LALI
Normalmente, si me
despertara, abriera los ojos, y viera a un hombre enojado mirándome desde el
marco de la puerta, habría gritado. Habría lanzado cosas. Habría corrido al
baño y me hubiera encerrado. Sin embargo, no hago ninguna de esas cosas.
Me quedo mirándolo
fijamente, porque me siento confundida al pensar en que este sea el mismo chico
que estaba borracho y se había desmayado en el pasillo. ¿Cómo puede ser el
mismo chico que anoche lloró hasta quedarse dormido?
Él es intimidante. Está
enojado. Y me está mirando como si debiera disculparme, o darle alguna
explicación.
Sin embargo, es el mismo
chico, ya que está usando el mismo par de vaqueros y la misma camiseta negra en
la que se quedó dormido anoche. Lo único diferente en su apariencia es que
ahora es capaz de mantenerse de pie por sí mismo.
—¿Qué le pasó a mi mano, Lali?
Sabe mi nombre. ¿Lo sabe
porque Gastón le contó que me estaba mudando para acá o porque en verdad
recuerda que anoche se lo dije?
Espero que Gastón le haya
dicho, porque honestamente no quiero que me
recuerde por lo de
anoche. De pronto, me siento avergonzada de que pueda
recordarme consolándolo
mientras lloraba hasta quedarse dormido. Aparentemente no tiene
idea de lo que le pasó a su mano, así que espero que eso signifique que no
tiene recuerdos de nada más allá de eso. Se encuentra recostado contra la
puerta de mi habitación y los brazos cruzados sobre su pecho. Luce a la
defensiva, como si yo fuera la responsable de su mala noche. Me ruedo, ya que
aún no he dormido completo, a pesar de que
él se encuentra allí pensando que le debo algún tipo de explicación.
Lanzo las sábanas por encima de mi cabeza.
—Cierra la puerta cuando
salgas —digo, esperando que entienda la indirecta de que es más que bienvenido
de volver a su apartamento.
—¿Dónde está mi teléfono?
Aprieto mis ojos y trato
de ahogar el suave sonido de su voz, mientras se desliza por mis oídos y se
abre camino a través de cada uno de los nervios de mi cuerpo, calentándome en
lugares que ésta sábana endeble no logró calentarme en toda la noche.
Me recuerdo a mí misma
que la persona a la que le pertenece esa sensual voz en este momento se
encuentra en mi puerta, demandando cosas con una actitud grosera, sin siquiera
reconocer el hecho de que anoche lo había ayudado. Me gustaría saber dónde está
mi Gracias. O mi hola, soy Peter. Mucho gusto en
conocerte.
No obtengo nada de eso de
parte de este chico. Se encuentra demasiado preocupado por sí mismo como para
preocuparse por la cantidad de personas a la que su descuido pudo haber
molestado anoche.
Si este chico y su
actitud van a ser mis vecinos durante los siguientes meses, ahora sería un buen
momento para establecer los límites. Lanzo las sábanas y me levanto, luego camino
hacia la puerta y encuentro su mirada. —Hazme un favor y retrocede.
Sorprendentemente, lo
hace. Mantengo mis ojos en los suyos hasta que la puerta de mi habitación se
cierra en su cara de golpe, y ahora todo lo veo es la parte posterior de la
puerta. Sonrío y camino de vuelta a la cama. Me acuesto y cubro mi cabeza con
las sábanas.
Yo gano.
¿He mencionado que no
tolero mucho las mañanas? La puerta se abre de golpe otra vez.
—¿Cuál es tu maldito
problema? —grita.
Gruño, luego me siento en
la cama y lo miro. Una vez más, se encuentra de pie junto a la puerta,
mirándome como si le debiera algo.
—¡Tú! —le grito de
vuelta.
Se ve tan genuinamente
sorprendido ante mi tosca respuesta, que me hace sentir un poco mal. ¡Pero él
es el que está actuando como un idiota!
Eso creo.
Él empezó.
Eso creo.
Me mira con dureza por
unos segundos, luego inclina la cabeza hacia delante y arquea una ceja.
—¿Nosotros…? —Apunta con
su dedo hacia mí y luego hacia él—. ¿Nos acostamos anoche? ¿Es por eso que
estás enojada?
Me reí mientras mis
pensamientos son confirmados.
