LALI
—Alguien la apuñaló en el
cuello, jovencita.
Mis ojos se ensanchan, y
lentamente me vuelvo hacia el anciano caballero parado junto a mí. Él presiona
el botón para que el elevador suba y me mira. Sonríe y señala mi cuello.
—Su marca de nacimiento
—dice.
Mi mano sube
instintivamente a mi cuello, y toco la marca del tamaño de una moneda de diez
centavos, justo por debajo de mi oreja.
—Mi abuelo solía decir
que la ubicación de una marca de nacimiento era la historia de cómo una persona
perdió la batalla en su vida pasada. Supongo que usted fue apuñalada en el
cuello. Sin embargo, apuesto a que fue una muerte
rápida.
Sonrío, pero no puedo
decidir si debería estar asustada o divertida. A pesar del comienzo un tanto
morboso de su conversación, no puede ser tan peligroso. Su postura curvada y su
porte inestable delatan que no tiene un día menos de ochenta años. Da unos
pocos pasos lentos hacia una de las dos sillas de
terciopelo rojo que se encuentran colocadas contra la pared junto al elevador.
Gruñe mientras se sienta en la silla y luego alza la mirada hacia mí de nuevo.
—¿Va a la planta
dieciocho?
Mis ojos se estrechan
mientras proceso su pregunta. Él, de algún modo, sabe a qué plata voy, incluso
aunque es la primera vez que he puesto un pie en este complejo de apartamentos,
y definitivamente es la primera vez que he puesto los ojos sobre este hombre.
—Sí, señor —digo con
cautela—. ¿Trabaja usted aquí?
—De hecho lo hago.
Hace un gesto con la
cabeza hacia el elevador, y mis ojos se mueven hacia los números iluminados que
hay sobre nuestras cabezas. Once pisos antes de que llegue. Rezo para que lo
haga rápidamente.
—Aprieto el botón del
elevador —dice—. No creo que haya un título oficial para mi posición, peor me
gusta referirme a mí mismo como un capitán de vuelo, considerando que envío a
las personas a una altura de hasta veinte pisos.
Sonrío ante sus palabras,
ya que tanto mi hermano como mi padre son pilotos. —¿Cuánto tiempo ha sido
capitán de vuelo en este elevador? —pregunto mientras espero. Juro que este es
el ascensor más malditamente lento con
el que me he encontrado jamás.
—Desde que fui demasiado
viejo para encargarme del mantenimiento de este edificio. Trabajé aquí treinta
y dos años antes de convertirme en capitán. Ahora hace más de quince años que
he estado enviando a volar a la gente, creo. El propietario me dio un empleo
por lástima, para mantenerme ocupado hasta que muera. —Sonríe para sí mismo—.
De lo que él no se dio cuenta es que Dios me dio muchas y grandes cosas para cumplir en mi vida, y
justo ahora, estoy tan atrás que nunca voy a morir.
Me encuentro a mí misma
riendo cuando las puertas del ascensor finalmente se abren. Extiendo la mano
para agarrar el asa de mi maleta y me giro hacia él una vez más antes de
entrar. —¿Cuál es su nombre?
—Alejo, pero llámeme Cap
—dice—. Todo el mundo lo hace.
—¿Tiene alguna marca de
nacimiento, Cap?
Sonríe. —De hecho, sí
tengo. Parece que en mi vida pasada me dispararon justo en el trasero. Debo de
haberme desangrado.
Sonrío y llevo la mano
hasta mi frente, dedicándole un correcto saludo de capitán. Entro en el
elevador y me vuelvo para enfrentar las puertas abiertas, admirando la
extravagancia del vestíbulo. Este lugar parece más un hotel histórico que un
complejo de apartamentos, con sus grandes columnas y sus suelos de mármol.
Cuando Gastón dijo que
podía quedarme con él hasta que encontrara un trabajo, no tenía ni idea de que
vivía como un adulto de verdad. Pensé que sería similar a la última vez que lo
visité, justo después de que me graduara en la escuela secundaria, cuando él
había empezado a trabajar para conseguir su licencia de piloto. Fue hace cuatro
años, y en un complejo de dos plantas incompleto. Eso es lo que esperaba.
