que se encoja contra mí—. ¿Quién es?

Tiro de los restos destrozados de su vestido, cerrándolo.

—Un amigo mío. Ve a la ducha, ¿de acuerdo?

—¿Un amigo? —se desliza fuera de la barra y se mueve para abrir la puerta.

La detengo.

—Yo me encargo de él, ¿de acuerdo?

Entrecierra los ojos de nuevo, se desvanece en su habitación y cierra la puerta detrás de ella. Lo dejo entrar. No es un tipo grande, pero es aterrador. Altura media, delgado y tonificado, piel negra como la noche, los dientes blancos vibrantes y sus ojos de color marrón claro, son casi de color caqui. Ojos que no puedes mirar demasiado tiempo o te orinas encima. Ojos que ven tus secretos y amenazan con hacer que tus pesadillas se vuelvan realidad. Irradia intensidad y exuda amenaza. Me alegro de que sea mi amigo, sobre todo porque he visto lo que ocurre con sus enemigos: se desvanecen.

Él mira hacia Benjamin.

—¿Qué diablos le ha pasado?

Lali sale en una camiseta limpia y pantalones de yoga.

—Pedro me estaba ayudando.

—¿Quién eres tú? —dice Nacho.

—Lali Esposito. Esta es mi casa. —Ella extiende su mano para estrechar la de Nacho.

Él mira su mano extendida como si fuera un insecto, entonces muestra una extraña sonrisa mientras la estrecha.

—Nacho. —Mira de cerca el rostro de Lali, al hematoma de color púrpura, las marcas de los dedos en la garganta, la forma en que agarra los brazos alrededor de su cintura—. ¿Trató de violarte?
Lali asiente.

—Su nombre es Dan Benjamin Amadeo —le digo, sabiendo que Nacho sumará dos más dos.

Los ojos de Nacho se ensanchan ligeramente, el equivalente a un jadeo de sorpresa de alguien más.

—Lo vi pelear con Hank Tremaine hace unas semanas en Harlem.

Arruinó a Hank. ¿Tú hiciste esto? —Se arrodilla, poniendo a Benjamin sobre su espalda, examinando sus lesiones con ojo profesional—. Has hecho un ejemplo con él, Peter. Necesita un médico, o no va a sobrevivir.

—Intentó violarla, Nacho. Luego le dio un puñetazo.

—Para ser justos —dijo Lali—. Él sólo me golpeó después de que yo le pusiera un cuchillo en la garganta.

Nacho tose una risa.

—¿Tu qué? Chica, estás loca. No pongas una navaja en el cuello de un chico como Benjamin Amadeo y no lo mates. Pides meterte en problemas por mierda como esa.

—Ella es de los suburbios de Detroit, Nacho. Donde crecí. Ella es vainilla.

Él asiente.

—Lo tengo. Sólo lo digo, en caso de que haya una segunda vez. No amenaces con algo que no vas a usar. No con hijos de puta como Amadeo. Él te mataría, incluso si eres una rica perra blanca.

—¿Perdón? —contesta Lali en protesta.

Nacho ríe de nuevo.

—¿Pedro? —Él dice el nombre como ella lo hizo, claramente enunciando cada sílaba—. Hombre, ella es algo más. ¿De dónde la has sacado? —Él mira a Lali—. Mi chico Peter era un OG hace tiempo.

Lali hace una cara de confusión.

—¿OG?

Nacho sopla una risa a través de sus labios, con un bufido de aire.

—Eres algo más, hombre. —Él saca un teléfono y envía un texto, luego mira de nuevo a Lali—. ¿Te estás sosteniendo bien, chica blanca?

El rosto de Lali es impasible.

—Estoy bien.

Nacho asiente, pero puedo decir que él no le cree más de lo que yo lo hago. Me acerco más a Lali y no me pierdo el hecho de que ella se tensa, incluso a pesar de que se trata de mí.

—Tómate una ducha, Lali. Te ayudará.

—No necesito ayuda. —Su voz es dura, terca.

Me río pero no cruelmente.

—Entonces, ¿quieres cargar con él por ti misma? —Hago un gesto a Benjamin, quien se está ahogando en su sangre. Nacho lo gira para dejar la sangre caer de su boca al suelo duro.

Lali palidece y tiembla.

—Quizás una ducha suene bien.

—Sí. Todo esto se habrá ido para cuando salgas.

