jueves, 21 de agosto de 2014

Capitulo 9 (Parte 2)

LALI



Ya no estoy pegada a la pared del baño.

Ahora estoy pegada a mi silla, convenientemente sentada en la mesa junto a Peter.

Peter, a quien no le he hablado desde que se refirió a sí mismo, a nosotros, o a nuestro beso, como “eso”.

No me dejes hacer “eso” otra vez.

No podía detenerlo si quería hacerlo. Quiero “eso” tanto que no puedo ni comer, y él probablemente no sabe lo mucho que me gusta la cena de Acción de Gracias. Lo que significa que realmente quiero mucho “eso”, y “eso” no se refiere al plato de comida delante de mí. “Eso” es Peter.

Nosotros. Yo besando a Peter. Peter besándome.

De repente estoy muy sedienta. Agarro mi vaso y tomo la mitad del agua en tres grandes tragos.

—¿Tienes novia, Peter? —pregunta mi madre.

Sí, mamá. Sigue haciéndole preguntas como esa, ya que estoy demasiado asustada para hacerlas yo misma.

Peter se aclara la garganta. —No, señora —dice.

Gastón se ríe por lo bajo, lo que suscita una nube de decepción en mi pecho. Al parecer, Peter tiene el mismo punto de vista sobre las relaciones que Gastón, y Gastón encuentra divertido que mi madre asuma que él es capaz de comprometerse.

De repente, encuentro el beso que compartimos mucho menos impactante.

—Bueno, ¿no eres un buen partido, entonces? —dice ella—. Piloto de aerolínea, soltero, guapo, educado.

Peter no responde. Sonríe débilmente y empuja un bocado de papas en su boca. No quiere hablar de sí mismo.

Eso es muy malo.

—Peter no ha tenido una novia en mucho tiempo, mamá —dice Gastón, confirmando mi sospecha—. Sin embargo eso no quiere decir que sea soltero.

Mi mamá inclina la cabeza, confundida. Yo también. Lo mismo ocurre con Peter.

—¿Qué quieres decir? —pregunta. Sin embargo, sus ojos se amplían de inmediato—. ¡Oh! Lo siento mucho. Eso es lo que me pasa por ser entrometida —dice la última parte de la frase como si acabara de llegar a una conclusión a la que todavía no he llegado.

Está disculpándose con Peter. Está avergonzada.

Todavía confundida.

—¿Me estoy perdiendo algo? —pregunta mi papá.

Mi madre apunta su tenedor a Peter. —Es gay, querido —dice ella.

Um…
—No lo es —dice mi papá con firmeza, riéndose de su conjetura.

Estoy sacudiendo la cabeza. No sacudas la cabeza, Lali.

—Peter no es gay —digo a la defensiva, mirando a mi madre.

¿Por qué dije eso en voz alta?

Ahora Gastón parece confundido. Mira a Peter. Una cucharada de patatas se detuvo en el aire delante de Peter y su ceja está arqueada. Él está mirando a Gastón.

—Oh, mierda —dice Gastón—. No sabía que era un secreto. Amigo, lo siento mucho.

Peter baja la cucharada de puré de patatas a su plato, todavía observando a Gastón con una mirada perpleja. —No soy gay.

Gastón asiente. Levanta las manos y murmura—: Lo siento. —Como si no tuviera la intención de revelar un secreto tan grande.

Peter sacude la cabeza. —Gastón. No soy gay. Nunca lo he sido y estoy bastante seguro de que nunca lo seré. ¿Qué demonios, hombre?

Gastón y Peter se miran uno al otro, y todos los demás están mirando a Peter.
—P-pero —tartamudea Gastón—, dijiste... una vez me dijiste...

Peter suelta la cuchara y se tapa la boca con la mano, sofocando la risa en voz alta.

Oh, Dios mío, Peter. Riendo.

Ríe, ríe, ríe. Por favor, creo que esto es lo más divertido que ha pasado, porque su risa también es mucho mejor que la cena de Acción de Gracias.

—¿Qué te dije que te hizo pensar que era gay?

Gastón se recuesta en la silla. —No recuerdo exactamente. Dijiste algo sobre no estar con una chica en más de tres años. Sólo pensé que era tu manera de decirme que eras gay.