Desde luego no esperaba
un edificio muy alto justo en el centro de la ciudad de San Francisco.
Encuentro el panel y
presiono el botón del piso dieciocho, luego alzo la mirada a la pared de
espejos del elevador. Pasé todo el día de ayer y la mayoría de esta mañana
empacando todo lo que poseo de mi apartamento en San Diego. Afortunadamente, no
poseo mucho. Pero después de haber hecho un solitario viaje de ochocientos
kilómetros, el cansancio es bastante evidente en mi reflejo. Mi pelo se
encuentra en un nudo flojo en la parte superior de mi cabeza, asegurado con un
lapicero, ya que no pude encontrar un lazo para el cabello mientras conducía.
Mis ojos normalmente son tan marrones como mi pelo color avellana, pero ahora mismo,
parecen diez sombras más oscuras gracias a las bolsas que hay debajo de ellos.
Busco en mi bolso para
encontrar un tubo de bálsamo labial ChapStick, con la esperanza de salvar mis labios antes de que acaben con un
aspecto tan fatigado igual al resto de mí. Tan pronto como las puertas del
elevador empiezan a cerrarse, se abren otra vez. Un tipo se precipita hacia los
ascensores, preparándose para seguir andando cuando reconoce al viejo.
—Gracias, Cap —dice.
No puedo ver a Cap desde
dentro del elevador, pero lo oigo gruñir algo en respuesta. Él no suena tan
ansioso por hacer una pequeña charla con este tipo, como lo estaba conmigo.
Este hombre parece estar a finales de sus veinte como máximo. Me sonríe, y sé
exactamente qué pasa a través de su mente, considerando que acaba de deslizar
la mano izquierda en su bolsillo.
La mano con el anillo de
bodas en ella.
—Planta diez —dice sin
apartar la mirada de mí. Sus ojos caen al escaso escote que muestra mi
camiseta, y luego mira la maleta a mi lado. Presiono el botón del décimo piso. Debería haberme
puesto un suéter.
—¿Mudándote? —pregunta,
mirando descaradamente mi camisa otra vez.
Asiento, aunque dudo que
se dé cuenta, considerando que su mirada se encuentra en ninguna parte cerca de
mi cara.
—¿Qué planta?
Oh, no, no lo
haces. Extiendo la mano por
detrás de mí y cubro todos los botones en el panel con mis manos para esconder
el botón iluminado de la planta dieciocho, y entonces presiono cada botón entre
las plantas diez y dieciocho. Él mira el panel, confundido.
—No es asunto tuyo —digo.
Él se ríe.
Cree que estoy bromeando.
Arquea una oscura y
gruesa ceja. Es una bonita ceja. Está unida a una bonita cara, la cual está
unida a una bonita cabeza, la cual está unida a un bonito cuerpo.
Un cuerpo casado.
Idiota.
Sonríe seductoramente
después de verme revisarlo, sólo que yo no estaba revisándolo de la forma que
piensa. En mi mente, me preguntaba cuántas veces ese cuerpo ha estado
presionado contra una chica que no era su esposa.
Siento pena por ella.
Él está mirando mi escote
otra vez cuando alcanzamos la décima planta. —Puedo ayudarte con eso —dice,
asintiendo hacia mi maleta. Su voz es agradable. Me pregunto cuántas chicas han
caído por esa voz casada. Camina hacia mí y alcanza el panel, presionando
valientemente el botón que cierra las puertas.
Sostengo su mirada y
presiono el botón que abre las puertas. —Lo tengo.
Asiente como si
entendiera, pero hay un brillo malicioso en sus ojos que reafirma mi aversión
inmediata hacia él. Sale del elevador y se vuelve para mirarme antes de
alejarse.
—Hasta luego, Lali —dice,
justo mientras se cierran las puertas.