Veo el pánico cruzar su rostro.

—Tú no te habrás ido, ¿verdad?

—¿Quieres que me vaya? —Ella sacude su cabeza, un gesto pequeño y vulnerable que hace que mi corazón sangre un poco más por ella—. Entonces estaré aquí. Sólo… ve a tomar una ducha caliente.
Ella asiente y desaparece en el dormitorio. La escucho encender la ducha, y trato de no imaginarla ahí. 
Eso no es lo que ella necesita justo ahora.

Nacho se agacha a los pies de Benjamin.

—Agarra sus hombros, Peter.

Me flexiono y lo levanto, lo cargamos por las escaleras y lo sacamos al coche de Nacho que está esperando fuera. Una pareja pasa junto a nosotros, y nos da una mirada extraña, pero dado que esto es Nueva York, ellos no dicen nada. Lo metemos sin ser gentiles en el asiento trasero y cerramos la puerta. Nacho abre el lado del conductor y se desliza, pero no la cierra.

—Ella no pertenece a este mundo, Peter. —Él no me mira mientras lo dice.

—Lo sé.

—Tampoco tú. Nunca lo hiciste.

—También sé eso.

—Me gustas, chico blanco. Que no te chupen. Terminarás muerto, y entonces, ¿quién arreglara mi coche cuando se rompa? — Nacho arranca el coche, y este enciende a la vida.

Es un Bonneville del 73 color verde lima con un motor original, verdaderamente restaurado. Es una belleza, y siempre he estado un poco celoso. Se lo compró a una pequeña y anciana dama en Rochester por mil dólares y hemos pasado el verano restaurándolo juntos. No tomó mucho, desde que la pequeña dama anciana apenas lo había conducido desde que su esposo murió.

Él me lo trae cuando necesita una afinación o algo, pero realmente, es su manera de mantenerse en contacto conmigo.

—No lo haré, Nacho.

—¿Qué quieres que haga con el imbécil de Benjamin?

—No lo sé, y no quiero saberlo. Él se merece atragantarse hasta morir con sus propios malditos dientes, pero no quiero eso en mi consciencia.

—No, mierda. Tienes suficiente sangre en esa perra.

Me reí.

—Gracias por el recordatorio.

—Sólo mantén los ojos abiertos —Él cierra su puerta y baja la ventana—. Me pasaré por la tienda y te haré saber si lo logra.

—No lo hagas. Sólo asegúrate que no venga de nuevo por aquí.

Nacho me sonríe, un destello de dientes blancos en piel oscura.

—No creo que eso sea un problema. —Él pone la palanca de velocidades en “D”, pero sigue sin moverse—. El problema es, que él se supone que pelee con Alvarez la próxima semana, y tengo una apuesta de un grand en Alvarez.

Me reí.

—Alvarez no tenía ninguna oportunidad, así que salvé tu grand.

Era un idiota, pero también un hijo de puta duro.

—Te perdiste tu llamada, Peter. Hubieras acabado con todos en la UFC.

Sacudí mi cabeza.

—Ya salí de esa mierda.

—Lo sé, lo sé. Solo decía. —Él saca su puño, y lo choca con el mío—. Llámame, perro. Aunque sea para pasar la deuda de unas cuantas frías.

—Claro. Quizás el jueves.

—Puedo hacerlo el jueves. Tengo unas mierdas temprano, pero es todo.

Asiento y se va. Abro la puerta de Lali y entro, cantando una canción para que ella sepa que soy yo. La ducha sigue sonando, diciéndome que quizás ella está frotando la mierda para quitársela de la piel. Tratando de quitarse la sensación. Ella estará ahí hasta que el agua se vuelva fría. He visto a muchos amigos pasar por eso, amigos con los cuales no estuve para salvarlos.

Tomé un nuevo rollo de toallas de papel debajo del fregadero y su botella de windex. Afortunadamente, ella tiene piso de madera. Es más fácil quitar la sangre del piso de madera que de la alfombra. Limpio la sangre, rocío y froto la madera, y entonces encuentro una vieja botella de Pledge que ella debe usar en su mesa de la cocina. Rocío el suelo y froto un poco más. Luego limpio las paredes y todo lo demás.
Finalmente, el agua deja de correr y el desastre ha desaparecido. Lali sale con cabello mojado y enredado, vestida en una camisa larga de Disney que apenas llega a medio muslo. Aprieto mi mandíbula y pienso en cachorros muertos y monjas, y en la vez que me duché con mi abuela cuando era niño. Apenas ayuda. Ella parece más vulnerable que nunca, así que cruzo la habitación y la envuelvo en mis brazos antes de que me dé cuenta de lo que estoy haciendo.

