PETER
Seis años antes…
—Iré a casa de Nico está
noche —digo.
A mi padre no le importa.
Está saliendo con Mariana. Su mente estáen Mariana.
Su todo es Mariana.
Su todo solía ser Claudia. A veces, su todo era Claudia y Peter.
Ahora, su todo es Mariana.
Eso está bien, porque mi
todo solía ser él y Claudia.
Ya no más.
Le mando un mensaje para
ver si ella quiere encontrarme en algún lugar.
Me dice que Mariana acaba
de salir para venir a mi casa. Dice que puedo ir a su casa y recogerla.
Cuando llego allí, no sé
si debería salir del auto.
No sé si ella quiere que
lo haga.
Yo quiero.
Camino hacia la puerta y
golpeo. No estoy seguro de qué decir cuando abra la puerta. Parte de mí quiere
decirle que lo siento, que no debería haberla besado.
Otra parte quiere hacerle
un millón de preguntas hasta saber todo sobre ella.
Pero la mayor parte de mí
quiere besarla de nuevo, sobre todo ahora que la puerta está abierta y se
encuentra justo frente a mí.
—¿Quieres entrar un rato?
—pregunta—. Ella no estará de vuelta hasta dentro de unas horas, por lo menos.
Asiento.
Me pregunto si ella ama
mi asentimiento tanto como yo amo el suyo. Cierra la puerta detrás de mí, y
miro alrededor. Su apartamento es pequeño. Nunca he vivido en un lugar tan
pequeño.
Creo que me gusta.
Mientras más pequeña sea
la casa, la familia más se ve obligada a amarse unos a otros. No tienen espacio
extra para no hacerlo. Me hace desear que mi papá y yo
consiguiéramos un lugar más pequeño.
Un lugar donde estaríamos
obligados a interactuar.
Un lugar donde dejaríamos
de tener que fingir que mi madre no dejó demasiado espacio en nuestra casa
luego de su muerte.
Martina se dirige a la
cocina. Me pregunta si quiero algo para beber.
La sigo y le pregunto qué
tiene. Me dice que tiene casi todo excepto leche, té, refrescos, café, jugo y alcohol.
—Espero que te guste el agua —dice. Se ríe de sí misma.
Me río con ella. —Agua
está perfecto. Habría sido mi primera elección.
Nos consigue a cada uno
un vaso con agua.
Nos apoyamos contra
mostradores opuestos.
Nos miramos el uno al
otro.
No debería
haberla besado anoche.
—No debería haberte
besado, Martina.
—No debería haberte
dejado —me dice.
Nos miramos un poco más.
Me pregunto si me dejaría besarla de nuevo.
Me pregunto si yo lo
permitiría.
—Será fácil detener esto —digo.
Estoy mintiendo.
—No, no lo será —dice
ella.
Está diciendo la
verdad.
—¿Crees que ellos se
casarán?
Asiente. Por alguna
razón, no me gusta mucho este asentimiento. No me gusta la pregunta que está
contestando.
—¿Peter?
Mira sus pies. Dice mi
nombre como si fuera un arma y estuviera disparando un tiro de advertencia del
cual se supone que debo correr.
Corro. —¿Qué?
—Sólo rentamos el apartamento
por un mes. La escuché en el teléfono con él ayer. —Me mira de nuevo.
—Nos vamos a mudar
contigo en dos semanas.
Tropiezo con el
obstáculo.
Ella se va a mudar
conmigo.
Ella estará viviendo en
mi casa.
Su madre va a llenar
todos los espacios vacíos de mi madre.
Cierro los ojos. Todavía veo a Martina.
Los abro. Observo a Martina.
Me doy la vuelta y agarro
el mostrador. Dejo caer la cabeza entre mis hombros. No sé qué hacer. No quiero
que ella me guste.
No quiero
enamorarme de ti, Martina.
No soy estúpido. Sé cómo
funciona la lujuria.
La lujuria quiere lo que
la lujuria no puede tener.
La lujuria quiere que
tenga a Martina.
La razón quiere que Martina se vaya.
Tomo el lado de la razón,
y me giro para enfrentarla otra vez.
—Esto no irá a ninguna
parte —le digo—. Esta cosa con nosotros. No terminará bien.
