domingo, 24 de agosto de 2014

Capitulo 15

LALI


Peter: ¿Estas ocupada?

Yo: Siempre ocupada. ¿Qué pasa?

Peter: Necesito tu ayuda. No tomará mucho.

Yo: Estaré allí en cinco.

Debí haberme dado diez minutos en vez de cinco, porque no he tomado una ducha hoy. Después de un turno de diez horas anoche, estoy segura que necesito una. Si hubiese sabido que él estaba en casa, una ducha hubiera sido mi prioridad número uno, pero pensé que no regresaba hasta mañana.

Sujeto mi cabello en un moño flojo y me cambio mis pantalones de piyamas por unos vaqueros. Aún no es mediodía, pero estoy avergonzada de admitir que todavía me encontraba en la cama.

***

Él grita que entre después de que toco a su puerta, así que la abro. Está de pie sobre una silla, cerca de una de las ventanas de la sala. Baja la mirada hacia mí, luego asiente en dirección a una silla.

—Agarra esa silla y tráela justo acá —dice, señalando un punto a unos metros de él—. Estoy intentando medir estas, pero nunca antes he comprado cortinas. No sé si se supone que mida desde fuera del marco o sólo la ventana.

Bueno, que me condenen. Está comprando cortinas.

Empujo la silla al otro lado de la ventana y subo en ella. Me entrega el final de la cinta métrica y comienza a tirar.

—Todo depende de qué tipo de cortinas quieras, por lo que deberías tomar medidas para ambas —sugiero.

Está vestido de forma casual otra vez, en un par de vaqueros y una camisa azul oscuro. De alguna forma, el azul oscuro en su camisa hace que sus ojos luzcan menos azules. Los hace ver claros. Casi transparentes, pero sé que eso es imposible. Sus ojos son cualquier cosa menos transparentes, no con esa pared que mantiene detrás de ellos.

Anota la medida en su teléfono, y luego toma una segunda. Cuando tiene ambas anotadas en su teléfono, nos bajamos y empujamos las sillas debajo de la mesa.

—¿Que tal una alfombra? —pregunta, mirando al piso debajo de la mesa—. ¿Crees que debería conseguir una alfombra?

Me encojo de hombros. —Depende de lo que te guste.

Asiente lentamente, aún mirando al piso desnudo.

—Ya no sé lo que me gusta —dice tranquilamente. Lanza la cinta métrica al sofá y me mira—. ¿Quieres venir?

Me abstuve de asentir inmediatamente. —¿A dónde?

Quita el cabello de su frente y alcanza su chaqueta tirada sobre el respaldo del sofá. —A donde sea que las personas compran cortinas.

Debería decir no. Escoger cortinas es algo que las parejas hacen. Escoger cortinas es algo que los amigos hacen. Escoger cortinas no es algo que Peter y Lali deberían hacer si quieren apegarse a sus reglas, pero absolutamente, positivamente, más que definitivamente, no quiero hacer nada más.

Me encojo de hombros para hacer parecer mi respuesta mucho más casual de lo que es. —Seguro. Déjame cerrar mi puerta.

—¿Cuál es tu color favorito? —le pregunto una vez que estamos en el ascensor. Estoy intentando enfocarme en la tarea en mano, pero no puedo negar el deseo de que estire su mano y me toque. Un beso, un abrazo... cualquier cosa. Sin embargo, estamos de pie en lados opuestos del ascensor. No nos hemos tocado desde la primera noche que tuvimos sexo. Ni siquiera hemos hablado o nos hemos escrito mensajes desde eso.

—¿Negro? —dice, inseguro de su propia respuesta—. Me gusta el negro.

Sacudo mi cabeza. —No puedes decorar con cortinas negras. Necesitas color. Tal vez algo cercano al negro, pero no negro.

—¿Azul marino? —pregunta. Me doy cuenta que sus ojos ya no están enfocados en los míos. Sus ojos están desplazándose lentamente desde mi cuello todo el camino abajo hasta mis pies. En cualquier parte que sus ojos se enfocan, lo puedo sentir.

—Azul marino podría funcionar —digo tranquilamente. Estoy bastante segura de que sólo estamos conversando por conversar. Puedo decir, por la forma en que está mirándome, que ninguno de los dos está pensando en colores, o cortinas, o alfombras.