Ella no se tensa esta vez. Respira profundamente, largos, calmados y regulares respiros.

—Está bien llorar —digo.

Ella sacude su cabeza.

—No. No lo está.

—Acabas de ser atacada. Lo tienes permitido.

—Lo sé. Pero no lo haré. No puedo. —Ella me aleja y va a la cocina.

Agarro la botella de Jack de su mano antes de que pueda beber de ella.

—No creo que esa sea la mejor manera —Ella me la quita y la levanta, pero la tomo de nuevo—. No se irá para siempre. Regresará.

—Lo sé. —Ella la alcanza, y la pongo fuera de su alcance, saco un par de vasos de zumo de su mueble bar y sirvo generosos chupitos—.

Necesito más que eso.

—No, no lo necesitas.

Ella se gira hacia mí, sus ojos son grises, como nubes de tormenta furiosas.

—¡No me digas lo que necesito! Tú no me conoces.

—Pero sí sé sobre ahogar las penas con whisky. Deja de funcionar después de un tiempo. Y además no hay suficiente whisky en el mundo.

—A ti no te han violado.

—Casi violado. Lo detuve. Siento no llegar antes, pero hay una enorme diferencia entre violada y casi violada. —Sus ojos arden y levanto mis manos—. No estoy diciendo que esté bien. No lo está. Tienes permitido sentir lo que estás sintiendo. Solo digo, que ahogarte en whisky no borrará lo que ha pasado.

—¡Y tú qué demonios sabes! —Ella se toma de golpe el shot y presiona el vaso contra su frente, y luego sostiene el vaso para más.

Es entonces cuando veo las cicatrices. Una maraña de patrones de finas líneas blancas en sus muñecas y en los antebrazos. No están disfrazadas, no están escondidas. Algunas son viejas, otras no tanto. Y algunas son frescas. Frescas de apenas cicatrizando.

Ella me ve mirar, levanta su barbilla y me reta a preguntar. Yo no pregunto. Aún voy sin camiseta, así que apunto a mi pecho, a mis pectorales, mi clavícula y estómago, al campo similar de cicatrices que son como raspones que quedan cuando el viento mueve los tallos de trigo. He puesto tatuajes sobre algunos, y otros están desnudos y visibles. Ella los toca con su dedo índice, los traza, una cicatriz tras otra. Algunas cortas, como marcas de cuentas. Algunas son marcas de cuentas: los días que sobreviví en la mina de carbón, las batallas ganadas. Ella traza las cicatrices, las largas son por el dolor, por el alivio.

Sí. Sé por qué se corta. Sólo que no conozco la razón detonadora.

Está muy profundo en su interior, y tomará tiempo y paciencia dejarlo salir de ella. Y yo probablemente terminaré diciendo también mis razones.

Lo que realmente no quiero hacer.

Ella me mira, sus ojos son suaves, llenos de entendimiento.

—¿Te cortas?

—Solía hacerlo.

—¿Por qué?

Sacudo mi cabeza.

—Esa es una historia para otra noche, y saldrá con un precio.

Ella se tensa.

—¿Un precio?

—Tu historia.

Ella deja salir un suspiro de alivio.

—Ya conoces la historia.

—No toda. No las cosas profundas, la mierda que viene desde abajo, en las sombras de tu corazón.

—Nadie conoce eso. —Su voz es apenas un susurro, y maldición si no es seductiva, sensual y vulnerable, todo al mismo tiempo.

—Sí, bueno, tampoco nadie sabe sobre esto —Toco mi pecho con mi pulgar—. Un precio. Un trueque.
Ella permanece sin moverse, a una pulgada de distancia de mí, cada respiración hace que sus senos rocen mi pecho, las cicatrices, la tinta.

Asiento con la cabeza.

—Pero no ahora. Ahora, tú te tomas un trago más conmigo, y veremos televisión sin sentido. Y luego te quedarás dormida y te quedarás en casa mañana.

—No puedo. Tengo clase. Tengo trabajo.

—Cancélalas. Di que estás enferma.

—Yo…

La corto.

—Llama, Lali.