Todo el mundo se está riendo. Incluso yo.

—¡Eso fue hace más de tres años! Todo este tiempo, ¿pensaste que era gay?

Gastón sigue confundido. —Pero...

Lágrimas. Peter tiene lágrimas de reírse tan fuerte.

Es hermoso.

Me siento mal por Gastón. Está de cierta forma avergonzado. Sin embargo, me gusta que Peter piense que es divertido. Me gusta que no lo avergüence.

—¿Tres años? —dice mi papá, atorado en el mismo pensamiento en el que todavía estoy un poco atascada.

—Eso fue hace tres años —dice Gastón, finalmente riendo junto a Peter—. Probablemente ahora son seis.

La mesa lentamente se vuelve tranquila. Esto avergüenza a Peter. Sigo pensando en ese beso en el baño y como sé que es un hecho que no han pasado seis años desde que estuvo con una chica. Un tipo con una boca tan posesiva como esa, sabe cómo usarla y estoy segura de que la usa mucho.

No quiero pensar en ello.

No quiero que mi familia piense en ello.

—Estás sangrando de nuevo —le digo, bajando la vista a la gasa empapada en sangre que todavía está envuelta alrededor de su mano. Me vuelvo a mi madre—. ¿Tienes algún vendaje líquido?

—No —dice ella—. Esas cosas me asustan.

Miro a Peter. —Después de comer, la revisaré —le digo.

Peter asiente pero nunca me mira. Mi madre me pregunta por el trabajo, y Peter ya no es el centro de atención. Creo que está aliviado por eso.

***

Apago la luz y me arrastro en la cama, sin saber qué hacer con lo de hoy. No volvimos a hablar después de la cena, incluso aunque tardé unos buenos diez minutos vendando su herida en la sala de estar.

No hablamos durante todo el proceso. Nuestras piernas no se tocaron. Su dedo no tocó mi rodilla. Ni siquiera me miró. Sólo miró su mano todo el tiempo, se centró en eso como si fuera a caerse si desviaba la mirada.

No sé qué pensar de Peter o de ese beso. Él obviamente se siente atraído hacia mí, de lo contrario no me habría besado. Lamentablemente, eso es suficiente para mí. Ni siquiera me importa si le gusto. Sólo quiero que se sienta atraído por mí, porque el gusto puede venir después.

Cierro los ojos y trato de conciliar el sueño por quinta vez, pero es inútil. Ruedo hacia mi costado, de frente a la puerta, justo a tiempo para ver la sombra de los pies de alguien acercarse a ella. Miro la puerta, esperando a que se abra, pero las sombras desaparecen y los pasos continúan por el pasillo. Estoy casi segura de que era Peter, pero sólo porque ahora él es la única persona en mi mente. Libero unas cuantas respiraciones controladas con el fin de calmarme lo suficiente como para decidir si quiero seguirlo. Voy sólo en la tercera respiración cuando salgo de la cama.

Debato si cepillarme los dientes de nuevo, pero sólo han pasado veinte minutos desde la última vez que los lavé.

Reviso mi cabello en el espejo, luego abro la puerta de mi habitación y camino lo más silenciosamente que puedo hacia la cocina.

Cuando giro por la esquina, lo veo. Por completo. Apoyado en la barra, frente a mí, casi como si me esperara.

Dios, odio eso.

Pretendo que es sólo una coincidencia que termináramos aquí al mismo tiempo, a pesar de que es medianoche. —¿No puedes dormir? — Camino por su lado hacia la nevera y alcanzo el jugo de naranja. Lo saco, me sirvo en un vaso y luego me apoyo en la encimera frente a él. Me mira, pero no responde a mi pregunta.

—¿Eres sonámbulo?

Sonríe, empapándome, desde la cabeza a los pies, con sus ojos como una esponja. —Te gusta mucho el jugo de naranja —dice, divertido.

Miro mi vaso, luego de nuevo a él, y me encojo de hombros. Da un paso hacia mí y señala el vaso. Se lo entrego, lo lleva a sus labios para tomar un trago lento y me lo devuelve. Todos estos movimientos son completados sin siquiera romper el contacto visual conmigo.