—¿Tienes que trabajar hoy, Lali?

Asiento. Me gusta que esté pensando en esta noche, y me encanta cómo la mayoría de sus preguntas terminan con mi nombre. Me encanta como dice mi nombre. Debería pedirle que diga mi nombre cada vez que me habla. —No debo estar hasta las diez.

El ascensor llega a la planta baja, y ambos nos movemos hacia la puerta al mismo tiempo. Su mano se conecta con mi espalda, y la corriente que se mueve a través de mi es innegable. Me han gustado chicos antes, diablos, he estado enamorada de chicos antes, pero ninguno de sus toques, alguna vez, me ha hecho responder de la forma en que el suyo lo hace.

Tan pronto como salgo del ascensor, su mano deja mi espalda. Soy más consciente de la ausencia de su toque ahora, que antes de que incluso me tocara. Cada pedacito que obtengo, lo ansío mucho más.

Cap no está en su sitio habitual. Sin embargo, eso no es una sorpresa, considerando que es sólo mediodía. Él no es una persona matutina. Tal vez es por eso nos llevamos tan bien.

—¿Te sientes con ganas de caminar? —pregunta Peter.

Le digo que sí, a pesar del hecho de que hace frío afuera. Prefiero caminar, y estamos cerca de varias tiendas que deberían funcionar para lo que está buscando. Sugiero una tienda por la que pasé hace un par de semanas, y que está a solo dos cuadras de donde estamos.

—Después de ti —dice, sosteniendo la puerta abierta para mí. Salgo y cierro mi abrigo un poco más fuerte. De verdad dudo que Peter sea el tipo de chico que sostiene manos en público, así que ni siquiera me preocupo de tener mis manos accesibles para él. Me abrazo a mí misma para mantenerme cálida, y comenzamos a caminar lado a lado.

Permanecemos callados la mayor parte del camino, pero estoy bien con eso. No soy alguien que siente la necesidad de una conversación constante, y estoy aprendiendo que él podría ser igual.

—Está justo aquí —digo, señalando a la derecha cuando llegamos a un paso peatonal. Bajo la mirada hacia un anciano sentado en la acera, envuelto en un fino y harapiento abrigo. Sus ojos están cerrados, y los guantes en sus manos temblorosas están llenos de hoyos.

Siempre he sido compasiva con las personas que no tienen nada, y tampoco a dónde ir. Gastón odia que nunca pueda pasar cerca de personas sin hogar sin darles dinero o comida. Dice que la mayoría de ellos están sin hogar porque tienen adicciones y que cuando les doy dinero, eso sólo las alimenta.

Honestamente, no me importa si es el caso. Si alguien está sin hogar porque tiene una necesidad, por algo que es más fuerte que su necesidad por un hogar, no me desalienta en lo más minino. Tal vez porque soy una enfermera, pero no creo que la adicción sea una decisión. La adicción es una enfermedad, y me duele ver a las personas forzadas a vivir de esta forma porque son incapaces de ayudarse a sí mismos.

Le hubiese dado dinero si hubiera traído mi bolso.

Me doy cuenta de que ya no estoy caminando cuando siento a Peter mirar hacia atrás, en mi dirección. Está viéndome observar al anciano, así que recupero el ritmo y lo alcanzo. No digo nada para defender la expresión de preocupación en mi rostro. No tiene sentido. He pasado por esto con Gastón y sé que no deseo intentar cambiar todas las opiniones con las que no estoy de acuerdo.

—Esta es —digo, deteniéndome frente a la tienda.

Peter deja de caminar e inspecciona el escaparate dentro de la ventana de la tienda. —¿Te gusta eso? —pregunta, señalando a la ventana.

Me acerco un paso y lo observo con él. Es el escaparate de un dormitorio, pero tiene los elementos que está buscando. La alfombra en el piso es gris con algunas figuras geométricas en varios tonos de azul y negro. De hecho luce como algo que encajaría en su gusto.

Sin embargo, las cortinas no son azul marino. Son de un gris pizarra, con una sólida línea blanca atravesando verticalmente el lado izquierdo del panel.