Frunzo el ceño, incómoda
con el hecho de que las únicas dos personas con las que he interaccionado desde
que entré en este edificio de apartamentos ya saben quién soy.
Permanezco sola en el
elevador mientras se detiene en cada planta hasta que alcanza la dieciocho.
Salgo, sacando mi teléfono de mi bolsillo, y abro mis mensajes con Gastón. No
puedo recordar qué número de apartamento dijo que era el suyo. Es el 1816 o el
1814.
¿Tal vez el 1826?
Me detengo ante el 1814,
porque hay un tipo desmayado en el suelo del pasillo, apoyado contra la puerta
del 1816.
Por favor, no
permitas que sea el 1816.
Encuentro el mensaje en
mi teléfono y me estremezco. Es el 1816.
Por supuesto que
lo es.
Camino lentamente hacia
la puerta, con la esperanza de no despertar al tipo. Sus piernas están
extendidas enfrente de él, y tiene la espalda recostada contra la puerta de Gastón.
Su barbilla se encuentra metida contra su pecho, y está roncando.
—Disculpa —digo, mi voz
apenas por encima de un susurro.
No se mueve.
Alzo una pierna y le
empujo en el hombro con el pie. —Necesito entrar en este apartamento.
Suelta un susurro y luego
abre los ojos lentamente y se queda mirando directamente mis piernas con
fijeza.
Sus ojos encuentran mis
rodillas, y sus cejas se fruncen mientras se inclina hacia adelante lentamente
con un profundo ceño en su rostro.
Levanta una mano y empuja
mi rodilla con su dedo, como si nunca hubiera visto una rodilla antes. Deja
caer su mano, cierra los ojos y vuelve a quedarse dormido contra la puerta.
Genial.
Gastón no volverá hasta
mañana, así que marco su número para ver si este tipo es alguien por quien
debería preocuparme.
—¿Lali? —pregunta,
respondiendo su teléfono sin un hola.
—Sip —respondo—. Llegué
bien, pero no puedo entrar porque hay un tipo borracho desmayado frente a tu
puerta. ¿Sugerencias?
—¿Dieciocho dieciséis?
—pregunta—. ¿Estás segura de que te encuentras en el apartamento correcto?
—Segura.
—¿Estás segura de que
está borracho?
—Segura.
—Extraño —dice—. ¿Qué
lleva puesto?
—¿Por qué quieres saber
qué lleva puesto?
—Si lleva un uniforme de
piloto, probablemente vive en el edificio. El complejo tiene un contrato con
nuestra aerolínea.
Este tipo no lleva ningún
tipo de uniforme, pero no puedo evitar darme cuenta de que sus vaqueros y su
camiseta negra se ajustan a él de forma muy agradable.
—Ningún uniforme —digo.
—¿Puedes pasarle sin
despertarle?
—Tendría que moverle.
Caerá dentro si abro la puerta.
Permanece en silencio
durante unos pocos segundos mientras piensa. —Ve abajo y pregunta por Cap —dice—.
Le dije que ibas a venir esta noche. Puede esperar contigo hasta que estés dentro del departamento.
Suspiro, porque he estado
conduciendo durante seis horas, y bajar todos los pisos no es algo que me
apetezca hacer ahora mismo. También suspiro porque Cap es la última persona que
probablemente podría ayudar en esta situación.
—Simplemente quédate al
teléfono conmigo hasta que estés dentro del apartamento.
Me gusta mucho más mi
plan. Equilibro mi teléfono contra mi oreja con el hombro y excavo en mi bolso
en busca de la llave que me envió Gastón. La inserto en la cerradura y empiezo
a abrir la puerta, pero el tipo borracho empieza a caer hacia atrás con cada
centímetro que se abre la puerta. Gime, pero sus ojos no se abren de nuevo.
—Es una lástima que esté
echado a perder —le digo a Gastón—. No es difícil de mirar.
—Lali, simplemente mete
tu trasero dentro y bloquea la puerta, así puedo colgar.