—No te puedes quedar aquí toda la noche conmigo.

—¿Por qué no?

Se queda mirándose los dedos de los pies, con grietas de color rosa.

—Simplemente no puedes.

—Voy a quedarme en el sofá. Estarás en tu habitación con la puerta cerrada.

—No. —Otro susurro.

—¿Por qué no?

—... Es parte de la operación.

Un secreto, quiere decir.

—Entonces voy a dormir en el suelo fuera de tu apartamento. No vas a estar sola esta noche.

—Estoy bien, Pedro.

—Una mierda. No estás bien.

Se encoge de hombros.

—No. Pero no importa.

Me río de eso.

—Mírame.

Ella niega con la cabeza, se muerde el labio, y quiero agarrarle el labio con mi boca y chuparlo hasta que las marcas de sus dientes se vallan. Quiero morder el labio para ella. Quiero saborear su lengua.
Quiero meter mis manos bajo del tonto, femenino e infantil dobladillo de su camiseta XL de Lilo y Stitch y sentir su piel, sus curvas y su dulce suavidad.

No hago nada de esto. Me quedo mirándola, luego, toco su barbilla con el dedo índice, le levanto la cabeza para mirarla a los ojos. Cierra los ojos, y puedo ver la humedad. Ella respira profundamente de nuevo, y me doy cuenta de que sus manos se aferran cada una alrededor de la muñeca opuesta, mientras sus uñas se clavan profundamente, duro, arañando. Dolor para reemplazar el dolor. Uso la misma fuerza gentil que poseo para que quite los dedos de su piel por lo que agarran mis antebrazos.
La presiono contra mí, nuestros brazos trabados verticalmente entre nosotros, y sus uñas se clavan en mis brazos. Ella relaja las uñas después un momento y sólo agarra mis antebrazos.

—No es lo mismo. Hacerte sentir dolor a ti no ayuda al mío. —Ella susurra las palabras contra mi hombro, el derecho, el que tiene el fuego del dragón japonés en kanji.

—No se supone que lo haga. Se supone que te impida hacerte daño a ti misma.

—Ayuda.

—No, no lo hace. Simplemente lo empuja lejos temporalmente. Al igual que el alcohol.

—Pero necesito…

—Hay que dejarse sentir. Siéntelo, poséelo. Y luego, sigue adelante.

—Haces que parezca tan fácil. —Gotea amargura de cada sílaba.

—No lo es. Es la cosa más malditamente difícil que una persona puede hacer. —Aliso un rizo húmedo lejos de su cara y de mi boca—. Es lo más difícil de hacer. Es por eso que bebemos y nos drogamos y luchamos. Es por eso que tomo música y construyo motores.
Ella se aleja de mí.

—¿Construyes motores?

Me río.

—Sí. La música es un hobby. Una pasión. Reconstruyo motores y restauro coches clásicos. Eso es lo que paga mis facturas. No me malinterpretes, soy un apasionado de los coches, pero es diferente.

—¿Trabajas con alguien?

—No, soy dueño de mi propia tienda en Queens.

—¿En serio? —Suena sorprendida, lo que en realidad parece un poco insultante, pero no digo nada.

—En serio.

—¿Puedo ver tu tienda? —Su voz es brillante y esperanzadora.

—¿Ahora?

—Sí, ahora. No puedo estar aquí. Sigo viendo a Benjamin. Sigo... Sigo sintiendo sus manos sobre mí, sigo viéndolo en el suelo justo ahí, sangrando. —Ella señala hacia donde él estaba acostado. Está en silencio por un largo momento, y sé lo que vendrá después—. ¿Está... está muerto?

—No. No te preocupes más por él. Obtuvo lo que se merecía.

—Lo lastimaste mucho.

—Debería haberlo matado. Podría haberlo hecho. Si hubiera... — Niego con la cabeza—. Está hecho. Olvídalo.

—Debería haberlo visto venir. —Las palabras no me sorprenden, pero me molestan.

Me alejo y miro furiosamente hacia ella.

—No te atrevas a hacer esa mierda, Lali Esposito. No te atrevas a poner esto sobre ti misma. Tu nunca deberías tener que ver mierda como esta.

Ella retrocede, aturdida y asustada por la intensidad que irradia de mi.

