LALI
—Tengo que ir al baño.
Gastón gruñe. —¿De nuevo?
—No tuve que hacerlo en
dos horas —digo a la defensiva.
En realidad, no tengo que
ir al baño, pero necesito salir de este coche. Después de la conversación que
tuve con Peter anoche, el coche se siente diferente con él arriba. Se siente
como si hubiera más de él, y cada minuto que pasa y no habla, me pregunto lo
que ocurre en su cabeza. Me pregunto si se arrepiente de nuestra plática. Si va
a fingir que nunca ocurrió.
Desearía que mi papá
hubiera fingido que nunca pasó. Antes de que nos fuéramos esta mañana, me
hallaba sentada a la mesa de la cocina con él cuando Peter entró.
—¿Dormiste bien, Peter? —preguntó
al tiempo que este se sentaba a la mesa.
Pensé que se ruborizaría
por la vergüenza, pero en su lugar, observó a mi padre, negando con la cabeza. —No
demasiado bien —le respondió Peter—. Su hijo habla dormido.
Mi padre tomó su vaso y
lo levantó en dirección a Peter. —Es bueno saber que estabas en la habitación
con Gastón anoche.
Por suerte, Gastón aún no
se había sentado y oído ese comentario de papá. Peter estuvo en silencio
durante el resto del desayuno, y la única vez que lo noté hablando fue
cuando Gastón y yo nos encontramos en el coche.
Peter se acercó a mi
padre y le sacudió la mano, diciendo algo que nada más mi padre pudo oír.
Intenté leerle la expresión, pero mantuvo un férreo control en ella. Mi padre
es casi tan bueno en ocultar sus pensamientos como Peter.
De verdad quiero saber lo
que Peter le dijo a mi padre esta mañana antes de que nos fuéramos.
También quiero saber la
respuesta a otra docena de preguntas que tengo sobre Peter.
Cuando éramos jóvenes, Gastón
y yo siempre concordamos en que si pudiéramos tener algún superpoder, sería la
habilidad de volar. Ahora que conozco a Peter, cambié de opinión. Si tuviera un
superpoder, sería el de infiltrarme. Me
infiltraría en su mente de manera que pudiera ver cada uno de sus pensamientos.
Me infiltraría en su
corazón y me esparciría como un virus.
Me llamaría “La
Infiltradora”.
Sí. Eso suena bien.
—Ve al baño —dice Gastón, agitado, en lo que estaciona el
coche.
Desearía volver a estar
en la secundaria para poder llamarlo idiota.
Los adultos no llaman así
a sus hermanos.
Salgo del coche y siento
que puedo respirar otra vez, hasta que Peter abre su puerta y también sale.
Ahora él parece incluso más grande, y mis pulmones más pequeños. Caminamos
juntos hasta la estación de gasolina, pero no hablamos.
Es gracioso cómo funciona
eso. En ocasiones, el no hablar dice más que todas las palabras en el mundo. En
ocasiones, mi silencio dice: No sé cómo hablarte. No
sé lo que piensas. Háblame. Dime todo lo que hayas dicho alguna vez. Todas las palabras. Comenzando por la primera.
En silencio me pregunto
qué dice él.
Una vez que estamos dentro,
encuentra la señal para los baños primero, por lo que asiente y da un paso
frente a mí. Es el líder. Porque es sólido y yo líquido, y justo ahora, sólo
soy su estela.
Cuando llegamos a los
baños, entra en el de hombres sin detenerse. No se gira para mirarme. No espera
a que entre al de damas primero. Abro la puerta, pero no necesito usarlo. Sólo
quiero respirar, pero él no me lo permite. Me invade. No creo que lo quiera.
Simplemente me invade los pensamientos, el estómago, los pulmones y el mundo.
Ese es su superpoder. La
invasión.
El Invasor y la
Infiltradora. Tienen más o menos el mismo significado, así que supongo que
hacemos un jodido equipo.
Me lavo las manos y
pierdo suficiente tiempo como para que parezca que de verdad necesitaba que Gastón
se detuviera. Abro la puerta del baño y él me invade nuevamente. Se interpone
en mi camino, parado frente a la puerta por la que intento salir.
No se mueve, a pesar de
que me invade. En serio no lo quiero aquí, sin embargo, dejo que se quede.
—¿Quieres algo de beber? —pregunta.
Niego con la cabeza. —Tengo
agua en el coche.
—¿Hambrienta?
Le digo que no. Parece
ligeramente decepcionado de que no quiera nada. Tal vez no quiere regresar al
coche.
—Sin embargo, puede que
quiera algunos dulces —digo.
Una de sus raras y
valiosas sonrisas aparece lentamente. — Entonces, te compraré algunos dulces.
Se gira y camina hacia el
pasillo de los dulces. Me detengo a su lado y miro mis opciones. Vemos los
dulces por demasiado tiempo. Ni siquiera recuerdo querer alguno, pero ambos los
miramos fijamente y fingimos que sí.
—Esto es extraño —susurro.
—¿Qué es extraño? —pregunta—.
¿Elegir dulces o tener que fingir que no queremos estar en el asiento trasero
justo ahora?
Guau. Siento como si en
verdad me hubiera infiltrado en sus pensamientos de alguna manera. Sólo que
esas fueron palabras que dijo voluntariamente. Palabras que me hicieron sentir
muy bien.