Ruedo los ojos. Todavía
es el mismo hermano mandón que siempre fue. Sabía que mudarme con él no sería
bueno para nuestra relación, considerando lo paternal que actuaba hacia mí
cuando éramos más jóvenes. Sin embargo, no tenía tiempo para encontrar un
trabajo, conseguir mi propio apartamento e instalarme antes de que empezaran mis
nuevas clases, así que me quedaban muy pocas opciones.
Sin embargo, tengo la
esperanza de que las cosas serán diferentes entre nosotros ahora. Gastón tiene
veinticinco y yo tengo veintitrés, así que si no podemos llevarnos mejor que
cuando éramos niños, nos queda mucho que madurar.
Supongo que depende
mayormente de Gastón y de si ha cambiado desde la última vez que vivimos
juntos. Él tenía un problema con cualquiera con el que tuviera citas, con todos
mis amigos, con cada elección que hacía, incluso con a qué colegio quería
asistir. No es que alguna vez le prestara atención a su opinión, de todos
modos. La distancia y el tiempo separados ha parecido quitármelo de encima
durante los últimos años, pero mudarme con él será la última prueba de nuestra paciencia.
Envuelvo el bolso
alrededor de mi hombro, pero se queda enganchado del asa de mi maleta, así que
lo dejo caer al suelo. Mantengo mi mano izquierda envuelta con fuerza alrededor
del pomo de la puerta y sostengo la puerta cerrada, así el tipo no caerá
completamente dentro del apartamento. Presiono mi pie contra su hombro,
empujándolo del centro de la puerta.
Él no se mueve.
—Gastón, es demasiado
pesado. Voy a tener que colgar, así puedo usar ambas manos.
—No. No cuelgues.
Simplemente pon el teléfono en tu bolsillo, pero no cuelgues.
Bajo la mirada hacia la
camiseta de gran tamaño y las mallas que llevo. —No tengo bolsillos. Vas a ir a
sujetador.
Gastón hace un ruido de
náuseas mientras separo el teléfono de mi oreja y lo meto en mi sujetador.
Quito la llave de la cerradura y la dejo caer en mi bolso, pero fallo y cae al
suelo. Me agacho para agarrar al tipo borracho, así puedo quitarlo del camino.
—Muy bien, amigo —digo,
forcejeando para apartarlo del centro de la puerta—. Perdón por interrumpir tu
siesta, pero necesito entrar a este apartamento.
De algún modo me las
arreglo para dejarlo desplomarse contra el marco de la puerta, evitando que
caiga dentro del apartamento, luego abro más la puerta y me vuelvo para
levantar mis cosas.
Algo cálido se envuelve
alrededor de mi tobillo.
Me congelo.
Bajo la mirada.
—¡Déjame ir! —grito,
pateando la mano que se aferra a mi tobillo con tanta fuerza que estoy segura
de que podría dejarme moretones. El tipo borracho alzó su mirada hacia mí
ahora, y su agarre hace que caiga de espaldas dentro del apartamento cuando
intento alejarme de él.
—Necesito entrar allí
—murmura, justo cuando mi cuello se encuentra con el suelo. Él intenta empujar
la puerta del apartamento con su otra mano para abrirla, y esto me hace entrar
de inmediato en modo pánico. Meto mis piernas del todo dentro, y su mano viene
conmigo. Uso mi pierna libre para cerrar la puerta de una patada, estrellándola
de golpe directamente contra su muñeca.
—¡Mierda! —grita. Está
tratando de retirar su mano hacia el pasillo con él, pero mi pie todavía está
presionado contra la puerta. Libero suficiente presión para que recupere su
mano, y luego inmediatamente pateo la puerta para cerrarla del todo. Me levanto
y bloqueo el cerrojo y la cadena tan rápido como puedo.
Justo cuando el ritmo de
mi corazón empieza a calmarse, comienza a gritarme.
Mi corazón realmente me
está gritando.
Con una profunda voz
masculina.
Suena como si estuviera
gritando—: ¡Lali! ¡Lali!
