lunes, 19 de mayo de 2014

Capitulo 10

Capitulo 10



¿Quieren otro?
                                                                                                                                                       


―Qué dem… ―Temblores sacudieron mis piernas hasta mis huesos. ¿Eran esas las vibraciones o yo temblando?

Me moví rápidamente de las mantas, tome mi bate de béisbol de debajo de mi cama y corrí fuera de la habitación. No tenía intención de ir escaleras abajo, incluso aunque ahí es donde estúpidamente deje la pistola. Sólo necesitaba mirar sobre el barandal para ver si en realidad había escuchado a alguien entrar en mi casa.

Mi cuerpo reacciono al instante ante la vista de un Peter sin camisa rodeando la esquina del recibidor y volando escaleras arriba. Él estaba definitivamente enojado y preparado para asesinato con la manera que cargo arriba por las escaleras, tomando dos a la vez. Regrese a mi habitación, dejando salir un pequeño grito al tratar de correr por las puertas francesas y escapar. No tenía idea de cuál era el plan de Peter o si debería de tener miedo, pero lo tenía. Acababa de irrumpir en mi casa y eso me asustó.

―¡Oh no, no lo harás! ―Peter irrumpió a través de la puerta de mi habitación, y la manija golpeo contra la pared, probablemente abollándola.

No había manera de lograr salir por la puerta a tiempo. Me gire para enfrentarlo, levantando el bate. Lo quito de mis manos antes de siquiera prepararme para un batazo.

―¡Sal! ¿Estás loco? ―Comencé a girar bruscamente alrededor de él, tratando de llegar de vuelta a la puerta de mi habitación, pero me corto el camino. Estaba sorprendida que no me estuviera estrangulando.

 Juzgando por la mirada en su cara. Lava estaba a punto de salir de su nariz, estaba segura.

―Cortaste la electricidad de mi casa. ―Sus fosas nasales se dilataron al acercarse a centímetros de mi cara y me miro.

―Pruébalo. ―Un baile de claqué estaba ocurriendo en mi pecho. No, más como Paso Doble.
Inclino su cabeza a un lado, labios curvándose peligrosamente.

―¿Cómo entraste aquí? ¡Llamare a la policía! ―Otra vez, pensé. No que me hiciera ningún bien cuando llame más temprano acerca del ruido. ¿Tal vez aparecerían si fuera asesinada?

―Tengo una llave. ―Cada palabra fue lenta y amenazante.

―¿Cómo tienes una llave de mi casa? ―Si él tenía una llave, no estaba segura si pudiera llamar a la policía.

―Tú y tu papá estuvieron en Europa todo el verano ―dijo con una sonrisa―, ¿quién crees que recibió el correo?
¿Peter recibió nuestro correo? Casi quería reírme. La ironía de él haciendo algo tan mundano disminuyo mi latido un poco.

―Tu papá confía en mí ―continuó―. No debería.

Apreté mi mandíbula. Mi papá y abuela sabían muy poco acerca del estado de mi relación con Peter. Si supieran cuán malo se había vuelto, habrían hablado con su madre. Yo no era una quejica, y no quería ser rescatada. Dolía que fuera agradable con mi papá pero un monstruo conmigo.

―Fuera ―siseé a través de mis dientes.

Él avanzo hacia mí hasta que estaba forzada contra las puertas francesas.

―Eres una perra entrometida, Mariana. Mantén tu maldito trasero en tu propio lado de la cerca.

―Mantener al vecindario despierto vuelve a las personas irritables ―respondí.

Cruce mis brazos sobre mi pecho mientras se apoyó contra la pared con ambas manos posicionadas a cada lado de mi cabeza. No sé si era de la adrenalina o su proximidad, pero mis nervios estaban disparados. Algo tenía que ceder.

Mire a todos lados menos sus ojos. El tatuaje de la linterna ardiendo en su brazo era todo en negro y grises.

 Me pregunte qué quería decir. Sus abdominales estaban apretados con tensión, al menos esperaba que no estuvieran normalmente así de rígidos. El otro tatuaje en el lado de su torso estaba en escritura e imposible de leer en esta luz. Su piel lucía suave y…

El aire dejo mis pulmones al tratar de ignorar la sensación de cosquilleo en mi núcleo. Es mejor si sólo lo miro a los ojos. No habíamos estado así de cerca el uno al otro en un largo tiempo, y habíamos estado nariz a nariz desde mi regreso.