Bueno, ahora definitivamente me encanta el jugo de naranja.

—También me encanta —dice, aunque nunca le respondí.

Dejo el vaso junto a mí, agarro los bordes de la encimera y me impulso hasta sentarme sobre ella. Pretendo que no invade todo mi ser, pero sigue estando en todas partes. Llenado la cocina.

La casa entera.

Está demasiado tranquilo. Decido hacer el primer movimiento.

—¿De verdad han pasado seis años desde que tuviste una novia?

Asiente sin dudarlo y, a la vez, estoy sorprendida y extremadamente complacida por esa respuesta. No estoy segura de por qué me gusta.

Supongo que es simplemente mucho mejor de lo que me imaginaba que era su vida.

—Vaya. ¿Por lo menos has tenido...? —No sé cómo terminar esta frase.

—¿Tenido sexo? —interpone.

Me alegro que la única luz sea la que se encuentra sobre la estufa de la cocina, porque estoy absolutamente ruborizada.

—No todo el mundo quiere las mismas cosas de la vida —dice. Su voz es suave, como un edredón de plumas. Quiero rodar sobre ella, envolverme en esa voz.

—Todo el mundo quiere amor —digo—. O al menos sexo. Es la naturaleza humana.

No puedo creer que estemos teniendo esta conversación.

Cruza los brazos sobre su pecho. Y sus pies en los tobillos. He notado que esta es su posición de armadura personal. Pone su escudo invisible de nuevo, protegiéndose de dar demasiado.

—La mayoría de la gente no puede tener uno sin lo otro —dice—. Así que me parece más fácil simplemente renunciar a ambos. —Me estudia, midiendo mi reacción a sus palabras. Hago mi mejor esfuerzo para no
darle una.

—Entonces, ¿cuál de los dos es lo que no quieres, Peter? —Mi voz es vergonzosamente débil—. ¿Amor o sexo?

Sus ojos siguen siendo los mismos, pero su boca cambia. Sus labios se curvan en apenas una sonrisa. —Creo que ya sabes la respuesta a eso, Lali.

Vaya.

Dejo salir un suspiro controlado, sin importarme si sabe que esas palabras me afectaron como lo hicieron. La forma en que dice mi nombre me hace sentir igual de nerviosa como lo hizo su beso. Cruzo la pierna sobre mi rodilla, esperando que no note que es mi propia armadura personal.

Sus ojos caen a mis piernas y lo observo inhalar suavemente.

Seis años. Increíble.

Miro hacia mis piernas también. Quiero hacerle otra pregunta, pero no puedo mirarlo cuando la formulo—: ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que besaste a una chica?

—Ocho horas —responde sin dudar. Levanto la mirada hacia la suya y sonríe, porque sabe lo que le pregunto—. Lo mismo —pronuncia en voz baja—. Seis años.

No sé lo que me sucede, pero algo cambia. Algo se derrite. Algo duro o frío, o cubierto en mi propia armadura personal, se convierte en líquido ahora que comprendo lo que significó ese beso. Siento que no soy nada más que líquido, y líquido no funciona bien para ponerse de pie o alejarse caminando, así que no me muevo.

—¿Estás bromeando? —pregunto, incrédula.

Creo que ahora es él quien se sonroja.

Estoy tan confundida. No entiendo cómo lo he juzgado tan mal o cómo es siquiera posible lo que dice. Es guapo. Tiene un gran trabajo.

Definitivamente sabe cómo besar, así que ¿por qué no lo ha estado haciendo?

—¿Cuál es tu problema entonces? —le pregunto—. ¿Tienes alguna enfermedad de transmisión sexual? —Es culpa de la enfermera en mí. No
tengo ningún filtro médico.

Se ríe. —Estoy bastante limpio —dice. Sin embargo, sigue sin explicarse.

—Si han pasado seis años desde que besaste a una chica, ¿por qué me besaste? Tenía la impresión de que yo ni siquiera te gustaba. Eres muy difícil de leer.

No me pregunta por qué tenía la impresión de que no le gustaba. Creo que si es obvio para mí que él es diferente cuando está a mí alrededor, lo ha hecho intencionalmente.