Es todo un idiota.
Genial. Soy vecina de un
chico que obviamente se emborracha en exceso por las noches, y trae a casa a
tantas chicas que ni siquiera puede recordar con cuales se mete.
Abro mi boca para responder,
pero soy interrumpida por el sonido de la puerta del apartamento cerrándose, y
la voz de Gastón gritando.
—¿Lali?
Inmediatamente salto y
corro hacia la puerta, pero Peter sigue bloqueándola y observándome, esperando
una respuesta a su pregunta. Lo miro directo a los ojos para dársela, pero su
mirada me toma con la guardia baja por un segundo.
Sus ojos son del azul más
claro que alguna vez haya visto. Ya no queda rastro de esos pesados ojos
enrojecidos de anoche. Sus ojos son tan claros que casi no tienen color. Seguí
mirándolos, como esperando ver olas si los veía lo suficientemente cerca. Diría
que son tan claros como las aguas del Caribe, pero en realidad nunca he estado
en el Caribe, así que no podría saberlo.
Parpadea e inmediatamente
me aleja del Caribe y de vuelta a San Francisco. De vuelta a esta habitación.
De vuelta a la última pregunta que me hizo antes de que Gastón entrara por la
puerta.
—No estoy muy segura de
que “acostarnos” sea la palabra adecuada para lo que hicimos anoche —susurro.
Lo miro, esperando a que se aparte de mi camino.
Lo que hace es
enderezarse, colocando una armadura invisible con su postura y su rígido
lenguaje no verbal.
Aparentemente, no le
gusta la imagen de los dos haciéndolo, basada en la mirada reservada que me
está dando. Casi parece como si estuviera viéndome con disgusto, lo cual hace
que me desagrade mucho más.
No me echo para atrás, y
ninguno de los dos rompe el contacto visual cuando da un paso fuera de mi
camino y me deja pasar a su lado. Al salir de la habitación, veo a Gastón
rondando el pasillo. Me mira y luego a Peter, así que rápidamente le lanzo una
mirada para hacerle saber que no existe ni la más remota posibilidad a lo que
está pensando.
—Hola, hermana —dice, halándome
en un abrazo.
No lo había visto en casi
seis meses. A veces es fácil olvidar lo mucho que extrañas a alguien hasta que
vuelves a ver a esa persona. Ese no es el caso con Gastón. Siempre lo extraño.
Por más que su actitud protectora pueda cansarme a veces, también es testamento
de cuán cercanos somos.
Gastón me suelta y tira
de un mechón de mi cabello. —Está más largo —dice—. Me gusta.
Este podría ser el mayor
tiempo que hemos durado sin vernos. Estiro la mano y revuelvo el cabello que cuelga
sobre su frente. —También el tuyo —digo—. Y no me gusta.
Le sonrío para hacerle
saber que estoy bromeando. En realidad, en él me gusta esa apariencia
desordenada. La gente siempre dice que nos parecemos mucho, pero yo no lo creo.
Su piel es más oscura que la mía, lo que siempre he envidiado. Nuestro cabello
es del mismo tono de castaño, pero nuestros rasgos faciales no son para nada
parecidos, específicamente nuestros ojos. Mamá solía decirnos que si poníamos
nuestros ojos juntos, se verían justo como un
árbol. Los de él eran tan verdes como las hojas, y los míos tan marrones
como el tronco.
Siempre envidié que él
fuera las hojas del árbol, porque el verde era mi color favorito al crecer.
Gastón saluda a Peter con
un gesto con la cabeza. —Hola, hermano. ¿Mala noche? —Le hace la pregunta con
una risita, como si supiera exactamente qué tipo de noche tuvo Peter ayer.
Peter camina a nuestro
lado. —No lo sé —dice en respuesta—. No lo recuerdo. —Camina hacia la cocina y
abre un gabinete, tomando una taza como si se sintiera lo suficientemente
cómodo aquí para hacerlo.
No me gusta eso.
No me gusta que Peter se
sienta cómodo.
Peter, el cómodo, abre
otro gabinete y toma una botella de aspirina, llena la taza con agua, y lanza
la aspirina hacia su boca.
—¿Trajiste todas tus
cosas? —me pregunta Gastón.
—Nop —digo, mirando a Peter
al responder—. Estuve demasiado ocupada preocupándome por tu vecino.