—Si me gusta —respondo.

Se pone en frente de mí y abre la puerta para dejarme entrar primero. Una vendedora está caminando hacia el frente aún antes de que la puerta se cierre detrás de nosotros. Pregunta si puede ayudarnos a encontrar algo. Peter señala la ventana. —Quiero esas cortinas. Cuatro de ellas. Y la alfombra.

La vendedora sonríe y hace señas para que la sigamos. —¿Qué anchura y altura necesita?

Peter saca su teléfono y le lee las medidas. Ella lo ayuda a escoger las barras de las cortinas y nos dice que regresara en pocos minutos. Se dirige a la parte de atrás y nos deja solos en la caja registradora. Miro alrededor, de repente desarrollando el deseo de escoger decoraciones para mi propio lugar. Planeo quedarme con Gastón por un par de meses más, pero no dolería tener una idea de lo que querría para mi propio lugar cuando finalmente me mude. Estoy deseando que sea tan fácil de comprar cuando llegue ese momento como lo fue hoy para Peter.

—Nunca he visto a alguien comprar así de rápido —le digo.

—¿Decepcionada?

Rápidamente sacudo mi cabeza, si hay una cosa que no hago bien como toda chica, es comprar. De hecho, estoy aliviada de que sólo tomara un minuto.

—¿Crees que debería ver por más tiempo? —pregunta. Se está apoyando contra el mostrador ahora, observándome. Me gusta la forma en que me mira… como si yo fuera la cosa más interesante en la tienda.

—Si te gusta lo que ya escogiste, no sigas viendo. Cuando lo sabes, lo sabes.

Encuentro su mirada, y en el segundo en que lo hago, mi boca se seca. Se está concentrando en mí, y la expresión seria de su rostro me hace sentir incomoda, nerviosa e interesante, todo al mismo tiempo. Se aleja del mostrador y da un paso hacia mí.

—Ven aquí. —Sus dedos bajan y se envuelven alrededor de los míos, y comienza a arrastrarme detrás de él.

Mi pulso está siendo ridículo. Es triste, en realidad.

Sólo son dedos, Lali. No los dejes afectarte así.

Continúa caminando hasta que llega a un biombo de madera, decorado por afuera con escritura Asiática. Es el tipo de biombo que las personas colocan en las esquinas de los dormitorios. Nunca los entendí. Mi madre tiene uno, pero dudo que alguna vez se haya colocado detrás de él para cambiarse de ropa.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunto.

Da la vuelta y me mira, aún sosteniendo mi mano. Sonríe y camina detrás del biombo, llevándome con él, así estamos los dos protegidos del resto de la tienda. No puedo evitar reír, porque se siente como si estuviéramos en la secundaria, escondiéndonos del profesor.

Su dedo encuentra mi labio. —Shh —susurra, sonriéndome mientras observa mi boca.

Inmediatamente dejo de reír, pero no porque ya no encuentro esto divertido. Dejo de reír porque tan pronto como su dedo está presionado contra mis labios, olvido cómo reír.

Olvido todo.

Ahora mismo, la única cosa en la que puedo enfocarme es en su dedo mientras se desliza suavemente de mi boca hasta mi barbilla. Sus ojos siguen la punta de su dedo mientras continua moviéndose, siguiendo por mi garganta, todo el camino hasta mi pecho, abajo, abajo, abajo hasta mi estómago.

Ese único dedo se siente como si estuviera tocándome con la sensación de mil manos. Mis pulmones y su incapacidad de seguir el ritmo son signos de eso.

Sus ojos aún están enfocados en el dedo mientras se detiene por encima de mis vaqueros, justo sobre el botón. No está haciendo contacto con mi piel, pero no sabrías eso basado en la rápida respuesta de mi pulso. Toda su mano comienza a tocarme ahora mientras ligeramente traza mi estómago por encima de mi camisa hasta que su mano se encuentra con mi cintura. Ambas manos agarran mis caderas y me empujan hacia delante, asegurándome contra él.

Sus ojos se cierran brevemente, y cuando los abre de nuevo, ya no está mirando abajo. Está mirándome directamente.

—He estado esperando para besarte desde que entraste por mi puerta hoy —dice.