—No es que no me gustes, Lali. —Suspira profundamente y pasa las manos por su cabello, agarrando su nuca—. Es sólo que no quiero que me gustes. No quiero que nadie me guste. No quiero salir con nadie. No quiero amar a nadie. Yo sólo... —Cruza los brazos de nuevo sobre su pecho, y mira hacia el suelo.

—¿Tú sólo, qué? —pregunto, pidiéndole que termine la frase. Su mirada lentamente se levanta hacia la mía y me esfuerzo por permanecer sentada sobre la encimera, debido a la forma en que me mira; como si fuera la cena de Acción de Gracias.

—Me siento atraído por ti, Lali —dice en voz baja—. Te quiero, pero te quiero sin ninguna de esas cosas.

Me quedo sin mente.

Cerebro = líquido.

Corazón = mantequilla.

Sin embargo, todavía puedo suspirar, así que lo hago.

Espero hasta que soy capaz pensar de nuevo. Entonces pienso mucho.

Acaba de admitir que quiere tener sexo conmigo; simplemente no quiere que suceda nada más. No sé por qué esto me halaga. Debería hacerme querer golpearlo, pero el hecho de me eligiera para besarme después de no besar a nadie durante seis años consecutivos, hace que esta nueva confesión se sienta como si hubiera ganado un Pulitzer.

Nos miramos de nuevo. Se ve un poco nervioso. Estoy segura que se pregunta si me molestó. No quiero que piense eso, porque honestamente, quiero gritar “¡Gané!” a todo pulmón.

No tengo idea de qué decir. Hemos tenido las conversaciones más extrañas e incómodas desde que lo conocí, y ésta definitivamente lleva la delantera.

—Nuestras conversaciones son tan raras —digo.

Se ríe con alivio. —Sí.

La palabra es mucho más hermosa saliendo de su boca, mezclada con esa voz. Él podría, probablemente, hacer que cualquier palabra suene hermosa. Trato de pensar en una palabra que odie. Creo que odio la palabra buey. Es una palabra fea. Demasiado corta y abreviada. Me pregunto si su voz podría hacer que me guste esa palabra.

—Di la palabra buey.

Su ceja se levanta, como preguntándose si me escuchó bien. Piensa que soy extraña.

No me importa.

—Sólo dila —le digo.

—Buey —dice, con una ligera vacilación.

Sonrío. Me encanta la palabra buey. Es mi nueva palabra favorita.

—Eres tan extraña —dice, divertido.

Descruzo las piernas. Lo nota. —Así que, Peter —digo—, déjame ver si lo entiendo bien. No has tenido sexo en seis años. No has tenido novia en seis años. No has besado a una chica en ocho horas. No te gustan las relaciones, obviamente. O el amor. Pero eres un chico. Los chicos tienen necesidades.

Me mira, todavía divertido. —Continua —dice con esa sonrisa involuntariamente sexy.

—No quieres sentirte atraído por mí, pero lo estás. Quieres tener sexo conmigo, pero no quieres salir conmigo. Tampoco quieres amarme. Ni que yo te ame.

Todavía lo divierto. Sigue sonriendo. —No sabía que era tan transparente.

No lo eres, Peter. Créeme.

—Si hacemos esto, creo que debemos tomarnos las cosas con calma —digo en broma—. No quiero presionarte para que hagas cualquier cosa para la que no estés listo. Eres prácticamente virgen.

Pierde su sonrisa y da tres pasos deliberadamente lentos hacia mí. Dejo de sonreír, porque se ve seriamente intimidante. Cuando llega junto a mí, coloca las manos a cada lado de mi cuerpo, entonces se inclina cerca de mi cuello. —Han pasado seis años, Lali. Créeme cuando te digo que... estoy listo.

Todas esas también se convirtieron en mis nuevas palabras favoritas.
Créeme, cuando, te, digo, que, estoy, y listo.

Favoritas. Todas ellas.

Se aleja y puedo decir, más que probablemente, que no respiro en este momento. Regresa a su lugar frente de mí. Mueve la cabeza como si no pudiera creer lo que acaba de suceder. —No puedo creer que te pedí tener sexo. ¿Qué clase de persona hace eso?