Peter se aclara la
garganta con nerviosismo mientras lava la taza y la coloca de vuelta en el
gabinete. Su incomodidad ante su lapso de memoria me hace reír. Me gusta que no
tenga ni idea de lo que pasó anoche. Incluso me gusta un poco que la idea de
estar conmigo pareciera ponerlo nervioso. Podría mantener esta
fachada por un tiempo sólo para mi propio disfrute enfermizo.
Gastón me mira como si
supiera lo que estoy planeando. Peter sale de la cocina y mira en mi dirección,
luego hacia Gastón.
—Ya me habría ido, pero
no puedo encontrar mis llaves. ¿Tienes mi copia?
Gastón asiente y camina
hacia un cajón en la cocina. Lo abre, toma una llave, y se la lanza a Peter,
quien la atrapa en el aire. —¿Puedes volver en una hora y ayudarme a descargar
el auto de Lali? Quiero ducharme primero.
Peter asiente, pero sus
ojos van brevemente a los míos, cuando Gastón comienza a caminar hacia su
habitación.
—Nos pondremos al día
cuando no sea tan temprano —me dice Gastón.
Pudieron haber pasado
siete años desde que vivimos juntos, pero aparentemente recuerda que no soy muy
conversadora en las mañanas. Muy mal que Peter no sepa eso de mí.
Después de que Gastón
desaparece en su habitación, me doy la vuelta y encaro a Peter otra vez. Me
mira expectante, como si aún está esperando que le responda las preguntas que
me había hecho. Sólo quiero que se vaya, así que le contesto todas a la vez.
—Anoche cuando llegué,
estabas desmayado en el pasillo. No sabía quién eras, así que cuando intentaste
entrar al apartamento, puede que haya cerrado la puerta en tu mano. No está
rota. La revisé, y sólo tiene un moretón como mucho. Simplemente ponle algo de
hielo y envuélvela por unas horas. Y no, no nos acostamos. Te ayudé a entrar al
apartamento, y luego me fui a la cama. Tu teléfono está en el suelo junto a la
puerta principal, donde lo dejaste caer anoche porque estabas demasiado ebrio para
caminar.
Me di la vuelta hacia mi
habitación, simplemente queriendo alejarme de la intensidad en sus ojos.
Me giro de nuevo cuando
llego a la puerta de mi habitación. — Cuando regreses en una hora y yo hay
tenido chance de despertarme por completo, podemos intentarlo de nuevo.
Su mandíbula se tensa. —¿Intentar
de nuevo qué? —pregunta.
—Empezar con el pie
derecho.
Cierro la puerta,
poniendo una barrera entre esa voz y yo. Y esa mirada.
***
—¿Cuántas cajas tienes? —pregunta
Gastón. Se coloca sus zapatos junto a la puerta y yo tomo mis llaves.
—Seis, más tres maletas y
toda mi ropa en ganchos.
Gastón camina hacia la
puerta directamente al otro lado del pasillo y la golpea, luego se da la vuelta
y se dirige hacia los ascensores. Presiona el botón de bajada.
—¿Le dijiste a
mamá que llegaste?
—Sí, le escribí un
mensaje anoche.
Escucho la puerta de su
apartamento abrirse justo cuando el ascensor llega, pero no me doy la vuelta
para mirarlo salir. Entro en él, y Gastón detiene el ascensor para esperar a Peter.
Pierdo la guerra tan
pronto como le lanzo un vistazo. La guerra que ni siquiera sabía que estaba
luchando. No pasa muy seguido, pero cuando encuentro a un chico atractivo, es
mucho mejor si pasa con una persona con la que quiero que pase.
Peter no es la persona
por la que quiero sentir esto. No quiero sentirme atraída por un chico que bebe
hasta olvidar, llora por otras chicas, y que ni siquiera recuerda si se metió
conmigo la noche anterior. Pero es difícil no notar su presencia cuando su
presencia se convierte en todo.
—Deberían ser sólo dos
viajes —le dice Gastón a Peter, mientras presiona el botón hacia el primer
piso.
Peter me está mirando, y
no puedo juzgar bien su comportamiento, ya que aún luce enojado. También lo
miro, porque no importa cuán atractivo pueda ser con esa actitud, sigo
esperando por el gracias que nunca obtuve.