Su confesión me hace sonreír. —Tienes una paciencia increíble.

Su mano derecha deja mi cadera, y la sube a un lado de mi cabeza, tocando mi cabello tan suavemente cómo es posible. Comienza a negar con su cabeza en un lento desacuerdo. —Si tuviera una paciencia increíble, no estarías conmigo ahora mismo.

Me aferro a esa oración e inmediatamente intento descifrar el significado detrás de ella, pero en el segundo en que sus labios tocan los míos, ya no estoy interesada en las palabras que dejan su boca. Sólo estoy interesada en su boca y cómo se siente cuando invade la mía.

Su beso es suave y calmado, completamente opuesto a mi pulso. Su mano derecha se mueve hacia mi nuca, y su mano izquierda se desliza a la parte baja de mi espalda. Explora mi boca pacientemente, como si planeara mantenerme detrás de esta división por el resto del día.

Estoy convocando a cada parte de mi fuerza de voluntad que puedo hallar a fin de contenerme de envolver mis brazos y piernas alrededor de él. Estoy intentando buscar la paciencia que de alguna forma él muestra, pero es difícil cuando sus dedos, manos y labios pueden obtener este tipo de reacciones físicas de mí.

La puerta del cuarto de atrás de abre, y el sonido de los tacones de la vendedora se oyen contra el piso. Deja de besarme, y mi corazón llora.
Por suerte, el llanto sólo puede sentirse, no escucharse.

En vez de alejarse y caminar de regreso al mostrador, lleva ambas manos a mi rostro y me sostiene mientras me mira en silencio por varios segundos. Su pulgar roza suavemente contra mi mandíbula, y suelta una respiración suave. Su ceño está fruncido, y sus ojos cerrados. Presiona su frente contra la mía, aún sosteniendo mi rostro, y puedo sentir su lucha interna.

—Lali.

Dice mi nombre tan suavemente que puedo sentir su lamento en las palabras que todavía no ha dicho. —Me gusta... —Abre sus ojos y me observa—. Me gusta besarte, Lali.

No sé por qué esa oración le pareció difícil de decir, pero su voz se apagó hacia el final, como si estuviera intentando detenerse de terminar sus palabras.

Tan pronto como la oración deja su boca, me suelta y rápidamente camina fuera de la división como si estuviera intentando escapar de su propia confesión.

Me gusta besarte, Lali.

A pesar del lamento que creo que siente por decirlo, estoy bastante segura que estaré repitiendo silenciosamente esas palabras por el resto del día.

Paso unos buenos diez minutos curioseando sin pensar, repitiendo su cumplido en mi cabeza una y otra vez mientras espero que termine su transacción. Está entregando su tarjeta de crédito cuando llego al mostrador.

—Le llevaremos esto en una hora —dice la vendedora. Devuelve la tarjeta de crédito y comienza a tomar las bolsas del mostrador para colocarlas detrás de ella.

Él toma una de las bolsas cuando la vendedora comienza a levantarla—. Tomaré esta —dice. Luego, se da la vuelta y me mira. — ¿Lista?

Salimos, y de alguna forma se siente como si la temperatura hubiese descendido veinte grados desde que estuvimos afuera la última vez. Eso puede ser porque Peter hizo que las cosas parecieran mucho más cálidas adentro.

Llegamos a la esquina, y comienzo a dirigirme hacia el complejo de apartamentos, pero noto que él ha dejado de caminar. Me doy la vuelta, y está sacando algo de la bolsa que está sosteniendo. Arranca una etiqueta, y una manta se desdobla.

No, no lo hizo.

Sostiene la manta para el anciano que todavía se encuentra en la acera. El hombre sube la mirada y toma la manta. Ninguno de ellos dice una palabra.

Peter camina hasta un bote de basura cercano y lanza la bolsa vacía, luego regresa a mí mientras estoy mirando al suelo. Ni siquiera hace contacto visual conmigo cuando ambos comenzamos a caminar en dirección al complejo de apartamentos.

Quiero decirle gracias, pero no lo hago. Si le digo gracias, parecería que asumo que lo hizo por mí.

Sé que no lo hizo por mí.

Lo hizo por el hombre que tenía frío.