Trago. —Casi todas.

Se ríe, pero noto que se siente culpable. Tal vez tiene miedo de que yo no pueda manejar esto. Podría tener razón, pero no se lo haré saber. Si piensa que no puedo manejar esto, se tendrá que retractar de todo lo que ha dicho. Si se retracta de todo lo que ha dicho, significa que no experimentaré otro beso como el que me dio antes.

Estoy de acuerdo con cualquier cosa si eso significa que obtendré otro beso suyo. Especialmente si significa que experimentaré más que un beso.

Simplemente pensar en eso hace que mi garganta se seque. Tomo mi vaso y bebo otro trago de jugo mientras en silencio resuelvo esto en mi cabeza.

Él me quiere por el sexo.

Extraño el sexo. Ha pasado un tiempo.

Sé que definitivamente me siento atraída por él, y no puedo pensar en nadie más en mi vida. Prefiero tener sexo casual y sin compromiso con mi vecino piloto que “dobla ropa recién lavada”.

Dejo el vaso de jugo de nuevo, luego presiono las palmas en la encimera para inclinarme ligeramente hacia adelante. —Escúchame, Peter. Eres soltero. Soy soltera. Trabajas demasiado y yo estoy centrada en mi carrera de una forma casi enfermiza. Incluso si quisiéramos una relación fuera de esto, nunca funcionaría. Nuestras vidas no encajarían juntas. Tampoco somos amigos, por lo que no tienes que preocuparte de que nuestra amistad se arruine. ¿Quieres tener sexo conmigo? Estoy totalmente de acuerdo en que lo hagamos. Mucho.

Mira mi boca como si todas mis palabras acabaran de convertirse en sus nuevas palabras favoritas. —¿Mucho? —pregunta.

Asiento. —Sí. Mucho.

Me mira a los ojos de forma desafiante. —Está bien —dice, casi como
un reto.

—Bien.

Todavía estamos a varios centímetros de distancia. Acabo de decirle a este chico que tendría sexo con él sin ningún tipo de expectativas y él permanece allá y yo aquí, y cada vez es más claro que, definitivamente, lo juzgué mal. Él se siente más nervioso que yo. Aunque creo que nuestros nervios vienen de dos lugares diferentes. Está nervioso porque no quiere que esto se convierta en algo.

Y yo estoy nerviosa porque no estoy tan segura de que sólo sexo con Peter sea posible. Basada en la forma en que me siento atraída por él, tengo un muy buen presentimiento de que el sexo será el último de nuestros problemas. Sin embargo, aquí estoy sentada, fingiendo estar bien con sólo sexo. Tal vez si inicia de esta manera, eventualmente termine siendo algo más.

—Bueno, no podemos tener sexo ahora —dice.

Maldición.

—¿Por qué no?

—El único condón que tengo en mi cartera, probablemente se ha desintegrado.

Me río. Me encanta su humor autocrítico.

—Sin embargo, quiero besarte de nuevo —dice sonriendo con esperanza.

Me sorprende mucho que no me esté besando. —Por supuesto.

Lentamente regresa a donde me encuentro sentada, hasta que mis rodillas se hallan a cada lado de su cintura. Lo miro a los ojos, porque me miran como si esperaran que cambie de opinión. No cambiaré de opinión.

Probablemente quiero esto más de lo que él lo quiere.

Levanta las manos y las desliza por mi cabello, frotando sus pulgares en mis mejillas. Inhala una respiración temblorosa mientras mira hacia mi boca. —Haces que sea tan difícil respirar.

Acentúa su oración con su beso, colocando sus labios sobre los míos. Cada parte de mí que todavía no se había fundido en su presencia, ya se encuentra en estado líquido como el resto de mí. Trato de recordar un momento en el que la boca de un hombre se sintiera así de bien contra la mía. Su lengua se desliza a través de mis labios, luego se sumerge en el interior, saboreándome, llenándome, reclamándome.

Oh... Dios.

Amo.

Su.

Boca.

Inclino la cabeza para que pueda saborear más de ella. Se inclina para saborear más de mí. Su lengua tiene una gran memoria, porque sabe exactamente cómo hacer esto. Deja caer su mano lesionada y la apoya en mi muslo, mientras su otra mano se envuelve en mi nuca, presionando nuestros labios. Mis manos ya no se sostienen de su camisa. Exploran sus brazos, su cuello, su espalda, su cabello.