—Hola —dice Peter
finalmente. Da un paso hacia delante, e ignora por completo la política tácita
de ascensores, cuando se acerca demasiado y extiende su mano—. Peter Lanzani.
Vivo al otro lado del pasillo.
Y estoy confundida.
—Creo que ya hemos
establecido eso —digo, mirando su mano extendida.
—¿Empezar de nuevo? —dice,
arqueando la ceja—. ¿Con el pie derecho? —Ah. Sí. Le dije eso.
Tomo su mano y la agito. —Lali
Esposito. Soy la hermana de Gastón.—La manera en la que retrocede y mantiene
sus ojos en los míos me hace sentir un poco incómoda, ya que Gastón se
encuentra de pie a sólo unos cuantos pasos. Sin embargo, a Gastón no parece
importarle. Nos ignora a ambos, al estar pegado a su teléfono.
Peter finalmente aleja su
mirada y saca su teléfono del bolsillo. Aprovecho la oportunidad para
estudiarlo, mientras su atención no se encuentra centrada en mí.
Llego a la conclusión de
que su apariencia es completamente contradictoria. Es como si dos creadores
diferentes estuviesen en guerra cuando él fue imaginado. La fuerza en su
estructura ósea contrasta con la suave apariencia de sus labios. Se ven
inofensivos e invitadores comparados con la rudeza de sus rasgos y la cicatriz
dentada que pasa a lo largo del lado derecho de su mandíbula.
Su cabello no puede
decidir si quiere ser castaño o rubio, u ondulado o liso. Su personalidad
cambia entre invitador y cruelmente indiferente, confundiendo mi habilidad de
discernir entre caliente y frío.
Su postura casual está en
guerra con la fiereza que he visto en sus ojos. Sus ojos no pueden decidir si
quieren mirar a su teléfono o a mí, ya que vacilan una y otra vez antes de que
las puertas del ascensor se abran.
Dejo de mirar y salgo del
ascensor primero. Cap se encuentra sentado en su silla, tan vigilante como
siempre. Nos mira a los tres salir del ascensor y toma los brazos de la silla
para levantarse lenta y temblorosamente. Gastón y Peter lo saludan con un
movimiento de cabeza y siguen caminando.
—¿Cómo estuvo tu primera
noche, Lali? —pregunta con una sonrisa, deteniéndose a medio camino. El hecho
de que ya se sabe mi nombre no me sorprende, ya que hasta sabía a cuál piso me
dirigía anoche.
Miro la parte posterior
de la cabeza de Peter mientras ellos continúan sin mí. —Un poco agitada, en
realidad. Creo que mi hermano no es muy bueno al elegir de quién se hace amigo.
Miro a Cap, quién ahora
se encuentra mirando también a Peter. Las líneas arrugadas de su boca se
tuercen en línea recta, y niega con la cabeza ligeramente. —Ah, a ese chico
probablemente nadie puede ayudarlo —dice, ignorando mi comentario.
No estoy segura de si se
refiriere a Gastón o a Peter cuando dice “ese chico”, pero no pregunto.
Cap se da la vuelta
alejándose de mí, y comienza a arrastrarse en
dirección a los baños del
vestíbulo. —Creo que me oriné encima — murmura.
Lo miro desaparecer a
través de las puertas del baño, preguntándome hasta qué punto la vida de una
persona se vuelve tan vieja como para perder su filtro al hablar. Aunque Cap no
luce como el tipo de hombre que alguna vez tuvo filtro. Me gusta eso de él.
—¡Lali, vamos! —grita Gastón
desde el otro lado del vestíbulo. Los alcanzo y les muestro el camino hacia mi
auto.
Nos toma tres viajes
subir todas mis cosas, no dos.
Tres viajes completos en
los que Peter no me dirige otra palabra.
seguila!!!!!!!!
ResponderEliminarpeter es bipolar o que???
continualaaaaaaaaa :D:D:D
ResponderEliminarMe encanta me encanta me encanta espere mucho para que subieras esta novela, no entiendo que paso con Martina para que peter sea así sube mas!
ResponderEliminarMaaass
ResponderEliminarSeguilaaaaaa!!!
ResponderEliminarAhhhhh
ResponderEliminarJsjsjskksksksks
Le gusto le gusto
Que onda Peter y porque nadie puede ayudarlo?!
Un chico enigmático
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