Gastón.
Inmediatamente, bajo la
mirada a mi pecho y saco el teléfono de mi sujetador, luego lo levanto hasta mi
oreja.
—¡Lali! ¡Respóndeme!
Me estremezco, luego
aparto el teléfono varios centímetros de mi oreja. —Estoy bien —digo sin
respiración—. Estoy dentro. Bloqueé la puerta.
—¡Jesucristo! —dice,
aliviado—. Me diste un susto de muerte. ¿Qué demonios sucedió?
—Él intentó entrar. Pero
bloqueé la puerta. —Enciendo la luz de la sala de estar y no doy más de tres
pasos antes de detenerme de golpe.
Bien hecho, Lali.
Lentamente, me vuelvo
hacia la puerta después de darme cuenta de lo que hice.
—Um, ¿Gastón? —Hago una
pausa—. Podría haber dejado unas cuantas cosas que necesito afuera. Simplemente
las tomaría, pero el tipo borracho cree que necesita entrar en tu apartamento
por alguna razón, así que no hay forma de que abra esa puerta otra vez. ¿Alguna
sugerencia?
Él permanece en silencio
durante unos pocos segundos. —¿Qué dejaste en el pasillo?
No quiero responderle,
pero lo hago. —Mi maleta.
—Cristo, Lali —murmura.
—Y… mi bolso.
—¿Por qué demonios está
tu bolso afuera?
—También podría haber
dejado la llave de tu apartamento en el suelo del pasillo.
Él ni siquiera responde a
eso. Solo gime. —Llamaré a Peter y veré si ya está en casa. Dame dos minutos.
—Espera. ¿Quién es Peter?
—Vive al otro lado del
pasillo. Hagas lo que hagas, no abras la puerta otra vez hasta que yo vuelva a
llamarte.
Gastón cuelga, y me apoyo
contra la puerta principal.
He vivido en San
Francisco un total de treinta minutos, y ya estoy siendo un dolor en el
trasero. Imagínate. Tendré suerte si él me deja quedarme aquí hasta que
encuentre un trabajo. Tengo la esperanza de que no me llevará demasiado,
considerando que he aplicado para tres posiciones como enfermera registrada en
los hospitales más cercanos.
Podría significar
trabajar por las noches, fines de semana, o ambos, pero tomaré lo que pueda
conseguir si me evita tener que recurrir a mis ahorros mientras estoy de nuevo
en la escuela.
Mi teléfono suena.
Deslizo el pulgar a través de la pantalla y respondo. —Hola.
—¿Lali?
—Sip —respondo,
preguntándome por qué siempre comprueba dos veces para ver si soy yo. Él me
llamó, así que quién más respondería, que además suene exactamente como yo.
—Di con Peter.
—Bien. ¿Va a ayudarme con
mis cosas?
—No exactamente —dice Gastón—.
Como que necesito que me hagas un enorme favor.
Mi cabeza cae contra la
puerta otra vez. Tengo la sensación de que los próximos meses van a estar
llenos de favores inconvenientes, ya que él sabe que me está haciendo uno
enorme por dejarme quedarme aquí. ¿Platos sucios? Claro. ¿Lavar la ropa de Gastón?
Seguro. ¿Comprar los alimentos de Gastón? Por supuesto.
—¿Qué necesitas? —le
pregunto.
—Como que Peter precisa
tu ayuda.
—¿El vecino? —Hago una
pausa tan pronto como encaja, y cierro los ojos—. Gastón, por favor no me digas
que el tipo al que llamaste para protegerme del tipo borracho, es el tipo borracho.
Gastón suspira. —Necesito
que desbloquees la puerta y lo dejes entrar. Déjalo derrumbarse en el sofá. Yo
estaré allí a primera hora de la mañana. Cuando se le pase la borrachera, sabrá
dónde está e irá directo a casa.
Sacudo la cabeza. —¿En
qué tipo de complejo de apartamentos vives? ¿Necesito prepararme para ser
manoseada por gente borracha cada vez que llegue a casa?