Peter me pidió que fuera a casa tan pronto como regresamos. Dijo que no quería que viera su apartamento hasta que tuviera todo decorado, lo cual era bueno, porque de todas formas, tenía mucha tarea con la cual ponerme al corriente. Realmente no tenía tiempo fuera de mi horario para colgar cortinas, así que aprecié que no esperara mi ayuda.

Parecía un poco entusiasmado acerca de colgar cortinas nuevas. Tan emocionado como Peter podía parecer, de todas formas.

***

Han pasado varias horas desde que llegamos. Debo estar en el trabajo en menos de tres horas, y tan pronto cuando comienzo a preguntarme si va a pedirme que regrese, recibo un mensaje suyo.

Peter: ¿Ya has comido?

Yo: Sí.

Estoy repentinamente decepcionada de haber cenado. Pero me cansé de esperarlo, y nunca dijo algo acerca de tener planes para la cena.

Yo: Gastón hizo pastel de carne anoche, antes de irse. ¿Quieres que te lleve un plato?

Peter: Me encantaría eso. Estoy hambriento. Ven a ver ahora.

Sirvo un plato y lo envuelvo en papel de aluminio antes de dirigirme por el pasillo. Está abriendo la puerta antes de que pueda tocar. Toma el plato de mis manos. —Espera aquí —dice. Entra a su apartamento y regresa un segundo más tarde sin el plato—. ¿Lista?

No tengo idea de cómo sé que está entusiasmado, porque no está sonriendo. Sin embargo, puedo escucharlo en su voz. Hay un cambio sutil, y me hace sonreír, sabiendo que algo tan simple como colgar algunas cortinas lo hace sentir bien. No sé por qué, pero parece que no hay muchas cosas en su vida que lo hagan sentir de esa forma, así que me gusta que esto lo haga.

Abre completamente la puerta, y doy unos pasos dentro del apartamento. Las cortinas están puestas, y aunque es un cambio pequeño, se siente gigante. Saber que ha vivido aquí por cuatro años y apenas ahora está colocando cortinas le da a todo el apartamento una sensación diferente.

—Tomaste una buena decisión —le digo, admirando cuán bien combinan las cortinas con lo poco que sé de su personalidad.

Bajo la mirada a la alfombra, y puede ver la confusión mientras pasa por mi rostro.

—Sé que se supone que va debajo de la mesa —dice, mirándola también—. Lo hará. Eventualmente.

Está posicionada en un lugar extraño. No está en el centro del cuarto o siquiera en frente del sofá. Estoy confundida de por qué la colocó donde lo hizo, como si supiera donde luciría mejor.

—La dejé aquí porque estaba esperando que pudiéramos bautizarla primero.

Levanto la mirada y veo la adorable expresión esperanzada en su rostro. Me hace sonreír. —Me gusta esa idea —digo, volviendo a mirar la alfombra.

Un largo silencio pasa entre nosotros. No estoy segura si quiere bautizar la alfombra justo en este momento, o si quiere comer primero.

Estoy bien con cualquiera de las dos opciones. Mientras su plan encaje en mi marco de tiempo de tres horas.

Ambos estamos aún mirando la alfombra cuando habla de nuevo. — Comeré más tarde —dice, respondiendo la pregunta que estaba silenciosamente pasando a través de mi cabeza.


Saca su camisa, patea sus zapatos, y el resto de nuestras ropas eventualmente terminan juntas, al lado de la alfombra.

5 comentarios:

  1. Peter se esta enamorando de lali jojo me encanto el maratón ya era justo y necesario uno baja si tienes chanza sube otro si?

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  2. Imaginé el uso k le daría a la alfombra!!!,pero me sorprendió lo d la manta,buen punto para Peter.!!!!

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  3. Ahhhhhh
    Nahhh vivía años en el departamento y ko lo cambio hasta el comentario de Lali!
    Le gusta estar con ella
    Nskskskkskaka me gusta besarte Lali
    Awwww mi vida lo de la manta para el anciano fue tan tierno y sabemos que lo hizo por ella!!!
    Simplemente se están enamorando los dos!
    Lali en que cada vez se le acelera el corazón y esas cosas
    Peter cambiando cosas y queriéndola tener serca

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