Peter debió haberse cuenta de lo mismo, porque sus ojos se endurecieron sobre mí y su respiración se volvió irregular. Su mirada viajo debajo de mi cuello a mi camisola, y mi piel ardió en todas partes donde miro.

Reenfocándose y enderezando su expresión, inspiro profundamente.

―Nadie más se está quejando. ¿Así que por qué no te callas y lo dejas en paz? ―Empujándose de la pared, comenzó a alejarse.

―Deja la llave ―llamé, acostumbrándome a esta nueva audacia.

―Sabes. ―Él se río por lo bajo y se dio vuelta―. Te subestime. No has llorado aún, ¿cierto?

―¿Por el rumor que comenzaste esta semana? Ni hablar. ―Mi voz era plana, pero una sonrisa presumida amenazaba con salir. Me estaba emocionando con nuestra confrontación, y la comprensión de que las cosas estaba “llegando a un punto crítico” como Cande había dicho. Mírennos. Peter y yo no habíamos estado en mi habitación por tres años. Esto era progreso. Por supuesto, no había sido invitado, pero no iba a encontrarle tres pies al gato.

―Por favor, como si tuviera que recurrir a esparcir rumores. Tus compañeras de campo traviesa hicieron eso. Y las fotos ―agregó―. Todos llegaron a sus propias conclusiones. ―Dejo escapar un suspiro y se acercó a mí otra vez―. Pero estoy aburriéndote supongo. Creo que tengo que mejorar mi juego. ―Sus ojos eran maliciosos, y mi pie se sacudió con la urgencia de patearlo.

¿Por qué seguir con esto?

―¡¿Qué te hice?! ―La pregunta que me maldijo a través de años exploto de mi voz quebrada.

―No sé porque pensaste que hiciste algo una vez. Eras empalagosa, y me canse de aguantar todo esto.

―Eso no es verdad. No era empalagosa. ―Mis defensas estaban desmoronándose. Recordaba, muy bien, la historia entre nosotros, ¡y sus palabras me hicieron querer golpearlo! ¿Cómo podía olvidar? De niños, pasamos cada momento despiertos juntos cuando no estábamos en la escuela. Éramos mejores amigos. Él me sostuvo cuando lloré por mi mamá, y aprendimos a nadar juntos en el lago Ginebra―. Tú estabas en mi casa tanto tiempo como yo en la tuya. Éramos amigos.

―Sí, sigue viviendo ese sueño. ―Él empujó nuestra historia y amistad de vuelta como una cachetada.

―¡Te odio! ―le grité y quise decir cada palabra. Un dolor se asentó en mis entrañas.

―¡Bien! ―gritó él en mi cara, enterrándolo en mí―. Al fin. ¡Porque hace mucho tiempo desde que podía soportar la vista de ti! ―Él golpeó su palma contra la pared cerca de mi cabeza, causando que saltara.

Estremeciéndome, me grite a mí misma. ¿Qué nos pasó? Me asustó, pero me mantuve en mi lugar, diciéndome que no iba a lastimarme, no físicamente. Sabía eso, ¿cierto?

Mi cerebro gritaba para que corriera, alejarme de él. Ningunas lágrimas cayeron, afortunadamente, pero el dolor de sus palabras hizo que mi respiración casi se convirtiera en arcadas.

Había amado a Peter una vez, pero ahora sabía, sin duda alguna que “mi Peter” se había ido.
Mientras tomaba un respiro profundo, encontré su mirada. Él pareció buscar la mía, probablemente por lágrimas. Que se joda.

Por el rabillo de mi ojo, vi luces parpadeantes viniendo desde el exterior y me volví para mirar fuera de la ventana. Una pequeña, insolente sonrisa tiro de las esquinas de mi boca.

―Oh, mira. Es la policía. Me pregunto por qué están aquí. ―Peter no pudo evitar la insinuación de por qué los policías estaban ahí y quién los había llamado. Supongo que finalmente respondieron a mi queja por el ruido. Girando mi cabeza para enfrentarlo, me deleite en su furia. La cara del pobre chico se veía como si alguien acabara de orinar en su auto.

Él levanto su barbilla y relajo sus cejas.

―Prometo que estarás en lágrimas para la próxima semana ―su susurro vengativo llenó la habitación.


―Deja la llave ―llame hacia él mientras se iba.

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