Larga pausa. —¿Te
manoseó?
—Manosear podría ser un
poco fuerte. Sin embargo, me agarró del tobillo.
Gastón deja salir un
suspiro. —Sólo hazlo por mí, Lali. Vuelve a llamarme cuando lo tengas a él y a
todas tus cosas dentro.
—Está bien —gimo,
reconociendo la preocupación en su voz.
Cuelgo y abro la puerta.
El tipo borracho cae sobre su hombro, y su teléfono móvil se desliza de su mano
y aterriza en el suelo junto a su cabeza. Lo pongo sobre su espalda y bajo la
mirada hacia él. Abre sus ojos una rendija e intenta alzar la mirada hacia mí,
pero sus párpados se cierran otra vez.
—Tú no eres Gastón
—murmura.
—No. No lo soy. Pero soy
tu nueva vecina, y por lo que parece, estás a punto de deberme al menos
cincuenta tazas de azúcar.
Lo levanto por sus
hombros y trato de conseguir que se siente, pero no lo hace. En realidad no
creo que pueda. ¿Cómo llega una persona siquiera a emborracharse tanto?
Agarro sus manos y tiro
de él centímetro a centímetro hacia el interior del apartamento, deteniéndome
cuando está lo suficientemente dentro como para que sea capaz de cerrar la
puerta. Recupero todas mis cosas del exterior del apartamento, luego cierro y
bloqueo la puerta. Tomo un cojín del sofá, levanto su cabeza y lo pongo de
costado por si acaso vomita mientras duerme.
Y esa es toda la ayuda
que va a recibir de mí.
Cuando está cómodamente
dormido en mitad del suelo de la sala de estar, lo dejo allí mientras voy a
echar un vistazo por el apartamento.
Sólo en la sala de estar
podrían caber tres salas de estar del último apartamento de Gastón. La zona del
comedor se abre hacia la sala, pero la cocina está separada por una media
pared. Hay varias pinturas modernas a través de la habitación, y los gruesos y
lujosos sofás son de color marrón claro, suavizados por las vibrantes pinturas.
La última vez que me quedé con él, tenía un futón, un puf y posters de modelos
en las paredes.
Creo que mi hermano
podría haber crecido, finalmente.
—Muy impresionante, Gastón
—digo en voz alta mientras voy de habitación en habitación y enciendo todas las
luces, inspeccionando la que acaba de convertirse en mi casa temporal. Como que
odio que sea tan bonita. Haría más difícil querer encontrar mi propia casa una
vez que consiga ahorrar suficiente dinero.
Entro en la cocina y abro
el refrigerador. Hay una fila de condimentos en la puerta, una caja de restos
de pizza en el estante del medio y un recipiente de leche completamente vacío
todavía colocado en el estante superior.
Por supuesto que no tiene
alimentos. No podría haber esperado que él cambiara por completo.
Tomo una botella de agua
y salgo de la cocina para ir a buscar la habitación en la que viviré durante
los próximos meses. Hay dos dormitorios, así que tomo el que no es de Gastón y
coloco mi maleta encima de la cama. Tengo alrededor de tres maletas más y al
menos seis cajas en el coche, por no mencionar toda mi ropa en perchas, pero no
estoy a punto de tratar con eso esta noche. Gastón dijo que regresaría por la
mañana, así que le dejaré eso a él.
Me cambio a un par de
pantalones de chándal y un top, luego me cepillo los dientes y me preparo para
acostarme. Normalmente, estaría nerviosa por el hecho de que hay un extraño en
el mismo apartamento en el que estoy, pero tengo la sensación de que no
necesito preocuparme. Gastón nunca me pediría que ayudara a alguien que él
sintiera que podría ser, de cualquier forma, una amenaza para mí. Lo cual me
confunde, porque si este es el comportamiento común de Peter, me sorprende que Gastón
me haya pedido que lo deje entrar.