—Lo sé —susurra.
—¿Cómo lo detenemos? —le
pregunto.
Me mira, esperando que
responda mi propia pregunta.
No puedo.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
SILENCIO FUERTE Y
ENSORDECEDOR.
Quiero cubrir mis oídos
con las manos.
Quiero cubrir mi corazón
con una armadura.
Ni siquiera te
conozco, Martina.
—Debería irme —digo.
Me dice que está bien.
—No puedo —susurro.
Vuelve a decir que está
bien.
Nos miramos el uno al
otro.
Tal vez si la miro lo
suficiente, me cansaré de hacerlo.
Quiero saborearla otra
vez.
Tal vez si logro
saborearla lo suficiente, también me cansaré.
No espera que yo la
alcance. Me encuentra a mitad de camino.
Agarro su rostro y ella
mis brazos, y nuestras culpas colisionan cuando nuestras bocas lo hacen. Nos
mentimos acerca de la verdad.
Nos decimos que tenemos
esto… cuando no lo tenemos en lo absoluto.
Mi piel se siente mejor
con ella tocándola. Mi cabello se siente mejor con sus manos en él. Mi boca se
siente mejor con su lengua dentro de mí.
Me gustaría que
pudiéramos respirar así.
Vivir así.
La vida se sentiría mejor
con ella de esta manera.
Su espalda está contra la
nevera ahora. Mis manos están a los lados de su cabeza. Me alejo y la miro.
—Quiero hacerte un millón
de preguntas —le digo.
Sonríe. —Supongo que será
mejor que empieces.
—¿A dónde irás a la
universidad?
—Michigan —dice—. ¿Qué
hay de ti?
—Me voy a quedar aquí
para conseguir mi licenciatura, y luego mi mejor amigo, Nico, y yo iremos a la
escuela de aviación. Quiero ser piloto. ¿Qué quieres ser?
—Feliz —dice con una
sonrisa.
Esa es la respuesta
perfecta.
—¿Cuándo es tu
cumpleaños? —le pregunto.
—Tres de enero —dice—.
Cumpliré dieciocho años. ¿Cuándo es el tuyo?
—Mañana —le digo—.
Cumpliré dieciocho.
No cree que mi cumpleaños
sea mañana. Le muestro mi cédula de identidad. Me dice feliz casi cumpleaños.
Me besa de nuevo.
—¿Qué pasa si ellos se
casan? —le pregunto.
—Nunca aprobarán que
estemos juntos, incluso si no se casaran.
Tiene razón. Sería
difícil explicarles a sus amigos. Difícil de explicar al resto de la familia.
—¿Así que cuál es el
punto de seguir con esto si sabemos que no terminará bien? —le pregunto.
—Porque no sabemos cómo
detenernos.
Tiene razón.
—Te vas a Michigan en siete
meses, y yo estaré aquí en San Francisco. Tal vez esa es nuestra respuesta.
Asiente. —¿Siete meses?
Asiento. Toco sus labios
con mi dedo, porque sus labios son del tipo de labios que necesitan apreciación,
incluso cuando no están siendo besados.
—Hacemos esto durante
siete meses. No le decimos a nadie. Entonces… —Dejo de hablar, porque no sé
cómo decir las palabras: Nos detenemos.
—Entonces, nos detenemos —susurra.
—Entonces, nos detenemos —concuerdo.
Ella asiente, y realmente
puede escuchar nuestra cuenta regresiva comenzar.
La beso, y se siente
mucho mejor ahora que tenemos un plan.
—Tenemos esto, Martina.
Sonríe en acuerdo. —Tenemos
esto, Peter.
Le doy a su boca la
apreciación que merece.
Te voy a amar por
siete meses, Martina.
continualaaaaaaaaa
ResponderEliminarAGGG
ResponderEliminarPETER DEJATE DE JODER CON MARTINA JJAJA
Adiós bye
ResponderEliminarMartina es........ Muy sociable jajajannaja
En vez de terminar todo se torturan pobres
Ni hablaron d casi nada ,y ya se creen inseparables,ilusos.
ResponderEliminarSerá Martina la mujer d Benjamín ,y x eso no lo aguanta Peter.....