Gimo suavemente y el sonido hace que se presione en mí, acercándome varios centímetros más al borde de la encimera.

—Bueno, definitivamente no eres gay —dice alguien detrás de nosotros.

Oh, Dios mío.

Papá.

¡Papá!

Mierda.

Peter. Se aparta.

Yo. Salto bajándome de la encimera.

Papá. Pasa a nuestro lado.

Abre la nevera y toma una botella de agua, como si el entrar a una habitación donde su hija es manoseada por su huésped fuera algo usual. Se da la vuelta y nos enfrenta, luego bebe un trago largo. Cuando termina, cierra la tapa en la botella de agua y la coloca de nuevo en la nevera. La cierra y camina hacia nosotros, pasando entre nosotros, haciendo más espacio allí.

—Ve a la cama, Lali —dice mientras sale de la cocina.

Me cubro la boca con la mano. Peter cubre su rostro con la suya. Ambos estamos completamente mortificados. Él más que yo, estoy segura.

—Debemos ir a dormir —dice.

Estoy de acuerdo con él.

Salimos de la cocina sin tocarnos. Llegamos a la puerta de mi habitación primero, por lo que me detengo y me giro para enfrentarlo. También se detiene.

Mira a su izquierda y luego, brevemente, a su derecha, para asegurarse que estamos solos en el pasillo. Da un paso hacia adelante y me roba otro beso. Mi espalda se apoya en la puerta del dormitorio, pero de alguna manera es capaz de retirar su boca.

—¿Estás segura de que esto está bien? —pregunta, buscando la duda en mis ojos.

No sé si esto está bien. Se siente bien, él sabe bien y no puedo pensar en nada que desee más que estar con él. Sin embargo, lo que me preocupa son las razones detrás de sus seis años de abstinencia.

—Te preocupas demasiado —digo con una sonrisa forzada—. ¿Ayudaría si tuviéramos reglas?

Me estudia en silencio antes de dar un paso atrás. —Podría —dice—. Sólo puedo pensar en dos en estos momentos.

—¿Cuáles son?

Su mirada se centra en la mía durante varios segundos. —No preguntes sobre mi pasado —dice con firmeza—. Y nunca esperes un futuro.

Absolutamente no me gusta ninguna de esas reglas. Ambas me dan ganas de cambiar de opinión acerca de este arreglo, dar la vuelta y huir, pero en cambio, asiento. Asiento porque tomaré lo que pueda conseguir.

No soy Lali cuando estoy cerca de Peter. Soy líquido y el líquido no sabe cómo ser firme o ponerse de pie por sí mismo. El líquido fluye. Eso es todo lo que quiero hacer con Peter.

Fluir.

—Bueno, sólo tengo una regla —digo en voz baja. Él espera por mi regla. No puedo pensar en una. No tengo ninguna. ¿Por qué no tengo reglas? Sigue esperando—. Todavía no sé cuál es. Pero en cuanto piense en eso, tienes que seguirla.

Peter ríe. Se inclina y besa mi frente, luego camina hacia su habitación. Abre la puerta, pero me echa un vistazo por un breve segundo antes de desaparecer en el interior.

No puedo afirmarlo, pero estoy bastante segura de que la expresión que acabo de ver en su rostro era miedo. Sólo deseo saber de qué tiene miedo, porque el Señor sabe que yo sé exactamente a lo que le temo.


Tengo miedo de cómo vaya a terminar esto.

4 comentarios:

  1. Ni Gastón sabe k es lo k le pasó a Peter.
    K cerrado k es ,no se quiere dar la oportunidad d amar,pero si después d 6 años ,besa a Lali y le propone tener sexo ,aún con sus reglas ,es xk algo cambió en él ,al conocerla.

    ResponderEliminar
  2. Ahhhhh
    Todo el rollo de Martina lo dejo así
    Sé si años ?! Enserio
    Nskskskkskaka que beso jajja pobre de ellos casi les da un infarto con el papa de Lali

    ResponderEliminar