Gastón nunca ha confiado
en que haya chicos conmigo, y culpo a Agus por eso. Él fue mi primer novio
serio cuando yo tenía quince años, y era el mejor amigo de Gastón. Agus tenía
diecisiete, y experimenté un enorme flechazo por él durante meses. Por
supuesto, mis amigas y yo teníamos enormes flechazos por la mayoría de los
amigos de Gastón, simplemente porque ellos eran mayores que nosotras.
Agus venía la mayoría de
los fines de semana para quedarse por la noche con Gastón, y siempre parecíamos
encontrar una manera de pasar tiempo juntos cuando Gastón no prestaba atención.
Una cosa llevó a la otra, y después de varios fines de semana de escabullirnos,
Agus me dijo que quería hacer oficial nuestra relación. El problema fue que no
previó la manera en que iba a reaccionar Gastón una vez que él rompiera mi corazón.
Y vaya si lo rompió.
Tanto como puede romperse el corazón de una chica de quince años después de una
relación secreta de dos semanas.
Resultó que estaba
saliendo oficialmente con unas cuantas chicas durante las dos semanas que
estuvo conmigo. Una vez que Gastón lo descubrió, su amistad se acabó, y todos
los amigos de Gastón fueron advertidos de no acercarse a mí. Me resultó casi
imposible tener citas en la escuela secundaria hasta después de que Gastón se
alejó. Incluso entonces, los chicos habían oído historias de horror y tendían a
mantenerse alejados de la hermana pequeña de Gastón.
Por mucho que lo odiaba
por aquel entonces, le daría la bienvenida ahora. He tenido mi parte justa de
relaciones que han ido mal desde la escuela secundaria. Viví con mi novio más reciente
durante más de un año antes de que nos diéramos cuenta de que queríamos dos
cosas distintas en la vida. Él me quería en casa. Yo quería una carrera.
Así que ahora estoy aquí.
Persiguiendo mi maestría en enfermería y haciendo lo que puedo para evitar las
relaciones. Tal vez vivir con Gastón no será tan malo, después de todo.
Me dirijo de regreso a la
sala de estar para apagar las luces, pero cuando giro en la esquina, me detengo
inmediatamente.
Peter no sólo se ha
levantado del suelo, sino que se encuentra en la cocina, con la cabeza
presionada contra sus brazos doblados sobre la encimera de la cocina. Está
sentado en el borde de un taburete, y parece como si estuviera a punto de
caerse de él en cualquier segundo. No puedo decir si está durmiendo otra vez, o
simplemente intentando recuperarse.
—¿Peter?
No se mueve cuando digo
su nombre, así que camino hacia él y coloco mi mano delicadamente sobre su
hombro para sacudirlo y despertarlo. Al segundo en que mis dedos aprietan su
hombro, él jadea y se sienta erguido como si acabara de despertarlo en medio de
un sueño. O una pesadilla.
Inmediatamente, se baja
del taburete sobre sus muy inestables piernas. Empieza a tambalearse, así que
paso su brazo por encima de mi hombro e intento sacarle de la cocina.
—Vamos al sofá, amigo.
Él deja caer su frente
contra el lateral de mi cabeza y se tropieza junto conmigo, haciendo incluso
más difícil sostenerlo de pie. —Mi nombre no es amigo —dice articulando mal—.
Es Peter.
Llegamos hasta el sofá, y
empiezo a separarlo de mí. —Está bien, Peter. Quién quiera que seas.
Simplemente ve a dormir.
Cae sobre el sofá, pero
no deja ir mis hombros. Caigo con él e inmediatamente intento apartarme.
—Martina, no —suplica,
agarrándome por el brazo, intentando tirar de mí hacia el sofá con él.
—Mi nombre no es Martina
—digo, liberándome de su agarre de hierro—. Es Lali. —No sé por qué le aclaro
cuál es mi nombre, porque no es como si él fuera a recordar esta conversación
mañana. Camino hasta donde se encuentra el cojín y lo recojo del suelo.