—Pedro, yo sólo quería decir que él siempre mostraba…

—Para. Para ahora mismo. Por supuesto, tú nunca deberías haberte implicado con él, pero eso no es excusa para lo que hizo. —La pongo de nuevo contra mí. Ella se resiste—. ¿Tienes miedo de mí ahora? 
—Le pregunto, para cambiar de tema.
—Un poco. Eras... aterrador. Sólo... lo destruiste. Incluso después de que te golpeara. Y lo he visto pelear.

Echo un vistazo hacia ella en estado de shock.

—¿Quieres decir en la televisión?

Ella niega con la cabeza.

—No, las otras peleas. Las subterráneas. De las que su amigo estaba hablando. En Harlem.

—¿Fuiste a esas peleas?

Estoy sorprendido. Aturdido. Horrorizado. Son brutales, viles, peleas feroces. Los hombres sin alma que destruyen entre sí. Yo debería saberlo.

—Sí. No me gustó mucho.

—Espero que no. Son horribles. —Trato de mantener mi voz neutral.

Sin éxito, por el clic de entendimiento veo cruzar su cara.

—Has luchado en ellos.

—Solía hacerlo.

—¿Por qué? —Su voz es muy pequeña.

Niego con la cabeza.

—Eso es parte de la operación, cariño.

Ella se estremece.

—No me llames cariño. —Su voz es tranquila pero intensa.

—Lo siento.

—Está bien. Es lo que Benja…

—Lo sé. Lo he oído. —Retrocedo de nuevo, así que estamos mirándonos a los ojos—. Responde a la pregunta. ¿Tienes miedo de mí?

—Ya te di mi respuesta. Dije un poco. Tengo miedo de lo que puedes hacer. Pero me siento segura contigo, sin embargo. Sé que nunca me harías daño.

Tomo su rostro entre mis manos. Estoy siendo muy cercano, muy cariñoso, muy rápido. Aunque no puedo evitarlo. —Todo lo contrario. Yo te protegeré. De los demás y de tí misma. Siempre.

—¿Por qué? —Apenas audible,

—Porque quiero. Porque... —Me cuesta encontrar las palabras adecuadas—. Porque te lo mereces, y lo necesitas.

—No, no lo hago.

—Sí, lo haces.

Ella niega con la cabeza.

—No. No lo merezco.

Suspiro, sabiendo que no voy a ganar en este tema.

—Cállate, Lali.

Ella se ríe, una risa tintineante que me hace sonreír contra su pelo.

—Así que… ¿Vas a enseñarme tu tienda?

—Son las cuatro de la mañana. Estamos en Tribeca y mi tienda está en Queens. Al otro lado de Queens. Además, no tengo coche aquí.

Caminé hasta aquí desde el bar.

—¿Caminaste hasta aquí ? ¡Estás loco! Eso es como veinte cuadras.

Me encojo de hombros. —Me gusta caminar.

—Pues vamos a tomar un taxi.

—¿De verdad quieres ver mi tienda tan urgentemente?

—Sí. Realmente no quiero estar aquí. —Se estremece de nuevo, recordando.

—Bueno, entonces necesitaras pantalones.

Ella hace esa risa de nuevo, que decido llamarla la risita de Tinkerbell.

—Nah. Los pantalones son para cobardes. —Ella se aleja y desaparece en su habitación—. No mires a escondidas esta vez, pervertido McGee.

—Entonces, cierra la puerta, idiota.

La puerta se cierra en respuesta, y me rio. Me alegro de que se ría. Esto significa que realmente está haciéndole frente. Aunque sé que está interiorizando mucho, sin embargo. Poniéndose a prueba. Tendrá nuevas cicatrices en sus muñecas pronto.

Ella sale en un par de jeans y camiseta de color púrpura con cuello V. Tengo que mantener mi mirada en movimiento, así que no la miro. Ella no necesita mi deseo en este momento. Tal vez nunca. Agarra su bolso del mostrador donde lo puse después de limpiar.

Extiendo mi mano hacia ella.

—Vamos, Tinkerbell.

Ella toma mi mano y luego se detiene por el apodo.

—¿Tinkerbell?

—Tu risa. Esa risita que haces. Me recuerda a Tinkerbell. —Me encojo de hombros.

Ella hace la risa por accidente, luego coloca una mano sobre su boca.

—Maldita sea. Ahora me tienes autoconsciente. Me puedes llamar Tinkerbell, sin embargo.

—No seas tímida. Creo que es lindo.

Ella arruga la nariz ante mí cuando cierra la puerta detrás de nosotros.