—Ambas —digo con firmeza.
Me giro para enfrentarlo—. ¿Fumas?
Me da una mirada de
nuevo. La mirada que dice que soy rara.
No me importa.
—Nop —responde
casualmente.
—¿Recuerdas esos dulces
con forma de cigarrillo que vendían cuando éramos niños?
—Sí —dice—. Es un poco
morboso, si lo piensas.
Asiento. —Gastón y yo
solíamos comprarlos todo el tiempo. No hay forma en el infierno que deje que
mis hijos compren esas cosas.
—Dudo que los sigan
haciendo —dice Peter.
Nos volteamos a los
dulces otra vez.
—¿Y tú? —pregunta.
—¿Y yo qué?
—¿Fumas?
Sacudo la cabeza. —Nop.
—Bien —dice. Observamos
los dulces un poco más. Se gira para enfrentarme, y yo lo miro—. ¿Siquiera
quieres algún dulce, Lali?
—Nop.
Se ríe. —Entonces supongo
que deberíamos volver al coche.
Concuerdo, pero ninguno
de los dos se mueve. Se estira por mi mano y la toca tan suavemente que es como
si fuera consiente de que él está hecho de lava y yo no. Agarra dos de mis
dedos, ni siquiera acercándose a sostenerme toda la mano, y les da un suave
tirón.
—Espera —le digo, tirando
de su mano. Me mira sobre el hombro y luego se gira para hacerlo completamente—.
¿Qué le dijiste a mi padre esta mañana? ¿Antes de que nos fuéramos?
Sus dedos se tensan
alrededor de los míos, y su expresión no se desvía de la penetrante mirada que
perfeccionó. —Me disculpé con él.
Se gira hacia la puerta
una vez más, y esta vez lo sigo. No me suelta la mano hasta que nos encontramos
cerca de la salida. Cuando finalmente la deja caer, me evaporo otra vez.
Lo sigo hacia el coche y
espero no creer de verdad que soy capaz de infiltrarme. Me recuerdo que tiene
una armadura. Es impenetrable.
No sé si puedo hacerlo,
Peter. No sé si puedo seguir la regla número dos, porque de repente quiero
trepar en tu futuro más de que quiero treparme en el asiento trasero contigo.
—Larga fila —le dice Peter
a Gastón cuando ambos nos ubicamos en el coche. Gastón lo pone en marcha y
cambia la estación de radio. No le importa cuán larga era la fila. No sospecha,
o habría dicho algo. Además, no hay nada que sospechar aún.
Conducimos por unos
buenos quince minutos antes de que me dé cuenta que ya no pienso en Peter. Por
los últimos quince minutos de conducción, mis pensamientos han sido recuerdos.
—¿Recuerdas cuando éramos
niños y deseábamos que nuestro superpoder fuera poder volar?
—Sí, lo recuerdo —dice Gastón.
—Ahora tienes tu
superpoder. Puedes volar.
Gastón me sonríe en el
espejo retrovisor. —Sí —dice—, supongo que eso me hace un superhéroe.
Me recuesto en el asiento
y miro por la ventanilla, un poco envidiosa de ambos. Envidiosa de las cosas
que han visto. Los lugares a los que viajaron. —¿Cómo es? ¿Ver el amanecer
desde el cielo?
Gastón se encoge de
hombros. —La verdad es que no lo miro —dice— Estoy demasiado ocupado trabajando
cuando ando allá arriba.
Esto me pone triste. No lo des por
hecho, Gastón.
—Yo miro —dice Peter. Observa por la ventanilla, y
su voz es tan baja que casi no la oigo—. Cada vez que estoy allá arriba, lo
miro.
Sin embargo, no dice cómo
es. Su voz es distante, como si quisiera mantener ese sentimiento para sí
mismo. Se lo permito.
—Rompes las leyes del
universo cuando vuelas —digo—. Es impresionante ¿Desafiar la gravedad?
¿Observar amaneceres y atardeceres desde lugares en los que la Madre Naturaleza
no tenía intenciones de que lo hicieras? En realidad son superhéroes, si lo
piensan.
Gastón me mira por el
espejo retrovisor y se ríe. No lo des por hecho,
Gastón. Sin embargo, Peter no se ríe. Sigue mirando
por la ventanilla.
—Tú salvas vidas —me dice
Peter—. Eso es mucho más impresionante.
Mi corazón absorbe esas
palabras directamente.
La regla número
dos no luce muy bien desde aquí atrás.
Nose como que deberías de subir otro, digo no..
ResponderEliminarseguilaaaaaaaaa
ResponderEliminarMe encantó!.
ResponderEliminarSeguila!.
Jenny
maaass
ResponderEliminarLa regla numero dos la tiene loquita.
ResponderEliminarNo tardará en querer saber más,pero Peter parece un témpano d pocas palabras ,bastante impenetrable.
Espero k sea él quien quiera contarle,sin k Lali tenga k preguntar,xk las reglas se las van a saltar en cualquier momento.
maaaasssssssss
ResponderEliminarAyyy que tensión y es que Peter tiene miedo creo!!
ResponderEliminarNskskskkskaka las regalas se van a romper y serán primero Lali la que lo haga
Jajajja me mataron con lo de los dulces
JzjzkKKka otro
continuala porfiss :)
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