Hago una pausa antes de
volver a dárselo, porque él está sobre su costado ahora, y su cara se encuentra
presionada contra el sofá. Su agarre allí es tan fuerte que sus nudillos están
blancos. Al principio, pienso que está a punto de vomitar, pero entonces me doy
cuenta de lo increíblemente equivocada que estoy.
No está a punto de vomitar.
Está llorando.
Con fuerza.
Tan fuerte que ni
siquiera hace ruido.
Ni siquiera conozco al
tipo, pero la obvia devastación que está experimentando es difícil de
presenciar. Bajo la mirada hacia el pasillo y de nuevo a él, preguntándome si
debería dejarlo solo para darle privacidad. La última cosa que quiero hacer es
verme envuelta en los problemas de alguien. He tenido éxito evitando la mayoría
de las formas de drama en mi círculo de amigos hasta este punto, y estoy
terriblemente segura de que no quiero empezar ahora. Mi primer instinto es
alejarme, pero por alguna razón, me encuentro a mí misma sintiéndome
extrañamente compasiva hacia él. Su dolor en realidad parece genuino y no sólo
el resultado de un consumo excesivo de alcohol.
Me pongo de rodillas
delante de él y toco su hombro. —¿Peter?
Él inhala una enorme
bocanada de aire, alzando su rostro hacia mí lentamente. Sus ojos son meras
rendijas inyectadas en sangre. No estoy segura de si es gracias al llanto o al
alcohol. —Lo siento mucho, Martina —dice,
levantando una mano hacia mí. La envuelve alrededor de mi nuca y tira de mí
hacia él, enterrando su rostro en el hueco entre mi cuello y mi hombro—. Lo
siento mucho.
No tengo ni idea de quién
es Martina o qué le hizo él, pero si está así de herido, me estremezco al
pensar en lo que debe de sentir ella. Tengo la tentación de encontrar su
teléfono, buscar su nombre y llamarla para que pueda venir a rectificar esto.
En cambio, lo empujo suavemente de nuevo contra el sofá. Coloco su almohada y
lo insto a apoyarse en ella. — Duerme, Peter —digo amablemente.
Sus ojos están tan llenos
de dolor cuando se deja caer sobre la almohada. —Me odias tanto —dice mientras
agarra mi mano. Sus ojos se cierran otra vez, y libera un pesado suspiro.
Lo miro fijamente en
silencio, permitiéndole mantener sujeta mi mano hasta que está en silencio y
tranquilo, y no hay más lágrimas. Aparto mi mano de la suya, pero me quedo a su
lado durante unos minutos más.
Incluso aunque está
dormido, de algún modo todavía parece como si estuviera en un mundo de dolor.
Sus cejas están fruncidas, y su respiración es esporádica, fallando al caer en
un patrón pacífico.
Por primera vez noto una
leve y áspera cicatriz de unos diez centímetros, que recorre todo el lado
derecho de su mandíbula. Se detiene a cinco escasos centímetros de sus labios.
Tengo la extraña urgencia de tocarla y pasar mi dedo a lo largo de su longitud,
pero en cambio, mi mano se extiende hasta su cabello. Es corto en los lados, un
poco más largo en la parte superior, y la combinación perfecta de castaño y
rubio. Acaricio su pelo, consolándole, incluso aunque puede que no lo merezca.
Este tipo podría merecer
cada pizca de remordimiento que siente por lo que sea que le hizo a Martina,
pero al menos lo está sintiendo. Tengo que concederle eso.
Lo que sea que hizo, al
menos la ama lo suficiente para arrepentirse.
me encantoooo continualaaaaaa porfi
ResponderEliminarSEGUILAAAAAAA
ResponderEliminarEL PRIMER CAP Y YA HAY VARIOS PERSONAJES!!!!
Ahhhhh
ResponderEliminarSbnsnakakaka que firma de conocerse
Jajajjaa me mato Lali según ella ya esta segura y olvida todo en el pasillo
Ay dios pobre Peter que habrá pasado?!
Si k le tiene confianza Gastón,para dejar a su hermana con el en ese estado
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