—¿Lindo? ¿Es eso algo bueno?

Levanto una ceja.

—Hay un montón de palabras que se me ocurren para ti. Vamos a ir con lindo por ahora.

—¿Qué significa eso? —Ella está sosteniendo mi mano al estilo platónico, de palma en palma.

Hago señas a un taxi que pasa libre y nos deslizamos adentro. Yo le doy mi dirección y lo veo ponerlo en un Tom Tom. Cuando estamos en movimiento y los tonos vacilante de la música árabe del conductor flotan sobre nosotros, me dirijo a Lali.

—¿Seguro que quieres hacer esto?

Ella levanta la barbilla.

—Sí.

—Tienes un montón de cosas, Lali Esposito. Eres compleja. Eres linda. Eres preciosa. Eres graciosa. 
Eres fuerte. Eres hermosa —Ella parece estar luchando con las palabras y las emociones. Sigo adelante
—. Estas torturada. Estás lastimada. Eres increíble. Tienes talento. Eres sexy como la mierda.

—¿Sexy como la mierda? —Ella inclina la cabeza, con una pequeña sonrisa inclinando sus labios.

—Sí.

—¿Eso es más o menos que sexy como el infierno?

—Mucho, mucho más.

Ella asiente con la cabeza.

—Eres muy dulce. Pero no debemos ver a la misma persona cuando nos fijamos en mí.

—Eso es probablemente cierto. —Miro nuestras manos unidas, y luego de nuevo a ella. Muevo mis dedos, entrecruzándolos con los suyos.

—¿Qué ves cuando te miras?

—Débil. Asustada. Borracha. Enojada. Fea En ejecución. —Ella se aleja de mí mientras lo dice, mirando por la ventana—. No veo nada. Nadie.

Sé que no hay palabras para cambiar lo que siente, así que no ofrezco ninguna. Sostengo su mano y dejó que el silencio se extiende a través de nosotros.

Se vuelve hacia mí, después de un tiempo.

—¿Por qué no discutes conmigo cuando digo cosas así? ¿Por qué no tratas de convencerme de mi propio valor y toda esa mierda?

—¿Funcionaría? —le pregunto. Ella entrecierra los ojos, y luego niega con la cabeza. Me encojo de hombros—. Bueno, ahí lo tienes. Por eso. Te puedo decir lo que veo. Te puedo decir lo que sé de ti. Te puedo decir cómo me siento. Te puedo mostrar lo que realmente eres. Pero discutir contigo no va a lograr nada. Creo que los dos hemos tenido nuestra parte de personas que tratan de ayudarnos y no sirve. Sólo podemos ayudarnos nosotros mismos. Vamos a sanarnos a nosotros mismos.

—Pero yo no soy nada de lo que dijiste. No lo soy. Y no puedo curarme. No puedo... No puedo ser arreglada.

—¿Estás comprometida a estar rota para siempre?

—Maldita sea, Pedro. ¿Por qué haces esto? No me conoces.


—Pero quiero hacerlo. —Es la respuesta a ambas de sus declaraciones.

6 comentarios:

  1. maasssssssssssss
    seguilaaaaaa

    ResponderEliminar
  2. Wuauu pobre lali cuanta mierda tiene encima
    Maaass

    ResponderEliminar
  3. Sube otro si? Lo primero que hago cuando tengo Internet es buscar otro capítulo sobra decirte que me encanta pobre peter pobre lali tienen muchas cosas encima

    ResponderEliminar
  4. es un tiernoo :) pobre lali espero que se deje ayudar
    masssssssssss

    @x_ferreyra07

    ResponderEliminar
  5. Ahhh todo la mierda que tienen los dos !
    Ay por un momento pensé que Lali si salia bien con Benja y fue un "como?"
    Lo bueno que Peter salio a "caminar" y llegó a su departamento y la ayudo !!
    Agg que asco con Benjamín !!!
    At noooooo se corta ! Lali tiene demasiada mierda junta y no puede con todo !!
    Ojala y se deje ayudar por Peter !!! El ya paso por ello y la entiende ! Peter EA taan comprensivo no la apura y la deja ser pero tmb le dice lo que le hará daño y en lo que esta mal ;!!
    Esta novela me atrapó muchooooo es muuuy buena 👏

    ResponderEliminar
  6. Los dos la pasaron bastante mal

    ResponderEliminar